Si hay algún momento de la historia que demuestre el fuerte lazo que une a los perros con los hombres, este fue sin duda hace 2000 años, cuando los esquimales se lanzaron a la conquista del Ártico.
Si bien hace 15.000 años los primero pobladores de América cruzaron esta región, no se quedaron allí, solo estuvieron de paso. Tiempo después llegaron los pueblos paleoiunit, hace 4.000 años, ellos sí se asentaron, pero terminaron desapareciendo de la zona.
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Los esquimales, procedentes de Siberia, fueron los únicos que pudieron asentarse en el Ártico y sobrevivir generación tras generación; y en esa épica tarea, los perros ocuparon un papel trascendental: gracias a ellos, los esquimales pudieron tirar sus trineos y movilizarse en aquel terreno adverso.
Ahora, un equipo de arqueólogos y genetistas ha analizado los cráneos de 391 perros hallados en asentamientos humanos, que datan desde hace 4.500 años hasta la actualidad, para intentar esclarecer el origen de aquellos perros de trineo que, junto a dos embarcaciones, el kayak y el umiak (una embarcación ligera de mayor tamaño), permitieron a los esquimales, o inuits, sobrevivir en uno de los lugares más hostiles del planeta. El estudio ha sido publicado en la revista ‘Proceedings of the Royal Society B’.
La investigación concluye que este grupo humano desarrolló su propia raza de perros especializados, con los que se adentraron después en esta tierra septentrional. Los animales más que mejores amigos eran “herramientas vivas”, explica Tatiana Feuerborn, investigadora del Centro de Paleogenética de la Universidad de Estocolmo y el Museo de Historia Natural de Suecia y coautora del estudio.
No solo tiraban de la carga sino que también cazaban, vigilaban e incluso servían de alimento cuando la comida escaseaba. Su morfología era diferente a la de los perros que trajeron los paleoinuit. Eran canes más grandes, con cabezas más estrechas.
Tras un análisis del genoma mitocondrial, los investigadores encontraron que el origen de los canes de los inuit está en Siberia y que su ADN sigue presente en los ejemplares de trineo de Groenlandia.
Por otro lado, el estudio también desmiente la teoría de que los esquimales cruzaban a sus perros con lobos para mejorar la raza y hacerlos más fuertes. De acuerdo con los especialistas, esa práctica no era habitual, si bien podía existir. El análisis de ADN no ha encontrado rastro del lobo en estos canes.
“Las anécdotas de hibridación entre lobos y perros son muy frecuentes en Groenlandia en la actualidad, pero estas mismas fuentes dicen que los híbridos suelen ser malos perros de trineo y que los criadores intentan evitar rasgos lobunos”, escriben los autores.
Lamentablemente, el número de perros esquimales se ha reducido drásticamente, entre otras cosas, por la fragmentación del territorio por el cambio climático y por la preferencia de los cazadores de la zona por las motos para nieve. Hoy solo quedan 15.000 ejemplares.
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