“¿Y qué pasa si Perú campeona?”, disparó sin anestesia un periodista amigo, haciéndose eco de lo que por estos días se lee en las redes y se escucha en cualquier conversación, hasta de personas que uno supone con ciertos conocimientos futbolísticos.
Ver a la selección jugando con aplomo, sin arriar su emblema más sagrado –el toque– aún en los momentos más complicados, parece irreal. Tamaña belleza luego de tantas desgracias desparramadas en los últimos 36 años resulta difícil de asimilar.
Pero entre este presente esperanzador y un futuro con Paolo o el ‘Mudo’ levantando la Copa del Mundo, existe una distancia gigantesca. Aún mayor de la que separa Lima de Moscú.
No es conformismo ni mala leche. Es solo un poco de sentido común, ese que parece faltarle a tantos en esta recta final.
Basta con revisar el costo de franceses, españoles y alemanes, o fijarse en qué equipos juegan para tener una idea de las diferencias. El fútbol no guarda mucho espacio para las sorpresas.
Por eso preocupa lo que ocurra si a la selección le va mal. Sí, hablo de quedar eliminados, algo que ningún peruano desea, pero que es una posibilidad latente que no podemos negar.
Aguardo que los elogios no se transformen en insultos. Que si los chicos de Gareca deben volver con la frustración a cuestas, no los convirtamos en indignos de vestir la bicolor.
¿Creen que exagero? El hincha, y un sector de nuestra querida prensa, es especialista en hacerlo. La desmesura, en ambos extremos, es el verdadero deporte nacional.
¿No me creen? Va una pista: hace un tiempo hicimos lo mismo. Ocurrió 36 años atrás.
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