No existe negocio que no aspire a obtener una tasa de rentabilidad por su inversión superior a su costo de capital. Esto, en otras palabras, implica obtener utilidades en el mediano o largo plazo que estén sobre el valor monetario de todos los factores productivos en los que ha invertido y que, por tanto, compense la rentabilidad mínima que dicho inversionista espera, de modo tal que lo incentive a postergar su consumo y asumir el riesgo de emprender.
Desde la perspectiva económica de una adecuada asignación de recursos, no solo las expectativas de generar utilidades son importantes sino también la amenaza de pérdida que puede llevar a la quiebra. Ambos incentivan a cualquier emprendedor, en una economía de libre mercado, a producir al menor costo y vender al precio que los consumidores están más dispuestos a pagar. Ergo, la búsqueda per se del tan denostado concepto de lucro tiene un rol fundamental en la asignación eficiente de los escasos recursos. ¿Es la utilidad el precio a pagar por una mayor eficiencia?
Asimismo, la innovación es un subproducto de estos incentivos ya que bajo las reglas del libre mercado, incluso la empresa más rentable puede perder consumidores si no sigue innovando para evitar ser superada por sus competidores, con el costo de su potencial extinción.
Quizá acá esté uno de los mayores mal entendidos respecto del sistema capitalista, el cual tiende a ser catalogado como individualista y egocéntrico, cuando en realidad es todo lo contrario, puesto que el mismo genera cooperación social, ya que los empresarios, y en general todo individuo, antes de satisfacer la mayoría de sus fines, tendrá que pensar primero en cómo satisfacer los fines de los demás, ya sea entregando un bien o servicio – como su trabajo – que sea demandado y le genere valor para quienes lo adquieren.
He aquí un axioma fundamental del libre mercado: cada individuo debe preocuparse por satisfacer los fines de los demás antes que los suyos. Por tanto, el libre mercado es un sistema que promueve la cooperación mutua, pero su origen es, paradójicamente, el incentivo del interés propio. En palabras de Adam Smith, “no es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”.
Cuando Aeropuertos del Perú tomó la concesión de 12 aeropuertos regionales, uno de sus objetivos era rentabilizar dichos activos. Para lograr tal fin priorizó satisfacer la principal necesidad que demandaban sus clientes: la seguridad de sus operaciones. En los primeros años de concesión se invirtieron US$45 millones, tanto en equipamiento como en la mejora de la infraestructura existente, con el objetivo de elevar los estándares de seguridad. Los resultados: un quiebre estructural donde las operaciones aeroportuarias de sus principales clientes, las aerolíneas, crecieron generando una tasa de crecimiento de pasajeros promedio anual del 14% versus una tasa cercana a cero en los años previos a la concesión. ¡El empresario genera valor para sí mismo, pero sobre todo para el resto de la sociedad!
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