La primera vez que Nathaniel Hall tuvo relaciones sexuales, contrajo el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH). Tenía 16 años y recientemente se había declarado gay.
El miedo, la vergüenza y el odio a sí mismo hicieron que mantuviera su diagnóstico escondido a su familia durante los siguientes 14 años.
El año pasado “volvió a salir del clóset” por segunda vez en su vida y escribió una obra de teatro sobre su experiencia, sobre lo que es crecer como gay y seropositivo.
Nathaniel, de 32 años y oriundo de Manchester, espera que este espectáculo, de un solo actor, genere una conversación sobre las representaciones del VIH en la cultura popular.
Cuenta cómo fue saber que tenía el virus cuando aún era un niño.
El “romance de verano” con un hombre mayor
Supe que era gay cuando tenía entre 13 y 14 años.
2003 era una época muy diferente a la actual. Ni siquiera (decirlo) era una opción en la escuela. Todo era secreto...Era muy difícil descubrir quién más era gay.
Y luego llegó este hombre a mi vida. Yo tenía 16 años, él era mayor que yo, veinteañero.
De repente, este gay mayor me prestó atención y me hizo sentir validado, aprobado, fue muy embriagador. Así que empezamos a vernos.
Esa relación no duró mucho, en realidad solo un par de meses.
Todo sucedió en el verano, en la transición entre la escuela secundaria y la universidad, un romance de verano, por así decirlo. Luego tomamos caminos separados.
Me diagnosticaron con VIH y cuando le conté, recibí mensajes de sus amigos, que eran mayores que yo, diciéndome que yo era solo un niño tonto, que me lo estaba inventando y cosas peores que eso.
Lo que yo realmente quería era que se hiciera la prueba y que recibiera el tratamiento necesario para que no se lo transmitiera a otra persona porque la mayoría de las infecciones provienen de pacientes que no saben que tienen el virus.
Pero nunca supe si realmente lo llegó a saber. Me dijo que había sido examinado y que su salud estaba bien... A los 16 años realmente no tienes la capacidad de desafiar eso.
“Como si me hubiera golpeado un autobús”
Acababa de cumplir 17 años cuando recibí el diagnóstico.
Recuerdo que el personal de la clínica fue muy amable conmigo y realmente no recuerdo mucho más, aparte de recibir la noticia.
Luego, recuerdo ir de camino a casa y sentir que tenía que tomar una decisión.
Y lo hice rápidamente, la decisión fue: entrar a mi habitación y cerrar la puerta y no contar lo que me estaba pasando.
Me sentía como si me hubiera golpeado un autobús porque cuando intento evocarlo, siento una sensación física de ser arrollado con bastante fuerza.
Recuerdo llorar. Lo que me dijeron fue muy diferente a lo que te dicen hoy en la misma situación.
Ciertamente, no estábamos en la era en que se desató la epidemia del SIDA, había medicamentos disponibles y eran buenos y cada vez mejores.
Pero me dijeron que el pronóstico era de alrededor de 37 años. Así que, en realidad, tener ese número en mente fue algo muy difícil de digerir.
Recibí asesoría psicológica en mi universidad, me sentí apoyado y pensé que todo estaba bien hasta que a finales del año pasado tuve una pequeña crisis.
“Creo que la vergüenza me controló”
Creo que la vergüenza es lo más grande. Es realmente la única enfermedad que viene endosada con un juicio moral y, hasta cierto punto, a la que le adherimos nuestro propio juicio de valor.
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Yo era gay y uno crece en un mundo heterosexual. Escuchas que estás moralmente equivocado o que lo que haces es sucio y por eso deberías avergonzarte. Y me estaba volviendo muy consciente de eso.
Luego escuchas advertencias de este tipo “vas a ser castigado”.
Era como si, en ese momento, esas profecías se estuvieran volviendo realidad y eso me causó una sensación muy abrumadora.
Al punto de que me impuse yo mismo el sentimiento de vergüenza.
