Desde la toma de mando, PPK ha demostrado que no nos vamos a aburrir con sus apariciones públicas: pasos de baile a pedido de la gente, su interpretación de “El cóndor pasa” en el patio de Palacio de Gobierno, el pañuelo que se colocó en la cabeza durante la parada militar, Lorenzo y Colita (sus perros) participando en el desfile, son los gestos presidenciales que más han dado que hablar en estos días.
Por supuesto, estas señas no han caído bien a todo el mundo. El vocero del fujimorismo, Daniel Salaverry, dijo con ocasión del evento del pañuelo que PPK dejó “en ridículo la investidura presidencial”. Martha Chávez, por su lado, tuiteó la foto y escribió: “Signos de alta investidura devaluados. ¿Será la foto oficial para las dependencias públicas?”.
Estos pequeños gestos, sin embargo, han caído bien a la mayoría de gente. Y no podemos subestimar el valor de un presidente simpático, especialmente porque hace varias décadas que no tenemos uno. Para su última elección, Fujimori estaba lejos de ser el ‘chinito’ sencillo que alguna vez fue, por más “ritmo del chino” que bailase. Era, más bien, un presidente mano dura envuelto en acusaciones graves de corrupción. Toledo, por su parte, rápidamente se convirtió en el imaginario popular en un sujeto pretencioso, que lo primero que hizo fue subirse el sueldo, que cargó la imagen de ser demasiado aficionado a las bebidas espirituosas y cuyo avión presidencial fue bautizado como ‘el avión parrandero’. García era visto por mucha gente, usando el apodo que acuñó Daniel Urresti, como ‘el señor del ego’. Finalmente, Humala era un ex militar de rostro adusto que asustaba a la mitad del país y cuya esposa se transformó en un símbolo de frivolidad.
El potencial político de un presidente que, sea por la razón que sea, caiga bien a los ciudadanos es enorme. El campechano, sencillo y carismático José Mujica en Uruguay es el mejor ejemplo contemporáneo. El éxito político del presidente de las ojotas, del perro de tres patas y del Volkswagen viejo, tiene tanto que ver con sus propuestas como con el hecho de que sus gestos le consiguieron un apoyo popular imprescindible para las reformas que buscó hacer. Y uno creería que a la gran mayoría de peruanos le sería complicado identificarse con el ‘gringo’ Kuczynski, pero quizá sus gestos, a su peculiar manera, lo humanicen y lo acerquen lo suficiente como para romper una barrera que hace décadas existe entre los peruanos y sus gobernantes. Algo que sería un tremendo activo político, especialmente cuando no tiene al Congreso de su lado.
Por supuesto, de los gestos excéntricos pero simpáticos a los ridículos y bochornosos existe solo un paso. ¿Qué pensaría usted, estimado lector, si la próxima semana, digamos, ve a PPK bañándose con sus nietos en la pileta de la Plaza de Armas? Pero lo cierto es que parece que el nuevo presidente viene calibrando bien sus mensajes. No solo acertó pronunciando un discurso de 28 en el que apeló a la unión nacional. Además, dio un buen paso al anunciar ayer, como primera acción, “medidas fuertes” contra la inseguridad ciudadana, la principal preocupación de la población.
¿Podrá PPK romper con el molde de presidente lejano y desconectado? ¿Serán sus particulares gestos suficientes para contrarrestar la imagen de lo que varios han llamado el Gabinete sanisidrino? Ojalá, porque no nos vendría mal, para efectos de nuestra gobernabilidad, un presidente con una buena dosis de simpatía.
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Congresistas critican a cardenal Cipriani por comentarios sobre mujeres ► https://t.co/OOUgqmm5Te pic.twitter.com/G6KnP0PcT5— Política El Comercio (@Politica_ECpe) 30 de julio de 2016