La pandemia de covid-19 nos colocó en enero de 2020 sobre una montaña rusa de miedos, esperanzas, desesperaciones y euforias de la que aún no nos hemos bajado.
Hay momentos en que todos pensamos que la pandemia ya es cosa del pasado, y otros en que parece que comenzamos de nuevo desde cero.
El último susto nos lo ha dado la nueva variante ómicron.
Quizá recapitular y enumerar las incertidumbres que nos quedan aún respecto al virus SARS-CoV-2 y su eliminación nos ayude a enfrentar los meses venideros.
Ahí van cuatro de ellas:
Pues estamos empezando a pensar que no.
Primero, por lo que nos enseña la historia.
Las dos pandemias semejantes a esta que hemos sufrido (viruela y poliomielitis) sólo se consiguieron atajar a base de medidas de contención y vacunación masiva, y llevó muchos años.
En el caso de la viruela fueron varios siglos, y conllevó la invención de las vacunas.
Y la polio, descrita por primera vez en 1840, todavía no está erradicada, puesto que aún se notifican casos en dos países del mundo.
Con lo que va camino de los dos siglos.
Ninguno de estos dos virus se ha convertido en endémico: ha habido que erradicarlos y ha llevado mucho tiempo.
Cada vez está más claro que lo mismo puede pasar con SARS-CoV-2.
En segundo lugar, no es un virus inocuo como un catarro.
La infección por SARS-CoV-2 es un síndrome respiratorio, inicialmente similar a una gripe (y en muchos casos lo es).
Pero ahora sabemos que también puede dejar secuelas que permanecen durante meses.
Más adelante sabremos cuánto y en qué medida exactamente, pero muchas personas están sufriendo las consecuencias de la infección.
Además, si desagregamos los datos totales de afectados por covid persistente, la balanza se inclina hacia las mujeres.
Hace meses, algunos barajaron esa posibilidad, pero las evidencias demuestran que no era buena idea.
No hasta que sepamos más sobre las secuelas.
Nos preocupan especialmente los niños, que tienen toda la vida por delante y podrían padecerlas de forma crónica.
La situación en España es mejor con respecto a otros países de nuestro entorno gracias a la gran aceptación de las vacunas y al mantenimiento de medidas como mascarillas en interiores.
Pero el aumento de los casos en las últimas semanas indica que la tónica de algunos países europeos de rescatar medidas que se habían abandonado nos llegará a nosotros.
Basta observar la rapidez con que se han cancelado en toda Europa los vuelos con Sudáfrica al aparecer una nueva variante de preocupación.
Y no debemos olvidar que la nueva variante ha aparecido en un país con bajos niveles de vacunación donde el virus, básicamente, campa a su antojo.
Sí funcionan, pero aún no tenemos vacunas esterilizantes (es decir, que impidan la transmisión).
Además, nuestro sistema inmunitario, con las vacunas actuales, no es una pared blindada.
Casi lo es cuando nos acabamos de vacunar, pero cuando pasa un tiempo y descienden los anticuerpos en sangre, podemos contagiarnos y el virus se divide en nuestras mucosas.
Lleva un tiempo desplegar la respuesta inmune, y durante ese tiempo podemos transmitirlo.
En menor medida que los no vacunados, pero lo transmitimos.
No acabaremos en el hospital ni moriremos, pero durante el tiempo que transcurre hasta que nos deshacemos del virus, podemos contagiar.
Los estudios preclínicos y clínicos de las vacunas publicados confirman que los virus se replican en personas vacunadas. Es decir, no eliminan la transmisión del virus.
¿Eso ocurre con todas las vacunas?
Con las que han llegado antes y están aprobadas, sí.
La disminuyen mucho, pero la protección que nos otorgan no elimina el virus totalmente.
Nos protegen de la enfermedad grave, como se demuestra, afortunadamente, por el descenso acusado de fallecimientos, pero no son completas.
Es un factor muy importante que, de momento, permite al virus moverse a sus anchas, reproducirse y evolucionar hacia variantes más contagiosas, como ha ocurrido hasta ahora.
La buena noticia es que la investigación en vacunas continúa.
Y a estas vacunas de primera generación seguirán otras que, además de adaptarse a nuevas variantes o ser más completas en el reconocimiento del virus, conseguirán doblegarlo y eliminarlo.
Probablemente deberemos revacunarnos hasta que lleguen, para que las defensas no disminuyan. Y, cuando lleguen, para erradicar la enfermedad.
Algunas de estas vacunas se administrarán de forma nasal u oral, desarrollando defensas en las vías respiratorias altas para atajar el problema desde el minuto uno del contagio.
Seguiremos teniendo oleadas.
Ya menos letales, pero el virus seguirá cebándose con los vulnerables (por no estar vacunados o por no tener una respuesta inmune adecuada).
Y seguirá propagándose hasta que nos inmunicen a todos con una vacuna esterilizante.
Pensamos que el virus no se va a endemizar, sino que tendremos que aplastarlo por varias vías, como hicimos con viruela y polio.
A no ser que surja una variante que produzca enfermedad muy leve (tipo catarro), sin secuelas, muy transmisible y que desplace a todas las demás.
Otros coronavirus lo han hecho.
En ese caso, el virus se instalaría conviviendo entre nosotros y produciendo un catarro más de los que ya circulan.
Por lo que sabemos hasta ahora, la nueva variante ómicron podría ser de este tipo.
Si lo es, estupendo.
Si no, no pasa nada: seguiremos ajustando nuestras incertidumbres.
Es así como se trabaja en ciencia.
*Matilde Cañelles López es investigadora Científica del Instituto de Filosofía (IFS-CSIC).
*María Mercedes Jiménez Sarmiento es científica del CSIC. Bioquímica de Sistemas de la división bacteriana y comunicadora científica del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB - CSIC).
Su artículo original se publicó en The Conversation.