El lunes, más de 40 días después de la elección, Pedro Castillo fue finalmente proclamado como presidente electo del Perú. Tanto en su balconazo por la noche, y sobre todo en el ambiguo reconocimiento pronunciado por Keiko Fujimori unas horas antes, vimos las primeras señales sobre el rumbo que tomará el país en el futuro próximo. Aprenderemos más estos días con los nombramientos ministeriales y la conformación de la Mesa Directiva en el Congreso, pero hay ciertos elementos estructurales que sugieren una dinámica política más parecida al período 2001-2016 que a los últimos (y turbulentos) cinco años.
La distribución de fuerzas en el Congreso hoy se asemeja a la de aquellos tres quinquenios, donde el Ejecutivo nunca tuvo una mayoría pero gobernó en relativa paz gracias a una oposición fragmentada. Una diferencia importante, no obstante, es que en esta ocasión la ideología es más marcada y divide bancadas en un patrón similar al de la Guerra Fría, como destacó el presidente Sagasti en entrevista de Martín Riepl para la BBC. Y ese es un paralelo interesante.
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Si bien la Guerra Fría tuvo momentos de alta tensión, como los trece días de 1962 en los que Cuba (hoy de vuelta en las noticias gracias a la valiente lucha de sus ciudadanos) fue el epicentro inesperado de la principal lucha ideológica del siglo XX, lo cierto es que el mundo sobrevivió en esos años a la amenaza existencial de la era nuclear aun cuando muchas guerras “calientes” (proxy o subsidiarias) pulularon por la periferia.
Para algunos teóricos del realismo en relaciones internacionales, como Kenneth Waltz y John Mearsheimer, la relativa estabilidad de la Guerra Fría fue el resultado de la bipolaridad del sistema, donde el poder (atómico) de Estados Unidos era contrapesado por el poder (atómico) de la Unión Soviética.
La analogía con el próximo Parlamento puede ser útil para intentar anticipar si viviremos un escenario guiñolesco como el de los últimos cinco años o, por lo contrario, una especie de guerra fría entre bandos separados por la ideología pero puestos a raya por el poder del rival. Informes recientes en este Diario sobre los votos detrás de las candidaturas para la Mesa Directiva sugieren que hay lugar para una estabilidad estratégica basada en la simetría de fuerzas dentro del Parlamento.
Desde luego, ese equilibrio puede ser más precario en nuestro Congreso, sobre todo si la separación ideológica se diluye con el tiempo.
La parálisis o impasse político como resultado del equilibrio de poderes tendría como costo que poco cambie en el país. Será muy difícil plantear e implementar reformas en áreas urgidas de transformación. Pero la ventaja sería que evitaríamos retrocesos democráticos.
Al menos en lo que se refiere a credenciales democráticas, no hay que olvidar que el resultado de la primera vuelta puede ser graficado con una banda de Moebius, un objeto geométrico que aparenta tener dos lados pero en realidad tiene una única cara (autoritaria). En estos cuarenta y pico días, e incluso ayer por la tarde, hemos visto sobre todo los malos modales de un lado, pero lo que está dibujado del otro, en sus idearios y algún discurso soez es igual de alarmante.
“El poder siempre piensa que tiene una gran alma”, le escribía John Adams a Thomas Jefferson, cinco años antes de nuestra independencia. Más de dos siglos después, quizás sea mejor que nadie acumule tanto poder como para subvertir la democracia en nombre del pueblo o de la defensa contra el comunismo.