Quiso el destino que “Soul”, último largometraje animado de Pixar/Disney, se estrene en medio de la pandemia que azota al mundo. No es una coincidencia insignificante. Todo lo contrario. Esta historia, si bien no trata sobre la pandemia –fue creada antes del COVID-19–, pone en su centro el tema de la muerte, lo fortuito y milagroso de la existencia, y el sentido mismo de la vida.
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“Soul” cuenta la aventura del neoyorquino Joe (Jamie Foxx), frustrado profesor de música que sueña con la carrera artística que nunca tuvo. Un día, Joe recibe la llamada de un exalumno, que le propone ser el pianista del grupo de Dorothea (Angela Bassett), célebre saxofonista de jazz. Hasta que, por un tonto accidente, Joe viaja a una especie de dimensión entre la vida y la muerte.
Las apuestas del director Pete Docter (“Intensamente”, 2015) son interesantes desde los primeros minutos. De la colorida y barroca Nueva York, pasamos al minimalista limbo metafísico donde habitan las almas perdidas, y que es regentado por unas figuras casi abstractas que asemejan dibujos de Picasso. Allí, el espíritu de Joe tratará de escapar de la muerte, y regresar a la vida en la Tierra.
Un punto interesante radica en la reflexión sobre la amistad como un medio de interpelación mutua respecto a lo que significa vivir, su sentido y verdadero propósito. Esto se desarrolla en el vínculo, primero forzado, y luego más emotivo, entre Joe y 22 (Tina Fey), alma que se resiste a ir a la vida terrena, y que descubre la maravilla de la existencia en el mundo gracias a su accidental encarnación en el cuerpo de Joe.
Lo que para unos podría ser novedoso, es en realidad una repetición, por cierto, con diferentes inflexiones, de una fórmula que Pixar usa desde “Ratatouille” (Brad Bird, 2007): un personaje que se pone en la piel de otro, o que utiliza a otro para realizar o experimentar lo que no puede hacer por sí mismo. Es en este uso casi ortopédico de otra persona, que se produce una experiencia que las transforma a las dos.
Hay otras novedades en este filme, y tienen que ver, sobre todo, con las estancias del limbo espiritual. Formalmente, Docter hace de este ámbito una especie de alternancia de mundos etéreos de texturas virtuales. Debe ser este el primer diseño animado del trasmundo celestial que trasunta las tipologías del uso lúdico de una computadora, con sus ventanas, hologramas, divisiones luminosas y líquidas de un espacio digital y transparente.
El principal reparo que yo haría al filme no tiene que ver con su aspecto visual, sino con el diseño de este limbo como una gran industria que tramita la iniciación terrenal de las almas. Hay varias dependencias de coaching, toda una logística competitiva y especializada, y una burocracia empresarial, cuyo sentido no queda del todo claro, y uno no sabe si hay aquí una idealización, o una crítica de la lógica corporativa.
Pero lo principal de “Soul” no está en el mundo de almas, sino en el juego rocambolesco de ir y venir entre la dimensión espectral y Nueva York. Gracias a la música de Trent Reznor y Atticus Ross, el despertar existencial de Joe y 22 tiene el impulso lírico adecuado, y la cinta logra un desenlace sutil, que hace olvidar los problemas previos. Otro reparo que podría hacerse tiene que ver con la naturaleza demasiado “buena” y “modélica” de un protagonista afroamericano que debió tener algunas sombras que lo enriquezcan. Aun así, y con más virtudes que defectos, “Soul” merece verse.
LA FICHA:
Título original: “Soul”.
Género: animación.
País y año: EE.UU., 2020.
Director: Pete Docter, Kemp Powers.
Voces: Jamie Foxx, Tina Fey, Graham Norton, Angela Bassett.
Nominada en la categoría: Mejor película animada