[Este texto fue publicado en “El Dominical” el 8 de enero del 2017 por los 75 años de Stephen Hawking]
Es un ejemplo del auge de la ciencia. No solo por ser uno de los cerebros más dotados del mundo, sino porque su existencia misma depende del avance de la medicina y la tecnología. Condenado por una esclerosis amiotrófica, una enfermedad degenerativa que lo comenzó a atacar desde los 21 años, y que lo ha convertido prácticamente en un hombre inmóvil, Stephen Hawking vivía por y para la ciencia.
“No estoy de acuerdo con la idea de que el universo constituye un misterio que cabe intuir pero que jamás llegaremos a analizar o comprender plenamente. Esa opinión no hace justicia a la revolución científica iniciada hace casi cuatro siglos por Galileo y desarrollada por Newton”, dijo antes de cumplir 75 años. Y en su caso decir algo es ya una proeza. Hawking escribió esta frase mediante contracciones de mejilla que, detectadas por un pequeño sensor muscular instalado en sus lentes, usa para seleccionar cada letra. Este proceso es su único medio de comunicación después de la traqueotomía que tuvieron que hacerle en 1985, y que lo dejó incapaz de hablar.
Con este método, puede escribir un máximo de tres palabras por minuto. Así Hawking ha escrito cerca de diez libros de difusión científica; se cuenta entre ellos el bestseller Breve historia del tiempo, que ha vendido más de 10 millones de copias y ha sido traducido a 40 idiomas. A partir de entonces, su estatus de ícono pop es evidente: ha aparecido en episodios de las series Star Trek: The Next Generation (nada menos que jugando póker con Albert Einstein e Isaac Newton) y The Big Bang Theory, así como en las series animadas Futurama y Los Simpson. Aunque su historia de superación y su pasión científica son indudables, no deja de ser válida la pregunta: ¿por qué este científico se ha vuelto tan famoso, en una época en la que —como sostiene el propio Hawking—, si bien la mayoría de la gente aprecia la utilidad de la ciencia, también la teme, la malinterpreta y la desconoce?
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—Polémico destino—
Algunos creen que en la popularidad de Hawking hay cierta predestinación. El 8 de enero de 1642 murió, entre la ceguera y la fiebre, Galileo Galilei. Vivió sus últimos ocho años bajo arresto domiciliario, condenado por la Inquisición romana. Exactamente 300 años después nació el primogénito de una pareja de graduados de Oxford, Stephen William Hawking, quien con el tiempo sería el mayor de cuatro hermanos. No se puede evitar intuir un sentido profundo en esa coincidencia: después de todo, ambos no solo se dedicaron al estudio de las leyes que gobiernan el universo, sino que Stephen también tuvo que vérselas con la Iglesia católica.
A los 33 años, sería contactado no por la Inquisición, sino por la Pontifica Academia de las Ciencias, que le otorgó la medalla Pío XI, con la que se condecora bianualmente a los más prometedores científicos menores de 35 años. Indignado por el caso de Galileo, Stephen estuvo a punto de rechazar el premio pero decidió aprovechar la oportunidad para hacer un gesto de protesta: cuando llegó al Vaticano, demandó que se le mostraran las actas del proceso de la Inquisición contra Galileo. Hay quienes especulan que este gesto motivó a que cuatro años más tarde, en 1979, el entonces papa Juan Pablo II anunciara un nuevo estudio del famoso caso, que terminaría con el perdón a Galileo.
A Hawking le han comentado más de una vez este paralelo. Y su respuesta la ha dado en su autobiografía titulada Breve historia de mi vida: “Calculo que aproximadamente otros doscientos mil bebés también nacieron ese día. No sé si alguno de ellos estuvo luego interesado en la astronomía”.
Y a pesar de pertenecer a la Pontificia Academia de las Ciencias como miembro activo, el 2014 se declaró ateo. “La ciencia me resulta más convincente que Dios”, dijo entonces. Y en la página web oficial de la academia científica, ha escrito que “no hubo singularidad ni un evento único que pueda ser identificado como la creación [del universo]. En su lugar, uno podría decir que el universo fue creado de la nada cuántico-mecánicamente”.
