Es un gesto tan antiguo y universal que debe remontarse a nuestras épocas de felices primates descubriendo un mundo nuevo. Una palma levantada en contra de otro es lo que instintivamente hacemos cuando queremos mostrar distancia, desagrado o rechazo. Es el polémico gesto que la presidenta del Congreso, Maria del Carmen Alva, le obsequió al presidente Pedro Castillo a la salida de una reunión protocolar en Palacio Legislativo, que le ha ganado todo tipo de críticas.
MIRA: Alva sobre Pedro Castillo: Coincidimos “en la preocupación” por la “reactivación, salud, educación y lucha anticorrupción”
Lejos de querer explicar el posible inconsciente freudiano traicionero de la acciopopulista, bautizada desde ya en Twitter como “Malcricarmen”, se pueden decir dos cosas a colación. Lo objetivo es que el MINSA desaconseja en tiempos de pandemia los saludos físicos (va tanto para el saludo de codo como el de puño, que usamos todos y es más peligroso aún). El ministerio prefiere que nos toquemos el corazón. Lo subjetivo es que en política -y en la buena educación en general- los gestos importan. No hay que ser perspicaz para notarlo.
Hagamos un pequeño repaso a algunos desplantes políticos y malas decisiones de comunicación interpersonal que causaron estragos.
Alfredo Barnechea y el chicharrón de la discordia
En junio del 2016, el entonces candidato presidencial Alfredo Barnechea, de Acción Popular -el mismo partido de Alva-, se encontraba en Cañete, tierra de chanchos generosos, como parte de su campaña. Todo iba bien hasta que una entusiasta cocinera, Doña Lidia Cisneros, se le ocurrió ofrecerle al político un trozo humeante de chicharrón. ¿El gesto de este? Alzar la mano y alejar el porcino de su vista. El político no pudo sobrevivir a este episodio de desprecio a la culinaria local y su estrella electoral se eclipsó. Tanto le afectó que el 2020, cuando arrancó su precandidatura presidencial lo hizo comiendo chicharrón en San Martín de Porres. Un mes después retiraba su candidatura.
Toledo vs García: el abrazo infraterno
En mayo del 2001, Alan García y Alejandro Toledo, los candidatos de segunda vuelta, se midieron en un debate tan áspero como anticipado. Hacia el final, cuando el moderador Guido Lombardi los invitó a darse un abrazo fraterno, ocurrió una escena insólita. El aprista, de 1.93 m, cogió al pequeño Toledo, de 1.65 m, y lo zarandeó ante cámaras en una muestra rara de dominio físico solo comparable a la que se regalan nuestros primos del zoológico. Se oye al ex presidente Toledo decirle “suéltame, suéltame”, entre dientes, mientras el otro le replicaba “Has estado muy agresivo”. “Y eso que no he descargado todo, no te preocupes”, repuso Toledo. El peruposibilista al final se terminó imponiendo ante el aprista en las ánforas.
Lourdes Flores: exabruptos y gestos que salen caro
El caso de Lourdes Flores Nano es digno de estudio en muchas facultades de comunicación del país, en la parte dedicada a cómo perder una elección en pocos días. La abogada y ex congresista tiene un know how interesante al respecto: se recuerda mucho la frivolidad aparente de esa entrevista que dio en la piscina de su casa (en la que su padre, además, tuvo expresiones racistas), la vez que fue a una playa y una ola la revolcó, o la ocasión en que tuvo la fineza de sugerir que los limeños se metan “la alcaldía al poto” pues era un cargo que no le interesaba. Le sirvió bien el escándalo porque no ganó.
Los dedos de Fernando Olivera son noticia
El hecho ocurrió el 2004 en la puerta del Hotel Bolívar. El entonces embajador de Perú en España, Fernando Olivera, al verse abucheado por un grupo de curiosos cerca a su auto, les mostró sus dos dedos índices, en movimiento y en sincrónica armonía. Es el gesto de la gente antigua para indicar una mentada de madre o algo mucho peor. Olivera fue denunciado en aquella época por actos contra el pudor público, a petición del ciudadano Oscar Prado, que aseguro haberse sentido indignado por lo visto, pero el juez desestimó la demanda al no considerarla delito.