El Papa tiene un telescopio con un espejo construido por un ángel en una sinagoga. Suena como un chiste, pero no lo es. Es solo parte de la manera en que el astrónomo jesuita Guy Consolmagno mezcla humor en una conversación sobre la relación –o separación, dirían algunos- entre ciencia y fe.Seguir a @tecnoycienciaEC !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
Es una charla en un colegio en EE.UU. detalló lo que ocurrió al interior de la Iglesia Católica en 1580, cuando el Papa Gregorio XIII comprometió la iglesia al estudio científico como parte de la reforma del calendario juliano.
“El Papa Leo quería un observatorio para que todos pudieran ver a la iglesia como no opositora a la ciencia, sino que la acepta y la incentiva con total devoción”, dijo Consolmagno.
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Los primeros telescopios fueron instalados en los muros del Vaticano. En la década de 1930, cuando la contaminación ensució los cielos oscuros sobre Roma, el Observatorio Vaticano fue traslado a la residencia de verano en Castel Galdolfo, en Italia, donde científicos vivieron y trabajaron en habitaciones sobre la residencia del papa.
“Éramos las únicas personas en todo el Vaticano, en toda la iglesia, que estábamos sobre el Papa”, bromeó Consolmagno, quien es director del Observatorio Vaticano.
A pesar de sus chistes, Consolmagno es un científico serio, con títulos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y la Universidad de Arizona. Enseñó física y astronomía en el Cuerpo de Paz y fue dicto cátedras de post doctorado en el MIT y Harvard College antes de entrar a la orden jesuita en 1989.
Su investigación sobre asteroides, meteoritos y la evolución de cuerpos pequeños en el sistemas solar lo hizo ganador de la Medalla Carl Sagan de la Sociedad Astronómica Americana y, en el 2000, un asteroide de 19 kilómetros de diámetro que orbita alrededor del Sol fue nombrado en su honor, “4597 Consolmagno”.
Nacido en Detroit y enamorado de las estrellas desde su juventud, Consolmagno dijo que la ciencia y la fe le han entregado aventura y oportunidades alrededor del mundo. Desde las mejores universidades en EE.UU., a Italia, Hawaii, la Antártica –donde excavó fragmentos de meteoritos de la tundra- hasta Arizona.
Ahí es donde el Vaticano tiene un centro de investigación, en Tuczon, y un telescopio dentro del Observatorio Internacional Mount Graham, de la Universidad de Arizona. El telescopio fue construido a través de una sociedad del Vaticano y esta universidad en la década de 1980, con tecnología desarrollada por el astrónomo Roger Angel, quien usó una sinagoga abandonada como su laboratorio de investigación.
Nada del trabajo de Consolmagno, o en el compromiso del Vaticano con la ciencia, es hecho buscando probar la existencia definitiva de Dios o incluso el creacionismo. En vez, dijo en un video mostrado durante su presentación, la ciencia y la religión son conversaciones sobre el universo, cómo funciona y las formas en que los humanos interactuamos con él.
“La religión me da la razón para hacer ciencia”, dice.