En las sociedades occidentales, el amor a menudo se presenta a través del cliché de dos mitades que se encuentran para sentirse completas.
La historia se reproduce con frecuencia en la literatura, el cine y la televisión, pero puede ser bastante dañina cuando se traslada a la realidad.
Así lo cree la antropóloga Anna Machin, quien dedicó casi 20 años de su carrera al estudio de las diferentes formas de amar.
Según la investigadora de la Universidad de Oxford, en Reino Unido, la sobrevaloración del amor romántico -aquel entre parejas o manifestado a través de la atracción emocional hacia otra persona- puede hacernos olvidar la importancia que tienen otros tipos de amor.
“No necesitamos el amor romántico en nuestra vida. Hay muchas otras formas de amor capaces de satisfacer nuestras necesidades”, dice la estudiosa.
“En muchos países, el amor romántico es visto como la fuente más importante de amor, y este discurso se repite a menudo en el cine y en las redes sociales. Pero esta no es la verdad y, lamentablemente, muchas personas gastan demasiado tiempo y energía buscando un pareja sentimental y terminan descuidando otro tipo de relaciones”, sostiene Machin.
La antropóloga lanzó en febrero de este año el libro “Por qué amamos: la nueva ciencia detrás de nuestras relaciones más cercanas”, en el que analiza las muchas razones por las que el ser humano ama.
El cariño entre la pareja es solo uno de ellos, pero también existe el amor entre amigos, padres e hijos e incluso el amor por lo sagrado.
Según ella, la excesiva importancia que le damos al amor romántico también puede crear la falsa idea de que todo el mundo necesita una pareja romántica o una relación de cuento de hadas, lo que genera desilusión, ya que hay mucha gente que no encontrará a alguien para vivir esta experiencia o, simplemente, no quiere pasar por todo lo bueno y lo malo que implica estar enamorado.
“Le estaríamos haciendo un gran favor a los niños y jóvenes si pudiéramos volvernos más realistas sobre lo que es el verdadero amor romántico, porque necesitamos recalibrar el espacio que ocupa nuestras vidas”.
En su libro, Machin define el amor romántico como una construcción cultural. Según ella, hasta mediados del siglo XVIII, los humanos cultivaban lo que los científicos llaman amor reproductivo.
“Recién empezamos a llamar amor romántico cuando, para el siglo XVIII, los poetas decidieron romantizarlo y las ideas de este amor que conocemos hoy comenzaron a tomar forma en la literatura”, dice la experta.
La imagen construida en torno al romance, por cierto, también varía mucho según la cultura, según la antropóloga: “Hace 50 años en China, el concepto de encontrar un alma gemela era completamente desconocido. Hoy, los jóvenes hablan y saben más sobre el amor romántico, porque fueron expuestos a películas y otros materiales producidos en el mundo occidental”.
Las encuestas demográficas muestran que el amor romántico está, en cierta medida, perdiendo importancia en nuestras vidas.
Según la Oficina de Estadísticas Nacionales del Reino Unido, se estima que el número de personas que viven solas crecerá a más de 10 millones en el país para 2039. Además, solo uno de cada seis británicos todavía cree en la idea de que hay “una persona adecuada”.
“Se reconoce cada vez más que, por supuesto, el amor romántico no debe ser el objetivo final de nuestras vidas”, dice Machin. Según la antropóloga, ese cambio lo impulsan principalmente las mujeres, que se sienten más libres para vivir su vida sin una pareja a su lado.
“Los cambios en la política, la sociedad y nuestra propia comprensión de lo que es el amor o lo que constituye una familia están cambiando lentamente la forma en que vemos y priorizamos el amor romántico”.
Al mismo tiempo, muchas personas también han estado abiertas a otras formas de relaciones románticas.
“El poliamor y otro tipo de relaciones no monógamas han ganado más espacio. Los arrománticos, los que no han experimentado ningún tipo de amor romántico, se han sentido más cómodos contando sus historias”, dice la experta.
En su libro, Anna Machin dedica diez capítulos a desentrañar las múltiples respuestas a la pregunta que tantas veces se ha planteado en nuestra sociedad.
“No hay una respuesta única para esta pregunta y todo depende del contexto que analicemos”, dice la antropóloga.
“Lo más sorprendente del amor humano es que puede dirigirse a muchas personas y seres diferentes: podemos amar a nuestros amigos, a nuestra familia, a nuestros hijos y a nuestros amantes. Pero también podemos amar a un dios, a nuestras mascotas e incluso a celebridades que no conocemos”.
Según la investigadora, en el nivel más básico, la finalidad del amor es la supervivencia y la garantía de la evolución. Los seres humanos necesitan transmitir sus genes, mientras que las madres necesitan una red de apoyo para criar a sus hijos.
“Pero más allá de eso, el amor también es una adicción, respaldada por un conjunto de neuroquímicos como la oxitocina, la dopamina, la serotonina y la beta endorfina que nos hacen querer estar con la persona que amamos”, dice Machin.
También hay componentes sociales y personales que definen las razones por las que amamos. No todos experimentamos el amor de la misma manera ni deseamos lograrlo por las más mínimas razones, y el lugar donde nacimos, la forma en que nos criaron e incluso nuestra genética pueden influir en nuestras elecciones.
“Decimos popularmente que el amor es una emoción, pero en realidad es algo mucho más complejo que eso”, dice la investigadora de Oxford, que utilizó análisis genéticos, de imágenes cerebrales y neuroquímicos, además de extensas entrevistas, para desarrollar su tesis.
El contexto social en el que nos criamos y vivimos como adultos tiene una gran influencia en la forma en que sentimos y mostramos amor, según Anna Machin.
La antropóloga explica en su libro que nuestra relación con el amor puede cambiar según las relaciones que observemos a nuestro alrededor y tomemos como ejemplo para nosotros mismos. La cultura también puede tener un gran impacto aquí.
“El lugar donde nacimos también afecta cómo definimos el amor e incluso las palabras que tendemos a asociar con él”, dice.
La experta cita como ejemplo un estudio publicado en 2016 en la revista académica Psychology in Russia con personas originarias de África Central, Brasil y Rusia. Mientras los brasileños entrevistados usaban a menudo la palabra honestidad para describir el amor y asociaban el sentimiento con la moral y la familia, los términos más mencionados por los rusos eran sufrimiento, confianza y sacrificio.
Los centroafricanos, por otro lado, usaron la palabra ternura para hablar sobre el amor; para ellos, el sentimiento está íntimamente relacionado con el lado espiritual.
Aunque la comunidad científica ya ha abordado el tema, la influencia de la genética en la forma en que sentimos y mostramos amor puede ser nueva para muchos.
Según Anna Machin, los genes estudiados en su investigación están asociados con los neuroquímicos que sustentan el amor.
“Son los llamados genes receptores: los neuroquímicos del cerebro se adhieren a estos receptores y provocan sensaciones o desencadenan comportamientos”, explica la antropóloga y añade:
“La cantidad, la ubicación y la capacidad de los receptores para conectarse con los químicos influyen en cómo los humanos experimentan el amor. Si una persona tiene una cantidad muy alta de receptores de oxitocina en el cerebro; experimentará una sensación de amor mucho más fuerte que alguien que tenga una cantidad más baja”.
La experta explica en su libro que los genes también pueden hacer que algunas personas sean más empáticas, físicamente cariñosas o incluso más apegadas a sus seres queridos.