La desinformación, que alcanzó niveles inéditos en 2020 especialmente en las redes sociales, podría resultar un obstáculo para las futuras campañas de vacunación contra el COVID-19, en un contexto de creciente desconfianza social hacia las instituciones.
Canalizada vía Facebook, Twitter, YouTube y WhatsApp, principalmente, “la desinformación se extendió como nunca”, observa Sylvain Delouvée, investigador en psicología social en la Universidad francesa de Rennes-2.
Este año mostró además “el impacto negativo” que este fenómeno “puede tener en la confianza en las vacunas, las instituciones y los hallazgos científicos en general”, abunda Rory Smith, de la ONG de lucha contra la desinformación First Draft.
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La OMS se alarmó desde febrero de la desinformación masiva relativa al COVID-19, una “infodemia” peligrosa para la salud pública, no solo por el riesgo de intoxicarse con productos presentados como remedios (alcohol, lejía...), sino porque puede disuadir a muchos de seguir las recomendaciones sanitarias, como llevar mascarilla o vacunarse.
Además la pandemia evidenció hasta qué punto las falsas informaciones tienen “un carácter mundial” y “trascienden naturalmente lenguas y fronteras”, según Smith.
La AFP publicó desde enero más de 2.000 artículos de verificación consagrados a desinformaciones sobre el COVID-19, muchas de ellas centradas en una futura vacuna.
Entre las más populares, destaca por ejemplo la idea de que la vacuna servirá para introducir chips electrónicos en los organismos de los individuos.
La retórica antivacunas también quedó plasmada en los documentales complotistas “Plandemic”, en Estados Unidos, y “Hold-Up”, en Francia.
“Gran preocupación” de la OMS
Varios estudios muestran la gran porosidad entre la desinformación, las teorías complotistas y el movimiento antivacunas.
Las olas de desinformación están “asociadas con una reducción de las tasas de vacunación”, afirma el investigador Steven Wilson, que examinó el impacto de las redes sociales en un estudio publicado en octubre en el British Medical Journal - Global Health.
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Los grupos antivacunas, muy presentes y organizados en internet desde hace años, supieron ganar adeptos durante la pandemia, apoyados a veces por algunos famosos, con su capacidad para llegar al gran público, según Wilson.
La situación llevó a Rachel O’Brien, responsable de vacunación en la OMS, a admitir este mes su “gran preocupación”, dado que vacunar a la población con un antígeno de eficacia probada será crucial para empezar a salir de la pandemia.
Pero los sondeos muestran hasta qué punto este fenómeno está calando en una parte de la sociedad.
Según un estudio de la revista británica Royal Society Open Science, hasta un tercio de la población de algunos países, incluyendo México y España, puede creer en las informaciones falsas que circulan en las redes sociales sobre el COVID-19 y aumentar su desconfianza hacia la vacunación.
Por su parte, el Foro Económico Mundial publicó este mes un informe llevado a cabo en 15 países, según el cual un 73% de los entrevistados está de acuerdo con la afirmación “si hay una vacuna, me vacunaré”. Este grupo de la población llegaba a 77% en agosto.
Cuestión de confianza
Además, un punto en común de las tesis complotistas en general es que aseguran que “nuestras ‘élites’ nos mienten”, explica Delouvée.
La idea de que el COVID-19 es producto de una “maquinación” o “forma parte de un plan de las ‘élites’ para controlar la población mundial” es una de las más virales en las redes sociales, afirma Smith.
Así, las declaraciones oficiales son desacreditadas automáticamente.
La desinformación “se apoya en un auge de la desconfianza hacia toda forma de autoridad institucional, gubernamental o científica”, observa Delouvée.
Por otro lado, el discurso antivacunas se sustenta en cuestiones todavía en suspenso sobre los antígenos hasta ahora anunciados, como su eficacia -por el momento no detallada en ninguna revista científica-, la duración de la protección o su disponibilidad en los países más pobres.
Sin contar con que dos de las vacunas más prometedoras -la de la alianza Pfizer/BioNTech y la de la farmacéutica Moderna-, se basan en una tecnología nunca empleada hasta ahora.
“Cuando la gente no puede acceder a informaciones fiables sobre las vacunas y que la desconfianza hacia los actores e instituciones relacionadas con estas es alta, la desinformación llena el vacío”, apunta First Draft.
Por ello, muchos científicos defienden la “transparencia” como un “elemento indispensable para obtener la adhesión” social a las futuras vacunas, según el profesor de pediatría Daniel Floret, de la Alta Autoridad de Salud francesa.
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