La actual crisis de adicción a medicamentos derivados del opio en EE. UU. – que se calcula causará medio millón de muertes en la siguiente década– será un ejemplo de una desgracia ocasionada por el mismo ser humano. La colaboración de sociedades médicas, personal corrupto y perversos incentivos económicos diseñados por las compañías farmacéuticas han contribuido a causar esta desgracia de salud pública.
El Perú, que acaba de aprobar la Ley de Cuidados Paliativos, debe aprender de los errores norteamericanos para no repetirlos.
—Derivados del opio—
El opio es el látex lechoso de la cápsula de una planta llamada adormidera. Contiene sustancias naturales como morfina y codeína (opiáceos), que fueron usadas desde tiempos inmemoriales como poderosos calmantes del dolor. A comienzos del siglo pasado, se sintetizaron decenas de derivados artificiales (opioides), entre ellos heroína, oxicodona (OxyContin), hidrocodona, metadona y fentanilo. El asunto es que, además de su extraordinario poder analgésico, los derivados naturales y sintéticos del opio tienen un enorme poder adictivo.
Recuerdo, claramente, que durante mis estudios de medicina en los años 70 se nos enseñaba que debíamos tener mucho cuidado con las propiedades adictivas de los medicamentos derivados del opio.
Según algunos historiadores, todo cambió en enero de 1980 con la publicación de una carta de solo 101 palabras en el prestigioso “New England Journal of Medicine” (NEJM), que afirmaba que la capacidad adictiva de estos derivados en pacientes hospitalizados era ínfima.
Como consecuencia, los médicos empezaron a usar narcóticos con mayor libertad. Luego, en 1986, otro estudio norteamericano sugirió que los narcóticos podían usarse –con pocos efectos secundarios– en pacientes con dolor crónico que no estaban en condiciones graves.Con menor temor a su uso, los médicos fueron progresivamente recetando narcóticos a pacientes con todo tipo de dolor crónico. En 1996, sucedió otro hecho importante, el laboratorio Purdue Pharma puso a la venta oxicodona (OxyContin). Ese hecho marcó un antes y después de la crisis a causa de las agresivas prácticas de mercadeo de esa compañía farmacéutica.
En 1998 crearon un video que se distribuyó en 15.000 consultorios médicos. Este aseguraba que la oxicodona no causaba adicción y alentaba a médicos y pacientes a usarla. El número de recetas donde se prescriben este fármaco aumentó a 11 millones al año, algo preocupante si se tiene en cuenta que para comienzos de los 90 esa cifra era de dos a tres millones y de ocho millones en 1997.
En el 2000, Purdue Pharma lanzó una campaña nacional de publicidad en revistas médicas y las ventas se dispararon.
—La tormenta perfecta—
Además de las mencionadas masivas campañas de mercadeo de las compañías farmacéuticas, tres hechos sucedidos a comienzos de este siglo contribuyeron a la epidemia de adicción a los narcóticos. En primer lugar, en el 2001, la Joint Commission, una organización que controla la calidad de servicios médicos en hospitales norteamericanos, con el aval de la Sociedad Norteamericana del Dolor, propuso que además del pulso, temperatura, respiraciones y presión arterial, se pregunte siempre si el paciente sufría de algún tipo de dolor.
Esa iniciativa fue aceptada entusiastamente por el sistema médico norteamericano a pesar de que ese ‘quinto signo vital’ –a diferencia de los otros cuatro– era subjetivo y no medible. Purdue Pharma auspició un panfleto que se distribuyó como parte de la campaña.
Este aseguraba que sus productos tenían bajo potencial de adicción. En segundo lugar, los hospitales adoptaron las encuestas de satisfacción de pacientes como un poderoso instrumento de la medición de calidad de los servicios médicos. Y, por último, la heroína y poderosos opioides sintéticos mexicanos y chinos invadieron las calles a precios muy baratos.
Todo se alineó para la perfecta tormenta de adicción: médicos preguntando indiscriminadamente a todos los pacientes si tenían dolor y recetando narcóticos a diestra y siniestra, compañías farmacéuticas empujando productos diciendo que no causaban adicción, pacientes quejándose de que su dolor no era atendido, y poderosos opioides y heroína barata en las calles. Los adictos a las medicinas para el dolor recurrían a las calles cuando no las conseguían en los centros médicos.
—Consecuencias—
La sociedad norteamericana reaccionó tarde a los estragos de adicción a los narcóticos. La fotografía de una pareja inconsciente en su camioneta con un pequeño de 4 años en el asiento trasero –dada a conocer por la policía de Ohio a fines del 2016– se hizo viral y mostró por primera vez el horror del problema. Ese año, 64.000 personas murieron por sobredosis de narcóticos, y había tantos cadáveres que se almacenaban en frigoríficos móviles.
Las muertes por sobredosis en la próxima década serán mayores que todas las víctimas del VIH. En 2007, tres ejecutivos de Purdue Pharma fueron acusados de exagerar los beneficios y minimizar los efectos adictivos de sus narcóticos, y fueron declarados culpables.
Debieron pagar una multa de 635 millones de dólares. En el 2016, se reveló que compañías farmacéuticas sobornaban a médicos y funcionarios para comercializar sus productos. En 2009, la Joint Commission retiró su recomendación de preguntar indiscriminadamente sobre el dolor. Decenas de médicos están en la cárcel por dispensar recetas indiscriminadas de narcóticos.Recién el mes pasado, el Senado norteamericano aprobó un proyecto de ley para controlar el problema.
—Corolario—
La reciente aprobada Ley de Cuidados Paliativos dará la oportunidad al Ministerio de Salud (Minsa) y organizaciones asesoras a escribir un reglamento que aprenda de la lección norteamericana.
El uso de narcóticos en un paciente con grave dolor es una necesidad absoluta, pero deben ponerse los candados necesarios para evitar que su utilización descontrolada termine ocasionando adicción en personas inocentes.
El 80% de adictos a heroína empezó con un opiáceo.
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