Recuerdo que cuando estaba en la escuela, el único ejemplo de una relación gay que nos dieron en la materia de educación sexual fue un video en el que un hombre gay se estaba muriendo de sida.
Fue una lección completamente desactualizada y, por lo tanto, esos mensajes que estaba recibiendo de que yo era algo secundario o que lo que estaba haciendo era incorrecto e inmoral o lo que fuese, no venían sólo de mi familia, sino que provenían de todos lados.
Se hundieron con el tiempo y luego, de repente, me convertí en ese estereotipo.
Así que creo que la vergüenza realmente me controló.
“No me reconocí”
Creo que el momento clave fue cuando, después de una fiesta, estuve sin dormir por dos días.
Me miré en el espejo y no me reconocí.
En ese momento me di cuenta de que las drogas y el alcohol... no es que necesariamente se hubiesen apoderado de mi vida, pero sí que había abusado de ellos de una manera que ya no me hacía bien.
De ninguna manera era una adicción pesada o algo así, pero me estaba automedicando con alcohol.
Solo estaba tratando de deshacerme de la ansiedad y del estrés de baja intensidad que se habían acumulado con los años.
Me di cuenta de que si no hacía algo al respecto, podrían convertirse en un problema serio y real.
Algo tenía que cambiar.
Necesitaba contárselo a mi familia. Lo había intentado muchas, muchas veces antes, pero nunca sucedió y nunca me salió decírselo.
Así que empecé el viaje de hacer la obra de teatro. Comencé a escribir y a darle sentido a las cosas a través de la escritura.
Entonces decidí escribirles una carta a mis padres y a mis hermanos.
Me tomó una tarde escribir todo lo que quería decirles. Me dije a mí mismo que no necesariamente tenía que enviarla, que solo necesitaba escribir y luego ver cómo me sentía al respecto.
Pero después de hacerlo, me sentí bastante tranquilo. Por lo que simplemente la puse en sobres de inmediato y los envié antes de que pudiera cambiar de opinión.Lo hice de esa forma porque muchas veces antes había intentado contárselo y nunca pude.Y también pensé que hacerlo cuatro veces seguidas me iba a ocasionar un fuerte impacto emocional.Para ser honesto, la respuesta no me impresionó.Fue, un poco, igual a como se sienten muchos gays antes de salir del clóset. Ese miedo a lo que podría pasar, pero todos me enviaron mensajes de texto y me llamaron y estaban totalmente tranquilos.Solo lamentaron que yo hubiera sentido que tenía que mantenerlo en secreto durante tanto tiempo.Mi madre vino al día siguiente y charlamos.Mi gran preocupación era que estuvieran molestos porque no se lo había dicho y porque les había ocultado algo tan importante.
Pero mi madre dijo: “Estoy molesta porque mi hijo estuvo luchando con esto durante tanto tiempo por su cuenta”.
Fue miedo. Hubo cierta homofobia interiorizada que muchos hombres homosexuales sienten y luego la vergüenza, una capa sobre la cual se acumuló el miedo, y todo eso, junto, es realmente poderoso.
Incluso si tienes una familia realmente amorosa, te cuesta decírselo.
“Solía levantarme cada mañana con un nudo en el corazón”
No es que, de repente, todo estuviese arreglado. Pero escribir y trabajar en la obra me ha llevado a algunos lugares difíciles y eso ha sido duro.
Pero me he sentido mucho más ligero y mucho más capaz de lidiar con las cosas y con la ansiedad que se había acumulado.
Solía despertarme cada mañana con un nudo en el corazón, en el pecho.
Solía pensar que esto no me había afectado, pero después de decirle a mi familia, me liberé un poco y pensé: “Dios mío, viviste con esta ansiedad casi agobiante”.
Todas las mañanas, lo primero que sentía era un miedo en el pecho, algo que me oprimía, y todavía puedo sentirlo cuando hablo de ello.
Pero desde que emprendí este viaje, admitiendo la crisis que atravesaba y algunas de las malas decisiones que tomé y al hacer las paces con eso, no necesito ser la persona perfecta que estaba tratando de ser.
Y eso fue muy liberador.
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