En la edición de la revista “Poder” que está en circulación, publicamos una extensa entrevista al candidato de Alianza para el Progreso, César Acuña, y reconstruimos los orígenes y la evolución tanto de su partido político como de lo que es hoy uno de los emporios universitarios más importantes del país. Compartimos acá una versión actualizada de la opinión editorial de dicha edición, particularmente con una observación de suma relevancia que recibimos del politólogo Rodrigo Barrenechea.
Comencemos por la ambivalencia que despierta la historia de César Acuña. En cualquier otro momento sería utilizada para afirmar que el modelo no solo funciona, sino que chorrea con generosidad. Ya en campaña electoral nacional, cuando los prejuicios de las minorías se ponen más alertas que nunca, detectamos una serie de “defectos peligrosos”, lo cual no estaría necesariamente mal si nos ayudasen a llamar la atención sobre aquello que efectivamente es un riesgo. Pero con Acuña podría estar produciéndose algo parecido a lo que generó Alejandro Toledo en el 2001. Es decir, harto prejuicio.
Acuña no hablará como nos gustaría a los limeños “líderes de opinión”, pero tiene una desarrollada inteligencia práctica. Tal vez el ejemplo más concreto sean justamente sus universidades y su partido político. De su boca no saldrá la palabra ‘institucionalidad’, y tal vez tampoco se haya ocupado en comprender la dimensión de lo que ello implica, pero nos dijo que de ganar las elecciones mantendría a los ministros de Educación, Salud y políticas sociales, para así sostener los cambios que allí se vienen produciendo.
Ahora bien, después de haber conversado con él por segunda vez (la primera fue cuando en “Poder” investigamos cómo desde el municipio de Trujillo se utilizaban actividades y recursos públicos, así como firmas falsas, en beneficio de su partido político), queremos resaltar el hecho de que César Acuña es el vivo retrato de lo que somos los peruanos. No nos referimos a su éxito como empresario, o a que haya surgido desde abajo, sino más bien a su idiosincrasia. Para la mayoría de nosotros, la luz ámbar no significa “deténgase”, sino “pase rápido”. Las zonas grises son para aprovecharlas en favor de uno mismo. Acuña tiene todo eso muy bien instalado. Es la criollada en su estado más puro.
Así las cosas, podríamos decir que en términos de políticas públicas, con Acuña como presidente, las cosas no serían tan malas como creemos, pero tampoco como necesitamos que sean, más aun ahora que ya no hay ni habrá ‘boom’ económico que nos distraiga. Muy probablemente tendríamos cinco años más de un piloto automático al estilo García o Toledo, y con suerte algunas reformas dependiendo de quienes formarían el Gabinete, como con Humala. Eso sí, con mucho más populismo y clientelismo que con cualquiera de ellos tres.
Porque Acuña tiene mucho hambre de poder. Y es aquí donde el politólogo Rodrigo Barrenechea, autor del libro “Becas, bases y votos”, llama nuestra atención sobre un punto. El líder de Alianza para el Progreso cuenta con el dinero y sabe cómo conseguir ese poder, cooptando gente, funcionarios públicos, líderes de opinión y hasta fiscalizadores, como lo viene haciendo sin mayor reproche. Por ello Barrenechea no cree que Acuña se dejaría poner la agenda por la gente de su entorno, sino que él impondrá la suya, que no es necesariamente la mejor para el país.
Paradójicamente, creemos que lo único que podría salvarnos del “lado oscuro” de Acuña es su tendencia a establecer lazos con líderes de opinión y figuras políticas reconocidas públicamente. Es lo que ha hecho durante años para abrirse un campo en el cerrado establishment limeño. Ese podría ser su muro de contención. Aunque como ya hemos visto, y bastante, el papel y el dinero lo aguantan todo.
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