La última encuesta de El Comercio-Ipsos publicada el fin de semana marca la entrada a la recta final de la campaña electoral, pero a la vez muestra muy poca variación respecto de sondeos pasados.
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Sigue adelante George Forsyth, con la consigna de marcar el ritmo de la carrera (‘falsear el tren’ en argot hípico) y ganar de punta a punta, aunque tendrá que mostrar un buen remate en los metros finales para aguantar la atropellada de sus rivales. Un problema con ello es que, por el momento, no se le conoce fondo que le permita hacerlo. Un paralelo útil es el caso de Renzo Reggiardo en las elecciones municipales del 2018, el puntero desde la partida hasta tres semanas antes de la votación con porcentajes similares a los de Forsyth hoy, e incluso en empate técnico faltando una semana. Como Reggiardo, Forsyth también enfrenta la limitación de correr con la casaquilla de un partido que no es una marca fuerte, como señalara Fernando Tuesta en su columna el lunes.
Lo que vimos en esa elección municipal y hemos visto más de una vez en la política peruana es la fulminante atropellada de un candidato que aparece muy alejado faltando algunas semanas y termina o llegando primero a la meta o alcanzando un lugar en la segunda vuelta en final de fotografía. Punteros que se paran y candidatos atropelladores son moneda corriente en nuestras elecciones sin partidos.
Hace unos años, descubrí que existía un término en el mundo anglosajón para el análisis político de campañas siguiendo esta narrativa, y se le conoce como ‘horserace coverage’ o cobertura tipo carrera de caballos. Lo que marca ese tipo de análisis es que se basa en la marcha de los candidatos en las encuestas, mes a mes, semana a semana, a costa de una discusión más amplia sobre las políticas que un eventual gobierno del caballo ganador implementaría.
Es muy atractivo y tentador ver las campañas como una carrera, pero el llamado de alerta va sobre el hecho de que el 11 de abril (o en realidad, unas semanas después) no es la meta, si no el punto de partida. Limitar el análisis al movimiento de los postulantes en las encuestas, o a sus familias o a sus escándalos, deja de lado la discusión de las propuestas sobre cómo el nuevo gobierno pretende hacer frente a la pandemia o reactivar la economía a partir del segundo semestre de este año, por hablar de lo urgente únicamente.
Es cierto que, en un escenario fragmentado como el nuestro, las encuestas cumplen un rol muy importante al transmitir información valiosa al elector sobre las preferencias de la ciudadanía y ayudan a filtrar una realidad que de otra manera sería inabarcable. Pero igual de importante es discutir sobre lo que ocurrirá a partir del 28 de julio de este año.
Es incluso probable que la poca variación de encuesta a encuesta sea precisamente resultado de la falta de debate y de discusión sobre temas vitales para el electorado. En un desierto de propuestas (hay planes de gobierno en la página web del JNE que son una lágrima), no hay información disponible para que el elector oriente su voto. A menos de 90 días de la elección, el puntero no se pronuncia y del lote de avanzada la pauta está entre el indulto a Fujimori y Venezuela. Difícil discutir sobre temas de fondo como la salud o la economía en un escenario así.