Pero no solo ha entrado en controversia con la Iglesia, sino también con algunas ramas del saber como la filosofía. Hace seis años, Hawking escribió en el prólogo de su libro El gran diseño: “[L]a filosofía ha muerto. La filosofía no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física. Los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda de conocimiento”. De forma más extrema aún, Hawking calificó a los filósofos de la ciencia como “físicos frustrados a quienes les resultó demasiado difícil inventar nuevas teorías”. Sin embargo, en el mismo prólogo contextualizó sus afirmaciones diciendo que los filósofos “no han sido muy amables” con él, tildándolo de “nominalista, instrumentalista, positivista y realista” por las teorías que compartía en sus libros de divulgación. Al margen de estas tensiones, es innegable que la ciencia y las humanidades han tomado caminos separados en la academia desde hace buen tiempo, y quizá sea prudente ver en el enfado de Hawking más bien una invitación a un trabajo en común más estrecho.
Quizá lo que más ha contribuido a su consolidación como ícono pop ha sido su disposición para discutir temas que la mayoría de físicos ‘serios’ evita. Por ejemplo, ha opinado sobre los ovnis, sobre la vida extraterrestre, sobre el desarrollo de la inteligencia artificial y sobre los viajes en el tiempo. Para desilusión de los fans de la ciencia ficción, Hawking sostiene que esto último resulta físicamente improbable (y, lógicamente, lo descarta recurriendo a la ya clásica pregunta: “¿Entonces dónde están los turistas del futuro?”), pero alentando sus ansias de especulación científica, el físico sostiene que esa es una pregunta que los físicos “deberían ser libres de discutir sin que se rían de ellos o los ridiculicen. Incluso si resulta que el viaje en el tiempo es imposible, es importante que sepamos por qué es imposible”.
—Retrato de un muchacho impertinente—Esa curiosidad ante el funcionamiento de las cosas y de irreverencia ante los cánones de lo que es ‘aceptable’ pensar acompañan a Hawking desde su infancia. Su historia de superación, por otro lado, no comienza aquí: Stephen vivió una infancia tranquila, si no privilegiada. Vivía en Highgate, una zona en la que se congregaba la clase intelectual británica, y construía modelos de aviones y barcos, obsesionado por averiguar cómo funcionaban. “Si sabes cómo funciona el universo, lo controlas, de alguna forma”, ha declarado Hawking, recordando aquellos años de infancia.
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En algún momento este niño altanero y curioso llegaría a vivir en la casa que el poeta y experto en mitología Robert Graves tenía en Mallorca. Sucede que su madre era amiga de Graves y dejó a su hijo por tres meses ahí. En ese entonces Graves había contratado un tutor para sus hijos, quien les guiaba en el estudio y lectura de la Biblia, debido a su valor lingüístico y poético. Stephen, sin embargo, no se mostró de acuerdo. “¿Qué valor lingüístico podía tener si ya no se hablaba de esa forma?”, le reclamó al tutor.
Stephen, definitivamente, era lo que hoy en día se conoce como un sabelotodo, y así actuó durante sus primeros años de carrera en Oxford. Estudiaba poco (Hawking se defiende diciendo que, en esa época, estudiar era una marca de deshonor en Oxford: se supone que uno fuese lo suficientemente genial como para mantenerse entre los mejores sin hacer el mínimo esfuerzo), formaba parte del equipo de remo y se aburría. Entonces cayó en el nihilismo y se convenció de que no había nada por lo que valiera esforzarse demasiado. Egresó de Oxford sin problemas. Pasó un examen oral para el que no estudió e ingresó al posgrado de Cambridge. Pero ya desde entonces había señales de un destino trágico para el joven Hawking.
