Buenos Aires. (DPA). “Estos son chanchitos dinamarqueses que eran alimentados con soja argentina. Y les pasaba esto”, afirmaba el doctor Andrés Carrasco señalando hacia la pantalla. Allí se ven unas impactantes imágenes de cerdos con malformaciones varias.
Eso que les pasa a los cerdos también les pasa a los humanos en zonas cercanas a cultivos de soya, explicaba Carrasco. El “boom” de la soja le permitió a la Argentina salir de la grave crisis del 2001, pero hay un factor cuyas consecuencias no se previeron: las fumigaciones.
Carrasco, fallecido el 10 de mayo, fue un científico argentino que se dedicó a investigar los efectos nocivos que tienen los químicos que se usan para fumigar la soja en embriones anfibios. Por eso es uno de los grandes referentes de los habitantes del pueblo de Malvinas Argentinas, en la provincia de Córdoba, que decidieron enfrentarse nada más y nada menos que a Monsanto, una de las empresas líderes en semillas transgénicas en el mundo.
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MÁS CANTIDADES DE AGROQUÍMICOS
Desde hace ocho meses, los vecinos de ese pueblo bloquean con un enorme campamento el acceso al predio de la multinacional. Monsanto tenía previsto instalar allí una de las mayores plantas de acondicionamiento de semillas transgénicas del mundo.
¿Pero cuál es el problema con las semillas transgénicas? Por un lado, en la planta de acondicionamiento las semillas son impregnadas con varios agroquímicos. Los asambleistas de Malvinas Argentinas consideran que no se hizo un estudio de impacto ambiental adecuado de cuáles pueden ser los efectos de ese procedimiento para la zona.
Pero, además, está el problema general: el cultivo de estas semillas obliga a utilizar cantidades de agroquímicos cada vez más grandes y las consecuencias, como advertía Carrasco, son imprevisibles.
MUERTE DE CULTIVOS
Las semillas de soja modificadas genéticamente patentadas por Monsanto son, sobre todo, resistentes al glifosato, un tóxico que es el ingrediente principal del herbicida Roundup que vende la misma empresa y que se utiliza para acabar con maleza y las plagas. Eso quiere decir que donde se planta una semilla de Monsanto no crece ninguna otra cosa, puesto que el herbicida acaba con cualquier planta que no sea la soja genéticamente modificada.
Además, con el tiempo las malas hierbas y los microorganismos aumentan su resistencia al herbicida, por lo que es necesario emplear una cantidad mayor de estos compuestos.
El tema es espinoso. Argentina lleva varios años transformando su modelo económico en uno basado justamente en la exportación de soya transgénica a países del Primer Mundo y China, donde se utiliza principalmente como alimento para animales o para biocombustible.
LA EXPANSIÓN DE LOS MONOCULTIVOS
El 56% de la tierra cultivada de Argentina tiene hoy soya transgénica. Se planta sobre todo en la región pampeana. Las plantaciones desplazaron a las producciones clásicas y, junto con ellas, a miles de productores.
“Dado que más de la mitad de toda la superficie cultivable de Argentina se dedica a la soja, con 19,7 millones de hectáreas estimadas para 2012-2013, el país pierde diversidad productiva y, por lo tanto, independencia alimentaria”, explica a dpa el biólogo ambientalista Raúl Montenegro.
“Somos una colonia agrícola de Europa y China por voluntad propia. En lugar de una agricultura diversificada apostamos peligrosamente a los monocultivos industriales. Esto nos vuelve muy frágiles ante escenarios internacionales volátiles”, señala Montenegro, Premio Nobel Alternativo y uno de los referentes más consultados en estos temas.
ENFERMEDAD Y PESTICIDAS
Todo esto implicó un aumento exponencial del uso de agroquímicos y en provincias argentinas como Santa Fe, Córdoba o Entre Ríos se empezaron a registrar casos de trastornos hormonales, esterilidad, malformaciones y cánceres que se vinculan fuertemente al uso de estos pesticidas.
El cineasta Ulises de la Orden empezó a escuchar cada vez más historias de niños nacidos con malformaciones, de cánceres extraños y de otros males, y se puso a investigar. El resultado es la película “Desierto Verde”, que profundiza en los efectos de los agrotóxicos a patir de la expansión de la soja en la Argentina.
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Para De la Orden, “para producir alimentos, estamos bañándonos en veneno”. El problema es que la soja da enormes ganancias. “En la lógica de cualquier gobierno está saldar las necesidades del trimestre siguiente. Entonces, ¿quién desde una posición dirigencial va a animarse a restringir este modelo productivo? Hace falta un cambio de paradigma”, opina.
En su película, De la Orden buscó las opiniones más legitimadas sobre este tema. Por ejemplo, la de Sofía Gatica, una de las más activas asambleístas de Malvinas Argentinas, que es una de las fundadoras de Madres de Ituzaingó.
Madres de Ituzaingó es una organización creada en la misma Córdoba para combatir las fumigaciones en las zonas rurales cercanas a los cultivos de soja. En el 2012, estas madres lograron la realización del primer juicio contra las fumigaciones en Argentina.
También aparecen en el documental los defensores de la soya transgénica, aquellos que dicen que no hay estudios científicos que demuestren que algo en todo este proceso realmente pueda ser perjudicial para la salud humana.
Pero lo que cuestionan los opositores a los transgénicos es que la soja se introdujo en Argentina sin estudios previos sobre sus efectos. O sea, no se utilizó el llamado “principio de precaución”, que establece que ante la duda hay que proteger la salud, principio que sí se utiliza en Europa y por eso en la mayoría de los países europeos no se cultivan transgénicos.
Las dudas que existen en torno al tema hacen que el reclamo de los asambleístas de Malvinas Argentinas vaya sumando apoyos y que, por ahora, las obras estén paralizadas. “La justicia atendió los reclamos de la comunidad, paralizando la construcción de la mayor acondicionadora de semilla del mundo hasta tanto haya estudio de impacto ambiental y audiencia pública”, resume Montenegro.
El debate está abierto y no sólo en Argentina. Además de los asambleístas cordobeses, muchos otros descreen de las semillas transgénicas de la multinacional. Tanto que este 24 de mayo hay convocada por tercer año consecutivo una Jornada Mundial de Lucha contra Monsanto. Según sus organizadores, abarcará unos 50 países.