CECILIA VALENZUELAPeriodista
Hace menos de un año, el ministro de Defensa, Pedro Cateriano, se batió en una campaña absurda e inconstitucional intentando reimponer el servicio militar obligatorio. Perdió; pero el argumento de que no había voluntarios para reforzar los cuarteles estremeció a los peruanos.
A pesar de ello, nadie leyó en los diarios ni vio en la tele una masiva campaña con suplementos o microprogramas, pagados por el gobierno, intentando convencer a los jóvenes del Perú, de la satisfacción y el crecimiento que podría brindarles a sus vidas, la decisión de servir a la patria.
En los últimos 3 años, Defensa ha reducido sus gastos en publicidad en un 2%; y no lo ha hecho por austero, sino porque las prioridades del gobierno de Ollanta Humala obedecen a otros objetivos.
En el mismo período, el Ministerio de Relaciones Exteriores, que concentrado en Torre Tagle ha obtenido en La Haya el éxito más grande de las últimas décadas en nuestro país, también ha reducido sus gastos en publicidad en un 13,5 %.
Con tal de no gastar, cancillería corrió el riesgo y no contrató una gran campaña nacional e internacional para sustentar los argumentos del Perú ante la corte de La Haya; prefirió ahorrar antes que salir a conquistar la opinión pública mundial.
Sin embargo, y en el mismo lapso de tiempo, los ministerios de Desarrollo e Inclusión Social, Energía y Minas y Transportes y Comunicaciones han gastado en publicidad como si fueran adictos a las compras. Inclusión ha aumentado sus gastos 205%, Energía y Minas 240% y Transportes 201%.
En la televisión abierta, en la radio y en algunos diarios, estas carteras han contratado avisos para publicitar carreteras ya terminadas; primeras piedras que se han quedado ahí porque después el gobierno no se ha atrevido a enfrentar a las minorías radicales disfrazadas de ecologistas; imágenes de viejitos recibiendo sus cheques de Pensión 65, de niñitos desayunando los batidos de Qali Warma, de jóvenes recibiendo su Beca 18. Como si los necesitados tuvieran que ser seducidos antes de aceptar la ayuda.
Ni un solo suplemento explicando las ventajas que la ejecución de proyectos como Conga, Quellaveco, La Bambas o Tía María, le traerían al país. Ni un solo aviso alentando la construcción de hidroeléctricas como Yuta, Tarucani o Chadín II. Nada sobre los 200 mil puestos de trabajo que fomentará Majes-Siguas II.
La prioridad no es estimular el ánimo para que nos sacrifiquemos por el Perú; no es estimular la inversión nacional y extranjera, o desarrollar un clima de respeto a las leyes y a las instituciones. No. La prioridad es mostrar a la pareja presidencial regalando, inaugurando obras que empezaron otros y prometiendo construcciones faraónicas como el tren subterráneo.
Todo eso ha convertido al Estado en uno de los más grandes anunciantes del país.
Y ese detalle, no nos engañemos, suaviza el tono, sobre todo en la televisión abierta, cuando se trata del gobierno. Nadie trata mal a su mayor anunciante.
Durante el 2013, el Poder Ejecutivo gastó en promedio un millón 300 mil soles diarios en publicidad e imagen institucional. Pasó de 211 millones de soles en el 2010 a 467 millones de soles en el 2014; sin que los servicios que presta el Estado hayan mejorado.