Campaña larga y dura como nunca hemos visto. Una suerte de guerra civil del voto. La feroz división política expresa, qué duda cabe, la que socialmente existe. Ganar de cualquier manera ha hecho que se pierda mucho, creando más desconfianza de la ya acumulada. Somos un país descreído, pese a que las fotos de una campaña intensa podrían mostrar entusiasmos. El gobierno que se hereda es un país destrozado por la pandemia y por sus políticos. Si no se sabe leer los resultados con serenidad, se habrá visto un espejismo que siempre es engañoso. Las dos terceras partes del país que no votaron por ninguno de los dos candidatos en primera vuelta no solo existen, sino que sus demandas, sus miedos y sus frustraciones están intactas, pues ganar en segunda vuelta es gracias al necesario artificio del sistema electoral, para que alguien logre alcanzar la presidencia.
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Nuestro país ha elegido a sus autoridades nacionales, pero el siguiente año se deberá completar con los gobiernos regionales y municipios, en donde los partidos que hoy vemos en el ejecutivo y Parlamento tienen escasa representación, allí donde los múltiples movimientos regionales acaparan la mayoría. Un país no puede lograr sus objetivos si no realinea mínimamente los poderes del Estado y los de alcance nacional y subnacional. Compete, pues, a los políticos llevar adelante acuerdos en un país dividido.
Por lo pronto, se requieren reformas y atención primera en muchos sectores, pero de todo lo discutido no hay luces claras sobre el cómo se va a hacer, cuando el qué ya es discutible. Pero en ese listado de temas, que apenas adelantó el debate presidencial, quedaron más las dudas en medio de ofrecimientos tan generosos como peligrosos.
Cuando un partido gana –que ahora es minoritario–, los acreedores se presentan para ser retribuidos, pues en política no hay filantropía. Allí los intereses se deben de materializar, de lo contrario, pasan a exigirse. Hay, pues, una difícil tensión entre pagar intereses y atender demandas, en medio de articular equipos de gobierno que salen de diversas tiendas, que, en muchos casos, se han enfrentado. Se requiere, pues, mucha visión y extremo liderazgo. Sobre todo, en el Perú en donde la urgencia y la poca visión nos han convertido en un país del corto plazo.
En ese listado de temas y problemas por tratar, en los programas de los partidos lo referente a la reforma política estaba claramente desatendido. No se puede seguir pensando que –como ocurrió con el extraordinario crecimiento económico de la década pasada–, la política se puede sobrellevar, se puede arrastrar, sin mucho costo. No es cierto, la política ha impedido que aquel crecimiento haya impulsado un desarrollo sostenido.
En efecto, se repite hasta la saciedad que hay un serio problema de representación y lo hay. ¿Qué se ha hecho hasta ahora? Hemos llegado hasta aquí también porque la reforma política fue frustrada, desnaturalizada, y las reglas siguieron incentivando el ingreso como representante al aventurero, al político de cinco años. La reforma política no resuelve todos los problemas, pero sin ella no hay cambio. Si no, seguiremos viviendo en un círculo en donde se cree que se llega, pero se regresa al mismo punto. Como ahora.