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“Dos griegos entraron y salieron varias veces del fondo del Tajo, ante la presencia del emperador Carlos V, sin mojarse y sin que se extinguiese el fuego que llevaban en sus manos”.
Así fue reportado el que quizás fue el primer ensayo de un submarino, ocurrido en España en 1562.
Pero eso es todo. Para encontrar información sobre la construcción de un sumergible hay que adelantarse casi seis décadas, a 1620, y referirse a quien a menudo se cita como el inventor del primer submarino: el holandés Cornelius Drebbel (1572 - 1633).
Se piensa que su diseño se basó en un bote de remos con los lados levantados que se encontraban arriba, cubierto con cuero engrasado, con una escotilla en el medio, un timón y cuatro remos. Debajo de los asientos de los remeros había grandes vejigas de cerdo, conectadas a tubos que salían al exterior.
Para que la embarcación se hundiera, dejaban que se llenaran de agua las vejigas.
Lo que sigue siendo un misterio es cómo lograba mantener el suministro de aire.
Derbbel alcanzó a construir dos modelos más. El final podía estar sumergido por tres horas a una profundidad de 15 pies, tenía seis remos y podía llevar 16 pasajeros.
Casi cuatro siglos más tarde, ya no hay remos ni vejigas: la tecnología ha hecho de los submarinos virtuales robots de las profundidades.
Sin embargo hay algo que sigue siendo cierto: sean los 16 pasajeros de los 1600s o los hasta 160 de hoy, quienes viajan en estas máquinas tienen que aprender a sobrellevar la vida en espacios reducidos.
Y más aún en la actualidad, cuando pasan hasta 100 días seguidos en las profundidades del océano, durmiendo en camas del tamaño de un ataúd.
Lecciones de un experto
El Teniente Comandante Charlie Neve vivió esa experiencia y conoce trucos prácticos y psicólogicos efectivos soportarla.
Su “casa” más grande bajo el mar fue un submarino de 150 metros de largo, de 12 metros de ancho y 12 metros de altura.
El HMS Alliance era incluso más pequeño, con 86 metros de largo y 5 de ancho. Esta nave fue utilizada durante la Guerra Fría y fue la única que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial; ahora está en el Museo de Submarinos la Marina Real de Reino Unido.
¿Será que los submarinistas podrían enseñarnos cómo adaptarnos a la vida en espacios pequeños?
El submarinista debe aprender a compartir sus escasos metros cuadrados con mucha más gente que quienes no vivimos bajo el agua.
De hecho, en un submarino pueden llegar a convivir hasta unas 160 personas, además del amasijo de cables, tuberías, válvulas, motores y otros equipos, que a su vez restan espacio.
“Sueños de ataúd”
Los submarinistas normalmente sólo hacen unos tres viajes largos en el mar en un período de dos años.
Pero muchas veces, tras esas experiencias, sufren los efectos de haber vivido durante un gran número de días en espacios muy limitados.
Para la mayoría de quienes no habitamos en las profunidades marinas, una cama sencilla mide 90cm x 190cm.
En contraste, la litera en un submarino mide tan sólo 60cm x 180cm. Es por ello por lo que también se conocen como “ataúdes”.
“Mucha gente dice que solían tener 'sueños de ataúd' en sus literas”, le contó Neve a la periodista de BBC Sonia Rothwell. “Mi mujer dice que todavía los tengo”.
Además de lo “ajustado” de dormir en un ataúd, algunos submarinistas deben practicar lo que se conoce como “litera-caliente”.
Es decir, cuando alguien termina su turno de seis horas de tabajo y desea irse a dormir, se acuesta en un “ataúd” que acaba de ser utilizado por otra persona.
Y por si esa situación no fuera lo suficientemente extrema, hay otros retos en cuestión de espacio que los submarinistas también deben afrontar.
Seguramente, a muchos de quienes comparten viviendas de dimensiones limitadas esta situación les resulte familiar.
Usos duales
Una de las normas de oro es que, en la medida de lo posible, todo debe tener un uso dual.
Por ejemplo, los tubos de misiles cumplen la misión de refrigerador, manteniendo frías las latas de cerveza.
A su vez, los baños pueden utilizarse para almacenar equipos de limpieza.
Y la comida enlatada también es relativamente fácil de almacenar. “Puedes hacer una torre de latas y almacenarlas en los pasillos”, dice Neve.
En cualquier caso, la desventaja de esta estrategia es que el espacio disponible en esas áreas queda reducido a la “altura de las latas de frijoles”.
Vivienda y lugar de trabajo
Pero los submarinos no son sólo lugares en los que la gente vive; son también lugares de trabajo.
Las literas de tres alturas se incrustan en las paredes de los corredores y el espacio libre se limita a las áreas principales del submarino y a los equipos técnicos.
Tan sólo una fina cortina separa a quienes duermen de quienes tienen que trabajar.
En el caso de un submarino más antiguo y pequeño, como el anteriormente mencionado HMS Alliance, el área donde se encontraba la torre de mando y los periscopios medía lo mismo que una caseta de jardín.
En ese limitado espacio, podía haber unas 20 personas trabajando bajo circunstancias de alta presión en la simulación de un ataque, por ejemplo.
Ante todo, organización
Ajustarse a vivir en un lugar tan reducido, compartido con tanta gente, requiere ciertamente de un carácter especial.
Aquellos que son, de forma natural, más ordenados se adaptan mucho mejor que quienes son más caóticos.
“El primer consejo que daría a quienes deben compartir un espacio reducido es que comprendan que el nivel de organización y pulcritud es altamente necesario”, dice Neve.
El submarinista asegura que, el “típico adolescente desordenado” no estaría preparado para vivir en esas condiciones y asegura que es importante recordar que “los espacios reducidos se vuelven mucho más pequeños cuando se deja todo tirado por alrededor”.
Según Neve, el proceso de entrenamiento de la Marina Real suele eliminar, por lo general, a quienes son “patológicamente desordenados”.
Bajo el mar, dejar tus cosas tiradas puede ser realmente peligroso, en caso de que deba realizarse una inmersión de emergencia o haya que salir a la superficie inesperadamente.
A pesar de todo, algunas personas desordenadas consiguen llegar a trabajar en el submarino.
“Sus malos hábitos no duran mucho tiempo”, asegura Neve.
Si el simple hecho de convivir con colegas más organizados no cambia estas malas costumbres, entonces ciertas “acciones anónimas” suelen tener lugar, con el objetivo de que la persona reaccione.
“Estas tácticas pueden variar desde una palabra fuerte hasta otras acciones más retorcidas, como esconder objetos que algún compañero no dejó en su lugar correspondiente”, explica Neve.
“Cuando alguien dejaba siempre sus botas por ahí tiradas y no las colocaba en su taquilla, ya no estaban ahí cuando las necesitaba a la mañana siguiente”.
Además, esa persona encontrará una nota en el tablón de anuncios: “Un par de botas fueron secuestradas”. Y, según Neve, a menudo se pagaba el “rescate” con una barra de chocolate.
Cerca de su jubiliación y con el deseo de disfrutar de su tiempo en otro tipo de barco -una barcaza al norte de Inglaterra- Neve planea mantenerse en contacto con los marinos con quienes sirvió, a través de la apretada agenda de reuniones que el servicio organiza para este propósito.
Esta vez, afortunadamente, no habrá espacios limitados que compartir o falta de privacidad. Tampoco necesitarán dormir en “ataúdes”.
Y, sin embargo, Neve siente cierta nostalgia.
“Lo echaré de menos”, dice.