Fue hace unos 14 millones de años que las cimas de varios volcanes rompieron la superficie del océano Pacífico, aproximadamente 1.000 km al oeste de la costa de Ecuador, y formaron el archipiélago inicial de las Galápagos.Seguir a @tecnoycienciaEC !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
Son ahora 19 grandes islas volcánicas y 120 de menor tamaño y hogar para un conjunto de raras criaturas, incluyendo tortugas gigantes, iguanas marinas y piqueros de patas azules.
Cuando Charles Darwin arribó a la isla de San Cristóbal en 1835 comparó su calor y polvo con las hogueras del infierno.
Sin embargo, esa visita inspiró su teoría de la evolución por selección natural y, a la larga, lo llevó a escribir “El origen de las especies”.
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Desde entonces, las Galápagos han servido de musa científica para biólogos y geólogos.
Pero a pesar de los descubrimientos hechos en esos laboratorios naturales, aún mantienen un velo de misterio.
“Tenemos mucha evidencia sugerente, pero aún no tenemos los detalles sobre la evolución de la vida en las Galápagos”, dice Dennis Geist, geólogo de la Universidad de Idaho, EE.UU.
Para entender cómo aparecieron, los científicos comenzaron a buscar más allá de la biología, en la historia geológica de las islas.
Las Galápagos deben su origen a un “punto caliente”, donde el magma del interior de la Tierra brota, a través de la corteza, formando volcanes sobre el suelo oceánico.
Ese punto es estacionario, pero los volcanes están asentados en la placa tectónica de Nazca que se desplaza de oeste a este unos 4 cm cada año.
Ese movimiento significa que las islas más antiguas, algunas ya totalmente erosionadas bajo el agua, se encuentran muy al este. La más joven, Fernandina, sigue estando sobre la cima del punto caliente.
“Las Galápagos actúan como una gran cinta transportadora de islas, donde se crean nuevas islas y vida, y los animales y plantas emigran desde las más antiguas”, señala Eric Mittelstaedt, también de la Universidad de Idaho.
Originalmente, eran solo masas inhóspitas de lava volcánica.
Luego las “montañas” interactuaron con la atmósfera para producir lluvia que, después de miles de años, erosionó la lava basáltica para formar suelos, que precedieron la vida.
El viento habría llevado las esporas de helechos, musgos y líquenes a las islas, conjuntamente con pequeños insectos e incluso caracoles mínimos.
Y luego llegaron los pájaros.
“Es probable que las aves marinas de las aguas circundantes llegaran primero transportando microorganismos”, dice Peter Grant, profesor emérito de ecología y biología evolutiva de la Universidad de Princeton, EE.UU.
“Las semillas de la plantas podrían haber sido traídas por las aves marinas, o llegaron volando desde Sudamérica o flotando sobre el mar”, añade.
Los animales del océano, incluyendo ancestros de los lobos marinos, tortugas marinas o pingüinos, probablemente nadaron hasta las islas, donde muchos de los reptiles y pequeños mamíferos, como las ratas de arroz, habrían llegado flotando sobre balsas de vegetación.
Explosión biológica
Sin embargo, la singular biodiversidad de las islas podría estar ligada a su ubicación sobre el ecuador y en plena trayectoria de una rápida corriente oceánica, conocida como la subcorriente e cuatorial.
Se encuentra justo por debajo de la superficie marina, a 100 m de profundidad, y fluye de oeste a este a una velocidad de más de un metro por segundo.
“Es simplemente una coincidencia que las Galápagos están precisamente sobre el ecuador y son los suficientemente grandes para impactar la corriente”, dice Kristopher Karnauska, profesor de ciencia atmosférica y oceánica en la Universidad de Colorado, EE.UU.
“Eso ha llevado al desarrollo de un ecosistema único sobre la Tierra”.
Cuando la corriente choca contra las islas occidentales, empuja el agua más fría, cargada de nutrientes, hacia arriba.
Sin aun ser tocados por ningún animal oceánico, los nutrientes alcanzan la zona iluminada por el sol y así el proceso de fotosíntesis puede iniciarse.
Esa productividad estimula la vida marina sobre las islas, mientras que la temperatura fría del agua permite la existencia de un ecosistema que normalmente se vería en regiones tropicales.
“Dependiendo de donde estés en el archipiélago, podría ser un lugar muy tropical o muy frío”, destaca Karnauskas.
Así, las temperaturas oceánicas más bajas sobre el oeste de las islas proporcionan alimento y buen clima para los pingüinos de las Galápagos, que principalmente habitan el lado occidental de las islas Isabela y Fernandina.
Karnauskas y Mittelstaedt plantearon la hipótesis de que el choque inicial de la subcorriente ecuatorial con las islas provocó una explosión biológica.
“Todo el ecosistema de las islas parte de esta fuente de florecimiento”, dice Karnauskas.
Para investigar cuándo ocurrió ese evento, los científicos desarrollaron dos modelos separados.
El primero se remontó en el tiempo, reconstruyendo el tamaño y la forma de las islas hace millones de años.
Luego, utilizando esa información para cada momento concreto y la configuración correspondiente de las islas, los investigadores simularon los patrones de corrientes y temperaturas en los océanos circundantes.
Y encontraron que las temperaturas oceánicas cambiaron drásticamente cerca de 1,6 millones de años atrás.
“Hubo un cambio en las islas que provocó lo que vemos en los datos paleoclimáticos”, señala Karnauskas. Habría sido entonces que finalmente se volvieron lo suficientemente grandes para bloquear la subcorriente.
Otros ingredientes en la mezcla
Si esa colisión impulsó la evolución de la vida en las Galápagos, otros fenómenos geológicos siguieron dándole forma.
Desde que surgieron las islas, el nivel del mar ha bajado, subido, bajado y otra vez subido, “rebotando unas 30 veces en los últimos tres millones de años”, indica Geist.
Esas fluctuaciones habrían modificado dramáticamente la geografía de las Galápagos, provocando consecuencias sobre la biología de la isla, señala un estudio de 2014.
“Me di cuenta que algunas de esas islas debieron estar conectadas en algún momento”, señala uno de sus coautores, Jason Ali, de la Universidad de Hong Kong. “Habría sido posible caminar entre ellas”.
Los puentes entre las islas habrían ampliado el hábitat de animales como las iguanas de tierra y las serpientes corredoras.
Cuando los científicos hicieron un examen más detallado encontraron que las islas que llegaron a estar unidas compartieron la misma biología, mientras que las islas periféricas tenían las suyas propias.
Por otra parte, los volcanes han seguido dando forma a los ecosistemas.
Las erupciones en Fernandina ocurren cada dos o tres años. “Esto puede acabar con algunas especies cuando la lava cae directamente, pero también puede dividir a los animales en dos grupos”, resalta Mittelstaedt.
Y los impactos geológicos sobre el ecosistema de las Galápagos continúan.
En 2015 la erupción del volcán Wolf significó una amenaza potencial para la única población mundial de iguanas rosadas.
Sin embargo, son los humanos quienes parecen tener la mayor influencia sobre los cambios.
En los últimos siglos, los visitantes introdujeron hormigas de fuego, cabras y moras, perjudicando a algunas de las especies locales.
La subida en los niveles del mar, debido al cambio climático antropogénico, también tiene el potencial de causar extinción de especies.
“Mirando hacia adelante -dice Geist- incluso sobre una escala de tiempo humana, es poco probable que los efectos geológicos sean muy importantes, comparado con los impactos inducidos por los seres humanos sobre los ecosistemas”.
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