Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del transhumanismo. Y no es un debate menor para la humanidad.
En el 2003 se publicó en Estados Unidos un informe titulado 'La convergencia de las tecnologías destinadas a aumentar el rendimiento humano: nanotecnologías, biotecnologías, tecnologías de la información y ciencias cognitivas', que recomendaba con entusiasmo invertir dinero en dichas áreas.
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En el 2008, Google creó la Universidad de la Singularidad y luego, en 2013, una filial –Calico–, cuyo objetivo es aumentar la duración de la vida humana y luchar contra la vejez y la muerte. En abril del 2015, unos genetistas chinos hicieron un experimento con 83 embriones humanos para “reparar” y hasta “perfeccionar” células.
“Los progresos de las tecnociencias en este terreno tienen una envergadura y una rapidez inimaginable; son silenciosos, no llaman la atención de los políticos, y apenas de unos pocos medios de comunicación, de modo que ocurren a espaldas del común de los mortales y no son objeto de una regulación mínimamente coercitiva”.
Las palabras son del filósofo francés Luc Ferry ( 1951) y están en su libro más reciente en español, 'La revolución transhumanista' (Alianza), cuyo subtítulo da luces acerca de lo que hablamos: “Cómo la tecnociencia y la uberización del mundo van a transformar nuestras vidas”.
“Los transhumanistas militan, con el apoyo de medios científicos y materiales considerables, a favor de las nuevas tecnologías y del uso intensivo de las células madre, la clonación reproductiva, la hibridación hombre/máquina, la ingeniería genética y las manipulaciones germinales, las que podrían modificar nuestra especie de forma irreversible, todo ello con el fin de mejorar la condición humana”, escribe quien fue ministro de Educación de su país.
Lo primero que hace Ferry en su libro es advertir que esto no es ciencia ficción. Y lamenta que mucha gente todavía piense eso y no le preste la atención que sí le da, por ejemplo, al cambio climático o a los alimentos transgénicos. “Jamás han tenido el tiempo de ver lo que está pasando en el este de China y en Silicon Valley, lo que permite a Gafa (Google, Apple, Facebook y Amazon) desarrollarse tranquilamente sin que nadie los moleste”.
“Aun así –agrega–, el movimiento transhumanista ha cobrado una importancia considerable en Estados Unidos y ha suscitado miles de publicaciones, debates apasionados con pensadores de primera línea como Francis Fukuyama, Michael Sandel o Jürgen Habermas”.
“El proyecto fundamental del transhumanismo –continúa Ferry– es pasar de una medicina terapéutica, cuya finalidad es, desde hace miles de años, sanar, 'reparar', al modelo del aumento del potencial humano. No se trata solamente de mejorar la especie a través de drogas o de cirugías, sino de modificar a la especie tal como se hace con los granos de maíz genéticamente modificados”.
Y uno de los primeros objetivos “no solo es combatir el envejecimiento, sino alargar nuestras vidas hasta los 200 años, o más, recurriendo a la tecnomedicina e, incluso, a la ingeniería genética”.
¿Por qué en su libro liga transhumanismo y la llamada 'economía colaborativa'?
El transhumanismo y las aplicaciones de la economía colaborativa –como Uber, Airbnb, BlaBlaCar, etc.– son las mayores expresiones de una misma plataforma tecnológica, aquella de la tercera revolución industrial. Para ser claros: sin el tratamiento informático de los 'big data' y, sobre todo, sin la inteligencia artificial, no habría secuenciación del genoma humano, ni ingeniería genética ni economía colaborativa. Pero hay más: el transhumanismo y la economía colaborativa son proyectos filosóficamente cercanos. Se trata de pasar del destino sufrido a la libertad de elección, de la heteronomía a la autonomía. Con Uber o Airbnb, los particulares piensan arreglárselas bien entre ellos, sin intermediarios a los que perciben como parásitos. Lo mismo con el transhumanismo, y su eslogan fundador es elocuente: 'De la posibilidad a la elección' ('From chance to choice'), que dicho de otro modo significa: 'de la lotería genética ciega e injusta al dominio de su genoma'“.
