Es el 1 de abril de 1980. En toda la casa se corre un rally: mamá mira cómo hierve la avena Quaker, mientras termina de preparar la lonchera con B de Basa; papá alcanza los Invencibles de Koyama recién lustrados; en el medio de la sala, una maleta y las llaves del Volkswagen son los únicos testigos del último fin de semana de vacaciones en Huampaní. Todos corren, y nadie hace caso a Juan Ramírez Lazo, por radio Cora. Él, nuestro valiente, último de los cuatro hermanos frente al espejo luchando con los rulos que se planchan con Glostora, hace un rápido paneo en el cartapacio Monterrey: un cuaderno Atlas, el block Loro, la caja de colores Patita, los lápices Mongol y lo infaltable, la llave que abre para todas las puertas: su Coquito.
Así se va nuestro muchacho al colegio. Antes de salir, apaga Buenos días, Perú. Es el 1 de marzo del 2018. En toda la casa se corre un rally: mamá revisa su WhatsApp mientras busca en la alacena unas galletas y un jugo de naranja en caja; papá responde un e-mail con diplomacia y pide un Uber, la app de taxis que tiene en su celular. Al pie del ascensor del edificio de 10 pisos en el que viven, justo al lado del intercomunicador, un carry on chiquito parece decoración minimalista: encima, la copia de la llave de la 4x4 con la que toda la familia recorrió las dunas de Paracas, antes de acabarse las vacaciones. Nuestro valiente, entre la hipnosis frente a la TV y el corte que se hizo el viernes en una barber shop, hace un rápido paneo en la mochila de rueditas: un par de cuadernos sketch book y pintura al óleo, sus figuritas de Pókemon y unas zapatillas de badana para su clase de psicomotricidad. Entre ello, la brevedad, su pasaporte para conocer el mundo: un iPad.
Así se va nuestro muchacho al colegio. Antes de salir, él mismo busca su celular y actualiza su canal de YouTube.
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