De Kumamoto quizá solo sepas que es una región ubicada en el extremo sur del Japón. Si haces un poco de memoria, quizá también recuerdes que Naoichi Minami, padre de Kenya Alberto Fujimori, llegó al Perú en 1920 desde esa prefectura japonesa para intentar labrarse un futuro en los campos de cultivo de algodón de Paramonga, y que a esa misma región volvió en 1934 para casarse con la joven Mutsué Inomoto, futura madre del ex presidente peruano. Ahora, si has leído el libro Ciudadano Fujimori, de Luis Jochamowitz, sabrás que 19 días después de ganar las elecciones de 1990, Alberto Fujimori realizó una rápida gira por el Japón, que incluyó una visita fugaz a la tierra de sus padres, donde –además– fue declarado ‘hijo predilecto’ de la aldea de Kawachi-machi.
La relación entre el Perú y la historia de la migración kumamotana a nuestro país es, sin embargo, mucho más grande y compleja que el ya por sí complejo episodio de la procedencia familiar de los Fujimori. De hecho, gran parte de esta comunidad peruano-japonesa estuvo en contra de la postulación de Fujimori a la presidencia. Los descendientes de las primeras generaciones de migrantes aún recordaban las historias que sus padres y abuelos les contaron sobre las consecuencias de la guerra. En los años 40 del siglo pasado, miles de japoneses (y muchos hijos peruanos de estos) fueros deportados de nuestro país y los que quedaron lo perdieron casi todo. Así que la comunidad peruana de Kumamoto temía que la participación de uno solo de ellos pueda tener desenlaces negativos contra todos los demás, como –de alguna manera– ya había ocurrido tras el ataque a Pearl Harbor.
“En la comunidad japonesa trabajamos siempre unidos: inmediatamente nos unimos y lo que siente uno se transmite y lo siente el otro. En esa época sentimos el temor y luego sentimos la vergüenza”, recuerda Yaeko Tsuchikame de Hiraoka, presidenta de Perú Kumamoto Kenjinkai.
Pero decíamos que la historia de Kumamoto y nuestro país es mucho más grande y compleja. Con precisión podemos señalar que sus orígenes se remontan al 20 de junio de 1903, fecha en la que 202 ciudadanos japoneses de esa región emprendieron una travesía por mar hacia el Perú desde el puerto de Kobe. Compatriotas suyos de otras regiones se habían lanzado a la aventura hacia el nuevo mundo desde finales del siglo XIX tras un acuerdo comercial firmado por ambos países: el Perú, que necesitaba mano de obra para las haciendas; y el Japón, que vivía una grave crisis demográfica.
Cuentan los relatos de aquellas épocas que a los migrantes japoneses se les decía que “trabajando cuatro años en el Perú podrían volver a Japón a vivir tranquilos y sin laborar por lo menos durante dos años”. Claro que, al final, la realidad poco se acercaba a las promesas. Pese a las dificultades que de plano tenían que enfrentar desde su arribo a alguno de los puertos peruanos, como las diferencias del idioma, las costumbres y hasta la comida, a esos 202 kumamotanos les sucedieron otros casi 3 mil más hasta 1939. Todos jóvenes y solteros. De hecho, esta última condición de los migrantes (la de solteros) da pie para hablar de una curiosa costumbre que por aquellas épocas practicaban los japoneses migrantes: la de elegir esposas por foto y hacerlas venir al Perú por mar. El encuentro entre los futuros esposos migrantes (quienes, muchas veces, nunca se habían visto antes en su vida) lo relata bellamente Jochamowitz en su libro: “Los arribos de las naves que venían de Yokohama (puerto japonés) producían los mas ruidosos y desordenados desembarcos del puerto. La confusión del encuentro entre los que llegaban y los que recibían hizo que las autoridades portuarias dictaran medidas restrictivas. Los solteros, que no habían podido evitar la tentación de encargar una novia por catálogo fotográfico, eran los primeros que querían subir a bordo. Las jóvenes llegaban con el kimono más floreado y los zapatos de madera; llegaban rigurosamente preparadas para ese encuentro”.
Son estas primeras mujeres migrantes las que traen al Perú las comidas tradicionales de su país. La ausencia de algunos de los ingredientes fue dando paso, poco a poco, a lo que hoy llamamos comida nikkéi o comida fusión entre la japonesa y la peruana. Si bien la primera parada de los inmigrantes kumamotanos (y del resto de japoneses) era alguna de las haciendas algodoneras o de caña de azúcar, más temprano que tarde ellos se trasladaron a las ciudades para abrir diferentes negocios: sastrerías, florerías, peluquerías, estudios fotográficos, etc.
Una de las formas que tenían para apoyarse entre migrantes fue el famoso ‘tanomoshi’ (pandero), gracias al cual un kumamotano por vez podía contar con el capital suficiente para desarrollar su comercio. “Después de la Segunda Guerra Mundial, el ‘tanomoshi’ fue para nosotros una forma de poder volver a empezar”, cuenta Guillermo Nomura Araki.
Si bien los acontecimientos posguerra marcaron una ‘interrupción’ en el progreso de los kumamotanos que llegaron hasta nuestro país el siglo pasado, tras la restauración de las relaciones entre el Perú y Japón las cosas retomaron su curso. Hoy, al cumplirse 115 años de la inmigración kumamotana al Perú, se calcula que en nuestro país existen unos 5 mil peruanos descendientes de esos primeros 202 ciudadanos que el 20 de junio de 1903 se treparon a un barco en el puerto de Kobe con las esperanzas puestas al otro lado del Pacífico. Parte de todas estas historias familiares han sido recogidas en el libro 115 años de inmigración kumamotana, editado por la asociación Perú Kumamoto Kenjinkai. En estos días, además, llegarán a nuestro país las más altas autoritades de Kumamoto para participar en diferentes actividades celebratorias. “Lo que nosotros intentamos es mantener vivo ese espíritu japonés con el que fuimos educados y que nuestros antepasados estén orgullosos de nosotros desde donde están”, finaliza Yaeko de Hiraoka. //