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El filósofo recalca que el transhumanismo no es pura técnica, que detrás hay pensamiento, ideas, hasta compromiso político. Es, dice, “pasar del azar absurdo a la elección informada”, elegir el propio destino, corregir las desigualdades ligadas a la fatalidad genética “que distribuye de manera injusta y ciega las ventajas y desventajas”.
Por eso, Ferry se pone más allá de simpatías y partidismos. “Hablar de la pesadilla transhumanista es tan profundamente estúpido como hablar de la salvación transhumanista”, anota en su libro. Es más, al preguntarle sobre las críticas al transhumanismo que hace Francis Fukuyama, quien cree que amenaza la igualdad entre los seres humanos, Ferry dice: ”Él es parte de los defensores, creyentes o no, de una sacralización y enaltecimiento de la naturaleza humana (del genoma humano), pues piensa que iniciar la modificación de la naturaleza humana arruinará la moral universal. Ya que esta moral, para los tradicionalistas, no podría echar raíces más que en las características naturales comunes a la humanidad“.
Para Ferry, esa no es una posición humanista: “El argumento solo puede convencer a los naturalistas, aquellos que piensan que la moral se enraíza en la naturaleza biológica de la especie humana. Todos los humanistas, desde Pico Della Mirandola hasta Sartre, pasando por Kant, Condorcet y Rousseau, piensan lo contrario, a saber, que el hombre es por excelencia el único ser capaz de rebelarse contra la naturaleza, de combatirla y corregirla. Desde el punto de vista de un humanista, la argumentación de Fukuyama no tiene ningún sentido”.
El nuevo mundo no es, como creen algunos, antihumanista. “El transhumanismo es un hiperhumanismo que se inscribe en la tradición de las Luces, de Condorcet, Kant y Voltaire”, dice Ferry. “Se trata de trabajar en el perfeccionamiento de la humanidad, de avanzar en el sentido del progreso”.
“Desde luego –añade el filósofo–, las posibilidades ofrecidas por las biotecnologías también podrían permitir monstruosidades. Pero no se puede olvidar que estas monstruosidades ya las han cometido los humanos, independientemente de las nuevas tecnologías. La Primera Guerra Mundial mató a 20 millones de personas; la segunda, a 60 millones; el maoísmo, a 70 millones; sin contar la masacre de los armenios, los tutsis, los camboyanos, etc. El problema no es la tecnología, es la maldad humana, que a veces raya en lo demoníaco...”.
Según Ferry, el transhumanismo oculta lo peor y lo mejor a la vez: por ejemplo, la fabricación de quimeras, de monstruos híbridos, pero también la lucha contra las desigualdades no solamente sociales sino también naturales, o la erradicación de enfermedades genéticas mortales desde el embrión.
Por eso aboga por volver a pensar la regulación política: “Vamos a tener que renovarla totalmente por tres grandes razones: el mundo de la técnica es muy rápido, es difícil de comprender y está globalizado, de suerte que escapa largamente a las posibilidades de los líderes políticos y de las opiniones públicas; además, las regulaciones nacionales prácticamente no tienen sentido. ¿Qué sentido tiene prohibir en París lo que es lícito en Bruselas o en Londres?”
“La secuenciación del genoma y la posibilidad de cortar y pegar pedazos de ADN abren posibilidades de manipulación genética potencialmente ilimitadas”, advierte. “Esto es lo que nos obliga a reflexionar hoy sobre la regulación ética y política del transhumanismo”.
“La situación es trágica, pero no porque sea funesta sino por enfrentarnos a conflictos en los que nos veremos obligados a elegir entre dos caminos válidos, no entre uno bueno y uno malo. Tal como ocurre en las tragedias griegas, donde, por ejemplo, un individuo debe optar por seguir la ley del hombre o la ley de los dioses”.
“Con la economía colaborativa y el transhumanismo vamos a vivir este tipo de conflictos. Por ejemplo, los particulares tienen razón en decirles a los hoteleros, 'no nos molesten, déjennos organizarnos entre nosotros'. Y los hoteleros tienen razón al decir que ellos tienen asalariados, que pagan cotizaciones sociales, cumplen normas de seguridad, etc. La misma cosa con el transhumanismo: ¿en nombre de qué prohibir a los padres modificar el genoma de su hijo el día en que sea posible vivir más tiempo? Es claro que el asunto de la regulación será difícil”.(Fuente: El Mercurio / GDA)
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