Nuestra clase política ha perdido de vista que la separación de poderes es más que el asedio de un poder sobre otro. En su nombre se han justificado cuatro procesos de vacancia en los últimos tres años, así como respuestas enérgicas desde el Ejecutivo.
Al final, prima el descontento; su uso indiscriminado ha recrudecido la impopularidad de una institución clave como el Congreso.
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No es anecdótico que la discusión se centre en si alcanzan los votos para la vacancia. Mientras, la ciudadanía resiente que se desgasten fuerzas en algo que podría resolverse de otra manera. En lugar de fiscalización, los ciudadanos ven revanchismo.
Pero la gobernabilidad democrática no se basa en la aritmética, sino en la deliberación. Antes que caer en el discurso antipolítico, debemos aprender a valorar dichas virtudes como antídoto ante el malestar que nos dejan estos años de incertidumbre.
La separación de poderes no debilita las democracias, las hace más fuertes. Más que menospreciar al Congreso, debemos procurar fortalecerlo buscando una mejor representación en la siguiente legislatura.