En 2011 el fotógrafo estadounidense Adam Voorhes fue contratado por la revista Scientific American para tomar una serie de fotos de un cerebro en el Centro de Recursos Animales de la Universidad de Texas, en Austin.
El encargo desembocó en un descubrimiento extraordinario. El neurocientífico que le mostró el cerebro que debía fotografiar lo llevó hasta un pequeño cuarto utilizado para guardar productos de limpieza, y ahí, contra una pared, le reveló su tesoro escondido: una colección de casi 100 frascos antiguos repletos de cerebros.
Fascinado con esa imagen y lleno de curiosidad sobre el origen de esos cerebros, que se veían tan raros, Voorhes reclutó a su amigo, el periodista Alex Hannaford, para realizar una investigación sobre el origen de esa inusual colección.
Fue así que ambos descubrieron que esos frascos, ahora olvidados e ignorados, alguna vez fueron el gran premio que se disputaron las mejores universidades del país.
Ocurrió en 1987 y el diario Houston Chronicle lo llamó “la batalla de los cerebros”.
Pero ¿dónde se originó la colección? y ¿por qué fue considerada tan valiosa?
Eso es lo que se propusieron investigar Voorhes y Hannaford, que años más tarde publicaron sus hallazgos en el libro “Malformado”.
El coleccionista
Hannaford descubrió que la colección fue creada por un médico: Coleman de Chenar, quien fue patólogo en el Hospital Estatal de Austin desde la década de 1950 hasta mediados de la década de 1980.
El hospital fue previamente conocido como el Asilo Lunático del Estado de Texas y los cerebros que guardó De Chenar pertenecían a pacientes a los que él les realizó autopsias.
Hannaford le dijo a BBC Mundo que no se sabe si los pacientes donaron sus cerebros voluntariamente o si la decisión fue tomada por otros.
Lo cierto es que la colección de De Chenar llegó a acumular muestras de todo tipo de enfermedades mentales, muchas de las cuales provocaron graves deformaciones en los cerebros.
Es por este motivo que la colección se ve tan rara. Y también es lo que hace que sea tan inusual: algunos de los trastornos que quedaron registrados, hoy son tratados con efectividad.
Por ejemplo, los varios ejemplos de hidrocefalia, una acumulación de líquido en el cerebro que causa graves problemas y hace que estos órganos se vean hinchados o deformes.
Hoy el exceso de líquido es drenado a través de un conducto, colocado de forma quirúrgica.
La colección también incluye uno de los casos más extremos registrados de lisencefalia, una condición que hace que el cerebro se vea anormalmente liso, sin los surcos y pliegues característicos.
Normalmente el problema afecta a parte del cerebro, pero en esta colección hay uno que es completamente liso.
La batalla
Todo esto explica por qué en 1987, cuando el Hospital Estatal de Austin decidió donar la colección, las principales universidades del país pujaron para obtenerla.
Una nota en el Houston Chronicle da cuenta de la “batalla” y explica que las principales instituciones educativas médicas del país querían la colección por su valor como herramienta de investigación.
“Hay tanta información disponible en esos tejidos cerebrales que muchos investigadores están pidiendo a gritos obtenerlos”, le dijo al periódico el doctor Edward D. Bird, profesor asociado de neuropatología en la Escuela de Medicina de Harvard.
Al final, la ganadora del premio fue la Universidad de Texas, que lo obtuvo gracias a su vínculo histórico con el Hospital Estatal de Austin, donde sus estudiantes de medicina hacían prácticas.
Pero lo cierto es que después de haber sido fuertemente disputada, la colección al final fue olvidada.
Voorhes le contó a BBC Mundo que él y Hannaford intentaron averiguar más sobre los que pasó.
Notaron que la mayoría de los frascos tenían etiquetas que contenían tres datos: un número de referencia, la condición que sufrió el paciente (escrita en latín arcaico) y la fecha de la muerte.
Intentaron entonces dar con los documentos correspondientes con ese registro, pero, para su enorme decepción, nunca los hallaron.
La universidad les dijo que quedaron en el hospital y el hospital aseguró lo contrario.
Sorpresa
Pero lo que sí pudieron averiguar es que la colección original tenía el doble de tamaño: unos 200 cerebros en total.
Y que muchos de los órganos faltantes eran de pacientes con esquizofrenia.
De hecho, la gran cantidad de muestras de esta enfermedad fue otro de los factores que hizo que la colección fuera tan codiciada.
¿Qué pasó con esos cerebros faltantes? Nadie sabe. Al igual que con los registros, unos y otros se echan la culpa.
Pero la historia de la colección tiene un final feliz. Gracias al interés que generó el libro “Malformados”, la Universidad de Texas decidió revalorizar su muestra.
Su nueva Escuela de Medicina creó resonancias magnéticas de todos los cerebros para poder conservar su valor como herramienta de investigación.
Y, según los autores, hallazgos recientes hechos utilizando otras colecciones de cerebros que también tienen décadas sugieren que esta colección, que pasó del estrellato al olvido, todavía podría volver a brillar.
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