La mañana del 14 de octubre de 1972, los lectores de El Comercio se despertaron frente a una noticia insólita, un poco perdida en la página once del diario: “Se extravió avión uruguayo que transportaba equipo de rugby a Santiago de Chile”. El titular, si bien preocupante, se sentía aún lejano y no tenía todos los elementos noticiosos como para saltar a la primera plana. En el Perú, la opinión pública se entretenía con los rumores de un posible fin de la guerra de Vietnam, una gran huelga en Chile, la inauguración de la recordada ‘lagunita’ de Barranco, y la noticia de un lord inglés que aseguraba tener una copia de la “Mona Lisa”, firmada por el mismo Leonardo, en la sala de su casa.
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A miles de kilómetros y a más de 4.000 metros de altura, en la frontera de Argentina con Chile, los sobrevivientes de la tragedia aérea despertaban a una realidad distinta. Era su primera de muchas mañanas en ese infierno blanco, congelados, y haciendo el trágico conteo de los que no sobrevivieron la noche. Iban 42 en el avión que salió de Montevideo, en su mayoría jóvenes deportistas que apenas unos años atrás habían dejado la adolescencia. El relato de lo que vivieron en esos dos meses que estuvieron perdidos en los Andes, olvidados por el mundo, se ha expuesto varias veces en reportajes, crónicas, libros y, desde luego, películas.
En los años 90, la cinta “Viven” contó esta historia, apoyada en actores estadounidenses y con los elementos del cine de aventuras. Ahora, Netflix ha vuelto sobre lo mismo en “La sociedad de la nieve”, de J. A. Bayona, pero con intérpretes uruguayos y argentinos y destacando más el lado humano, la camaradería masculina y la capacidad de resistencia de nuestra especie. La película ya es la décima más vista en la historia de la plataforma, y solo tiene dos semanas de estrenada.
La historia de cómo vivió el público de aquel entonces este suceso descansa en los archivos. Para recordarlo, había que consultar el Archivo Histórico de El Comercio y la hemeroteca de la Biblioteca Nacional. Así nos enteramos de que la desaparición de la nave movilizó las rotativas solo durante tres días; en ese momento, al no haber más detalles que destacar, los medios dejaron de informar. Las operaciones de socorro también fueron suspendidas a los diez días del accidente. Se presumía que no podía haber nadie vivo. Los medios peruanos y la vida misma siguieron su curso.
El año pasado, el sobreviviente Roy Harley, quien era el “ingeniero” del grupo, le contó a la agencia Swissinfo sobre el día que dejaron de buscarlos. Ellos se enteraron por una pequeña radio que habían reconstruido: “Pensás que sos el centro del mundo, que todo el mundo se debe haber detenido por ti, y es increíble. Uno piensa: se cayó un avión y el mundo debe estar buscándote. Pero no, el mundo siguió girando y viviendo”. Para ellos, que los dejaran de buscar fue de alguna forma su salvación: supieron que de ese momento en adelante dependía solo de ellos el salir de ahí. Los dos más fuertes, Nando Parrado y Roberto Canessa, emprendieron el difícil viaje al oeste, caminando por la cordillera, y diez días después fueron encontrados.
EL MILAGRO DE NAVIDAD
La portada de “La Crónica”, el medio sensacionalista de la época, lo puso en letras grandes sobre un fondo naranja: “Hallan vivos a 16 de un avión que cayó con 45″. Nadie lo podía creer y la noticia se extendió por todos lados. Era el 23 de diciembre, la gente estaba contenta, haciendo sus compras por las fiestas. En los cines se hacían colas para ver “Willy Wonka y la fábrica de chocolates” y “La conquista del Planeta de los Simios”. Se oían villancicos en las calles. No había forma de no relacionar el rescate de los uruguayos con algo extraordinario, un hecho casi divino: “El milagro de Navidad”, destacaron “La Nueva Crónica” y “La Prensa”.
El Comercio también colocó la noticia en su portada del 23 de diciembre, pero en cobertura fue mucho más allá que el resto. Dedicó las siguientes cinco ediciones a contar toda la historia, como si fuera una novela por entregas. Eran notas a página completa, acompañadas por infografías e ilustraciones de todas las peripecias que los jóvenes tuvieron que soportar.
Aunque las primeras noticias en el Perú eran de júbilo, el espejo de a pocos se fue empañando entre montañas de suspicacias. Parrado y Canessa contaron primero que habían consumido insumos que encontraron en el avión para sobrevivir, pero los medios hablaban de datos poco congruentes en sus relatos. Los socorristas chilenos se negaban a hablar de lo que habían visto en la escena del desastre y solo una de ellos, llamada Claudia Lucero, se limitó a expresar a la agencia EFE que había presenciado “algo terrorífico”.
El 25 de diciembre, el morbo contenido estalló y se terminaron las frases dichas a media voz. El Comercio publicó en el mismo día de Navidad: “Se hace cada vez más evidente que los 16 sobrevivientes practicaron antropofagia”. Uno de los grandes tabúes de la humanidad de pronto se volvió el tema de conversación en las mesas limeñas, junto al pavo y el panetón.
Ante la avalancha de cuestionamientos, los supervivientes ofrecieron una conferencia el 28 de diciembre en la que admitieron el hecho. Lo compararon con el acto de la eucaristía, además de recalcar que no había otra forma en la que hubiesen podido sobrevivir. La noticia, que había causado una alegría ciega en un inicio, se volvió de pronto polarizante y desató un debate tremendo en los medios y en las casas. En los días siguientes, los psicólogos serían invitados a dar su posición, y algunos sostenían que no había forma de salir bien librado mentalmente de esa experiencia.
Finalmente, fue la Iglesia la que de alguna forma salió a zanjar el tema. El 29 de diciembre de ese año, un teólogo del diario del Vaticano (“L’Osservatore Romano”) señaló que lo que hicieron los chicos no era un pecado si se trataba de proteger su vida.
Al día siguiente, la prensa peruana reportó que el obispo auxiliar de Montevideo, Andrés Rubio, absolvió de culpas a los 16 supervivientes. “¿Qué haríamos nosotros en una situación semejante?”, se preguntó, comprensivo, el monseñor. La respuesta, a cincuenta años de este suceso, sigue siendo desafiante. //
Un 24 de diciembre de 1971, el Perú se conmovía con la noticia de una tragedia aérea: un avión de la aerolínea Lansa que había partido de Lima con destino a Pucallpa se había estrellado. La única sobreviviente fue la ciudadana alemana Juliane Koepcke, de tan solo 17 años, quien deambuló por la selva durante diez días, siguiendo el curso de un arroyo que luego se convirtió en un río. Su historia fue llevada al cine en 1974 en la película “Los milagros aún suceden”.