Un contenedor con millones de piezas de Lego se cayó al océano cerca de la península de Cornualles, en Reino Unido, en 1997. Pero en lugar de quedarse en el fondo del mar, las piezas aún llegan a las playas, y sus plásticos colores ofrecen pistas sobre el misterioso mundo de las corrientes y mareas oceánicas.
“A ver si puedo encontrar un sable”, dice Tracey Williams mientras da la vuelta a las piedras con un palo en la playa de Perran Sands. No lo consigue, pero encuentra en cambio una margarita blanca y reluciente. La flor está muy bien para su edad: 17 años.
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Es una de las 353.264 margaritas de plástico que cayeron al mar el 13 de febrero de 1997, cuando el buque de carga Tokio Express fue golpeado por una enorme ola descrita por su capitán como “un fenómeno que ocurre una vez entre cien”, haciendo oscilar el barco 60 grados hacia un lado, 40 grados hacia el otro.
Así cayeron por la borda 62 contenedores a cerca de 32 kilómetros del extremo occidental de Cornualles. Uno de ellos llevaba cerca de 4,8 millones de piezas de Lego que iban con destino a Nueva York, Estados Unidos.
Nadie sabe exactamente qué pasó luego, o incluso qué había en el resto de los contenedores, pero poco después algunas de esas piezas de juguete comenzaron a llegar a la costa norte y a la del sur de la península.
Por una extraña coincidencia, muchos de los pequeños juguetes tienen el mar como tema: lugareños y turistas encuentran miniaturas de sables de piratas, patas de rana, arpones, gafas de buceo, así como también dragones y margaritas.
“Hay historias de niños con baldes llenos de dragones que vendían en la playa a finales de los años 90”, dice Williams, quien vive en la costa norte de Cornualles.
“En estos días el santo grial es un pulpo o un dragón”.
Corrientes y mareas
Williams dice que la lista de embarque –un inventario detallado de todo lo que había en los contenedores– muestra toda una variedad de piezas de Lego, no solo náuticas.
Después de todos estos años “son siempre las mismas cosas que siguen llegando con la marea”, especialmente después de una gran tormenta.
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Williams lleva una página de Facebook que documenta los Lego descubiertos y recientemente recibió un email de alguien de Melbourne, Australia, que había encontrado una pata de rana que podría haber salido del contenedor del Tokio Express.
“El misterio es dónde han ido a parar. Después de 17 años sólo han sido reportados en la costa de Cornualles”, dijo el oceanógrafo estadounidense Curtis Ebbesmeyer, quien ha rastreado la historia de los Legos desde su caída al mar.
A la basura marina le toma tres años cruzar el Atlántico, desde la punta de Cornualles hasta Florida. Sin duda, algunos Lego lo han hecho y es muy probable que algunos hayan viajado alrededor del mundo.
Pero no hay pruebas de que hayan llegado a alguna otra parte. Desde 1997 esas piezas pueden haberse desplazado unos 100.000 kilómetros, dice Ebbesmeyer.
Hay unos 40.000 kilómetros alrededor del ecuador, lo que significa que podrían estar en cualquier playa de la Tierra.
En teoría, los Lego podrían seguir viajando por el mar por siglos.
“La lección más profunda que he aprendido de la historia de los Lego es que las cosas que van al fondo del mar no siempre se quedan allí”, agrega el oceanógrafo.
El incidente es un ejemplo perfecto de cómo incluso dentro de un contenedor de acero, las cosas hundidas no se quedan sumergidas.
Pueden ser arrastradas alrededor del mundo, aparentemente de forma arbitraria, pero sujetas a las corrientes y mareas del planeta.
“Rastrear las corrientes es como perseguir fantasmas: no puedes verlas. Sólo puedes ver de dónde partieron los restos flotantes y dónde acabaron”.
Desechos venenosos
Pero hay también un costado oscuro de la historia, dice Ebbesmeyer: si los Lego están en tierra son divertidos, pero si están en el mar son mortíferos, un veneno para aves.
Si pierdes un contenedor con cinco millones de piezas de Lego, es una catástrofe para la vida silvestre.
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Emma Owen, portavoz de Lego, dice que el incidente del Tokio Express “fue por supuesto muy desafortunado, sin embargo esto no tiene nada que ver con las actividades del Grupo Lego”.
“Compartimos una preocupación general por el medio ambiente y estamos muy enfocados en los esfuerzos de nuestras sedes de producción para eliminar los desechos que potencialmente pueden convertirse en un problema de basura marina”.
En Cornualles, Martin Dorey dirige el grupo Playas Limpias Dos Minutos que fomenta la recogida de basura de las playas y contacta a las compañías cuyos productos acaban en la costa como resultado de accidentes como estos.
“Sé que no es culpa suya, es la forma en que se abarrotan los barcos”, dice Dorey.
“Pero mientras que la pérdida de un contenedor está resuelta desde el punto de vista del seguro, no está resuelta desde el punto de vista marina”.
Claire Wallerstein participa de un grupo que se ocupa del cuidado de las playas de la Península de Rame, en el sureste de Cornualles, y que ha recogido más de 1.000 sacos de residuos desde que comenzaron a hacer recolecciones mensuales en marzo de 2013.
Una limpieza reciente e intensiva recogió 576.664 piezas de plástico recuperadas de una cala (incluidas 42 piezas de Lego).
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Chris Koch, el presidente del Consejo Mundial de Transporte Marítimo, dice que hay una serie de leyes que regulan la construcción de contenedores – cada uno cuesta U$5.000– y la forma en que deben apilarse a bordo de los cargueros.
“La causa de pérdidas predominante es un clima muy, muy malo, cuando la fuerza de la naturaleza supera las fuerzas que atan a los contenedores al barco. La industria hace lo que puede, pero no puede controlar a la Madre Naturaleza”, dice Koch.
De vuelta a la playa de Perran Sands, Tracey Williams sigue recolectando restos arrojados por la marea en cada una de sus caminatas diarias.
“Muy a menudo encuentras un montón de Lego cuando te inclinas con un recogedor de basura. Es como un premio por limpiar los desechos”.