—La pasión de un físico desencantado—
“Deja la cerveza”, le dijo el primer doctor al que acudió después de caerse de las escaleras en su último año en Cambridge. Había notado que cada vez sus movimientos eran más torpes, pero trató de ignorarlo. Sin embargo, en el posgrado su torpeza empeoró. Poco antes de cumplir los 21 años, estaba de visita en casa de su familia por Navidad. Entonces se cayó mientras esquiaba. No volvió a levantarse más. Dos semanas después los médicos le dijeron que era víctima de una rara enfermedad degenerativa, y que se pondría peor. Su vida sería corta. Hawking se desesperó. Comenzó a escuchar música de Wagner y perdió la voluntad para seguir sus investigaciones en Cambridge. En ese momento de desesperación, lo calmó el recuerdo de un niño con leucemia, con el que había compartido cuarto en el hospital. Comprendió que él al menos seguía con vida, y que debía aprovecharla todo el tiempo que pudiera.
Entonces, escribió un ensayo que ganó el Premio Adams en Cambridge, y que significó el primer gran paso en sus investigaciones. Ese ensayo fue la semilla del libro La estructura a gran escala del espacio-tiempo, del cual George Ellis es coautor, y que fue publicado en 1973. El libro explora la aplicación del concepto de causalidad en la estructura del espacio-tiempo, y desarrollaría una línea de pensamiento que llevaría a los futuros grandes desarrollos de Hawking: entre ellos, en 1974, a la llamada radiación de Hawking, que consiste en la postulación y la comprobación teórica de la idea de que los agujeros negros no permanecen así para siempre, sino que lentamente se ‘difuminan’, perdiendo su energía al emitir radiación.
Al menos en su caso, la ciencia se equivocó. Hawking no murió y ha llegó a los 75 años con gran vitalidad, y desarrollando teorías sobre los agujeros negros y sobre el origen del cosmos. Aunque, claro, él dice que la palabra origen es engañosa: en su modelo, el universo no tiene un ‘punto’ de origen, sino un extremo en el que se cierra, así como el planeta no tiene un ‘origen’, sino solo polos Sur o Norte, a partir de los cuales se puede avanzar más hacia un lado o hacia el otro.
Ser diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica, de cierta forma, le hizo salir del nihilismo brumoso en el que se había enfrascado y pronto se vio a sí mismo esforzándose por vivir. Su existencia se convirtió entonces en una lucha permanente. “Para mis colegas, soy solamente otro físico, pero para el público en general, me he convertido en posiblemente el más conocido científico del mundo. Esto es en parte porque los científicos, aparte de Einstein, no son ampliamente conocidos, y en parte porque encajo en el estereotipo del genio inválido”, ha dicho.
—Retazos de humanidad—
Stephen Hawking ha tenido dos matrimonios y tres hijos. Si bien el relato de su primer matrimonio se ha popularizado gracias a la película La teoría del todo (2014), esta se toma muchas libertades y llega a suavizar las tensiones que existieron entre Stephen y Jane, su primera esposa. La película de la BBC Hawking (2004), en la que Benedict Cumberbatch interpreta al físico, se acerca un poco más a lo sucedido pero ninguna logra captar la irritabilidad que tenía Hawking durante los primeros meses de su enfermedad (cuando dejó de caminar, solía andar en el campus a toda velocidad con su silla de ruedas, muchas veces chocándose y cayéndose, sin poder levantarse) y mucho menos la ansiedad que sufría Jane una vez que estuvieron casados. Jane sufría de depresión, al saber que eventualmente su esposo iba a morir y no saber cómo iba a poder mantener a sus hijos. Cuando nació el tercero, decidió llevar a Jonathan Jones, un músico local, a casa de ambos, en preparación para cuando Hawking falleciera. Él lo consintió. Con el tiempo, sin embargo, Hawking dejaría a Jane para irse con Elaine Mason, una enfermera suya. Cinco años después, las dos parejas se casarían. En el 2006, Hawking ya se había divorciado de Elaine.
“Había cuatro en el matrimonio”, declaró Jane el año pasado para The Guardian. Los cuatro eran ella, Stephen, su enfermedad degenerativa y la física. Jane recordó entonces que la esposa de Einstein había citado a la física como causal de divorcio para separarse de él. El deseo de comprender cómo es que funciona el universo parece ser un deseo obsesivo para este tipo de genios. En el caso de Hawking hay que decir que esta obsesión ha sido lo ha que lo mantuvo con vida.