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Los Luritja, una comunidad indígena de los remotos desiertos de Australia central, solían contar la historia de una bola de fuego demoníaca que había caído en la Tierra, proveniente del Sol, y que había matado todo lo que estaba a su alrededor.
Los locales temían que si se acercaban a esa zona, podían involuntariamente darle nueva vida a esta criatura.
La leyenda describe el aterrizaje de un meteoro en el desierto central de Australia hace 4.700 años, dice Duane Hamacher, astrofísico de la Universidad de Nueva Gales del Sur (UNSW).
El meteoro cruzando el cielo debió haber sido un evento dramático.
Cuando se desintegró, grandes fragmentos de roca rica en metales habrían caído sobre la Tierra con una fuerza explosiva, creando decenas de cráteres gigantescos.
El sitio en el Territorio del Norte de Australia, fue descubierto en los años 30 por buscadores de oro con ayuda de guías luritja y lleva hoy día el nombre de Reserva Henbury para la Conservación de Meteoritos.
Ola gigante
Hamacher, a cargo del programa de astronomía indígena de la UNSW, dice que cada vez hay más evidencia de que las historias aborígenes contienen claves sobre eventos ocurridos en el pasado lejano de Australia.
El año pasado, el investigador viajó a Victoria con el experto en tsunamis James Goff, de la misma universidad, para visitar a la comunidad Gunditjmara.
“Ellos describen una ola gigante que venía de lejos y que mató a todos excepto a quienes vivían en la cima de las montañas y, de hecho, nombran los diferentes lugares en los que la gente sobrevivió”, explica Hamacher.
Él y Goff tomaron muestras de lugares entre 500 metros y 1Km tierra adentro y, en cada sitio, encontraron una capa de sedimento oceánico a dos milímetros de profundidad, lo que indica que probablemente un tsunami inundó el área hace cientos o quizás miles de años.
Las muestras requieren un análisis más profundo, pero para Hamacher el hallazgo es muy emocionante, ya que sugiere que la leyenda puede llegar a ser cierta.
A principios de año, otro equipo de investigadores presentó un estudio en el que argumentaba que las historias de los aborígenes de las costas australianas podrían “constituir observaciones genuinas y únicas” del aumento en el nivel de los mares que ocurrió hace entre 7.000 y 11.000 años.
Nick Redi, experto en lingüística de la Universidad de Nueva Inglaterra, en Australia, escribió el estudio junto al geógrafo marino Patrick Nunn, de la Universidad de Sunshine Coast.
Proceso de verificación
Las historias que analizaron -documentadas en tiempos coloniales- se refieren al incremento de los niveles del mar en las zonas costeras que antaño eran secas.
Al mirar los récords históricos del aumento del nivel del mar después del último período glacial, hace cerca de 20.000 años, pudieron contrastar las historias con las fechas.
Según Reid, el aislamiento relativo de los indígenas de Australia -que vivieron por aproximadamente 50.000 años sin interferencias culturales- y la naturaleza conservadora de su cultura, podrían explicar por qué sus historias tienen tantos detalles.
“Los aborígenes tienen creencias muy particulares sobre la importancia de contar las historias como debe ser y por la gente adecuada”, dice.
También cuentan con un sistema rígido basado en el parentesco a través de generaciones -en el que participan niños, adultos y ancianos-para comprobar la veracidad de los hechos. Un método, explica Reid, que no parece usarse en otras culturas.
Este conservadurismo extremo y la importancia de la precisión pueden verse reflejados también en las pinturas sobre las rocas y en dibujos y grabados, que suelen utilizarse para complementar las leyendas orales, señala Les Bursill, antropólogo e integrante de la comunidad aborigen Dharawal de Sídney.
“Las reproducen una y otra vez, y si varían, aunque sea sutilmente, borran (los dibujos) y los vuelven a hacer”, dice.
Conocimiento secreto
Bursill no cree que las comunidades aborígenes estén interesadas en compartir su conocimiento con la Australia moderna.
Los académicos no indígenas reconocen que estos sospechan de los extranjeros.
Pero Hamacher cuenta que varias comunidades se han acercado a su equipo para compartir sus historias.
Esta entrega, dice, debe retribuirse de modo que beneficie a las comunidades indígenas.
Su equipo, por ejemplo, desarrolló una serie de materiales educativos relativos a la astronomía, que ahora se usan en la enseñanza en escuelas de localidades remotas.
Todo forma parte de una tendencia creciente a reconocer que el conocimiento indígena tiene mucho que aportar a la comunidad científica.
El problema, no obstante, es que las lenguas indígenas están desapareciendo a un ritmo alarmante y eso dificulta el acceso de los científicos y otros expertos al conocimiento ancestral.
Desde que los blancos se establecieron en Australia, a fines del siglo XVIII, se han extinguido más de 100 lenguas.
Hoy día se hablan cerca de 145 lenguas (con al menos una persona que lo habla), pero, según la organización Australian Institute of Aboriginal and Torres Strait Islander Studies, cerca del 75% está en “peligro crítico”.