Su entierro, ocurrido hace 1.200 años, fue un gran acontecimiento. Sus colaboradores lo prepararon todo. La tumba fue pintada de rojo y amarillo, se dispusieron diez nichos con ofrendas de cerámica y su ataúd fue minuciosamente recubierto con placas metálicas en formas de olas geométricas.
El director del proyecto arqueológico San José de Moro, Luis Jaime Castillo, menciona que uno de los aportes más significativos de la tumba de la sacerdotisa, encontrada hace una semana en San José de Moro, Lambayeque, radica en que se trata de un contexto funerario diferente a los encontrados en años anteriores.
Por ejemplo, para impresionar a los súbditos que habitaban en el período Moche Tardío, en la parte superior del féretro colocaron una máscara, placas de cobre dorado y peculiares objetos metálicos con la representación de aves marinas.
En la parte superior se encontraron dos penachos que representan un ave pescadora en picada, que varios siglos después también se halló en contextos de Lambayeque. “Se convirtió en uno de los íconos más representativos de esta cultura”, dijo Castillo.
Según las primeras indagaciones, la tumba de cámara fue debidamente diseñada con una entrada y en ella se montó una exposición donde cada pieza fue colocada ordenadamente, cumpliendo una función.
El investigador explica que el recinto habría sido utilizado para realizar ceremonias como la colocación de ofrendas por parte de los súbditos.
El arqueólogo responsable de la excavación, Julio Saldaña, señala que el descubrimiento confirma que San José de Moro es un cementerio de élite de Mochica Tardío y que las tumbas más ricas pertenecen a mujeres.