En los pastizales de Yagul, en los valles centrales de Oaxaca, al sur de México, un jaguar (Panthera onca) se abre paso entre mallas y arbustos. De golpe se detiene, baja la cabeza y aguza la mirada, acechante. Con los ojos fijos en su objetivo, se abalanza sigilosamente hacia él. Una breve carrera, un salto y la presa yace entre sus mandíbulas.
Pareciera una escena de caza en vida silvestre, pero en realidad se trata de un ejercicio planificado por un equipo de biólogos, veterinarios y etólogos. La presa no es un animal vivo, sino un costal de yute relleno con carne de pollo, colgado de lo alto de un poste.
El jaguar es estimulado de esta manera para recuperar comportamientos de su antigua vida silvestre: debe prestar atención a su olfato para localizar su objetivo, usar sus garras y toda su musculatura para trepar el poste y, finalmente, aplicar su mordida y su peso para romper el mecate que ata el costal de pollo. Sólo así puede acceder al premio.
“Con este tipo de ejercicios se mantienen activos, disminuye el impacto del cautiverio y el sedentarismo, que de otra forma puede causarles estrés y obesidad”, explica Víctor Rosas Cosío, experto en jaguares y director de proyectos del Santuario del Jaguar Yaguar Xoo, ubicado a 35 kilómetros de la ciudad de Oaxaca, al sur de México.
Por ahora, con este ejercicio se trata solamente de mantener saludable a Balam, un jaguar capturado de cachorro en las inmediaciones de Matías Romero, Oaxaca, y que después de un año y medio de permanecer en una pequeña jaula fue confiscado por las autoridades ambientales de México y llevado al Santuario del Jaguar Yaguar Xoo.
Entre los objetivos del Santuario del Jaguar Yaguar Xoo está el enseñar a diversas especies de félidos a regresar a su hábitat y para ello han diseñado todo un programa.
La idea de que seres humanos enseñen a los jaguares a comportarse como jaguares parecería sólo una excentricidad de estos tiempos, pero en realidad forma parte de una tendencia de conservación en la que animales incautados que han sido víctimas del tráfico de especies o que nacieron en cautiverio son reintroducidos a su hábitat. En diferentes latitudes hay programas científicos de reintroducción de especies que trabajan con ranas, orangutanes, leones, ajolotes e, incluso, peces.
En México, Víctor Rosas Cosío y el equipo de científicos de diversas áreas han logrado liberar exitosamente a dos jaguares, y actualmente trabajan procesos similares en otros dos jaguares y tres pumas (Puma concolor).
Para sostener esta apuesta, en 2015 se creó la Fundación Jaguares en la Selva, que Rosas preside. Mediante un convenio de colaboración, la fundación realiza sus actividades en las instalaciones del Santuario del Jaguar Yaguar Xoo, un espacio abierto en el año 2000 originalmente para cuidar animales silvestres decomisados.
Simuladores de vida silvestre
De los casi 40 000 jaguares que caminaban en el territorio de México a principios del siglo XX, en la actualidad solo quedan alrededor de 4 800. Una reducción de casi el 88 % de la población causada por la caza ilegal, la matanza en represalia por las muertes de ganado y, principalmente, por la expansión de la agricultura y la ganadería en zonas forestales.
Históricamente, en México el jaguar se distribuía a lo largo de las sierras y costas del Atlántico y el Pacífico, desde Chiapas y Quintana Roo hasta Sonora y Tamaulipas, incluyendo un corredor a lo largo del Eje Neovolcánico que cruza el centro del país. Si bien esta distribución se mantiene en lo general, la pérdida de población y de hábitat han reducido el territorio del jaguar en un 40 % y fragmentado lo que queda, aislando poblaciones y comprometiendo, entre otros elementos, su diversidad genética.
“La estrategia de reintroducción como la que desarrollamos acá tiene el potencial de repoblar o revitalizar poblaciones de jaguar en lugares donde quedan muy pocos ejemplares”, asegura Rosas, refiriéndose al norte de México donde las industrias agrícola y ganadera han contribuido a disminuir en forma considerable las poblaciones de félidos.
Para enseñar a los jaguares a comportarse como jaguares, el santuario cuenta con dos simuladores de vida silvestre: terrenos deliberadamente aislados de cualquier contacto humano que recrean lo mejor posible todas las condiciones del hábitat en que los felinos serán reintroducidos.
Rodeados por vallas de casi cinco metros de altura cubiertas por plástico negro que impiden el intercambio visual entre el interior y el exterior, estos simuladores cuentan con madrigueras, colinas y hasta lagos artificiales donde, además, se reproducen sonidos ambientales del hábitat original. Ahí, los biólogos encargados del proyecto llegan a suministrar presas vivas similares a las que sirven de alimento a los jaguares en vida silvestre: desde conejos hasta pecaríes y venados cola blanca.
En ciclos que pueden ir de uno a cuatro años, dependiendo de factores como su edad, estado físico y conductual, los jaguares primero se familiarizan con la presencia de otros animales vivos y poco a poco desarrollan con ellos una relación de depredador y presa. En estas lecciones se ve de todo, desde jaguares intimidados por un pecarí o lastimados por las patadas de un venado.
“El programa de asilvestramiento atiende las áreas conductual, física y cognitiva de los jaguares”, explica el biólogo Roberto Velásquez. “Esto nos obliga a generar conocimiento desde abajo, confrontar hipótesis y romper esquemas a partir de prueba y error”, agrega.
El asilvestramiento de estos animales es vigilado por los científicos desde ventanas ocultas en puntos estratégicos del simulador o desde cámaras de videovigilancia en el perímetro. Estos terrenos de entre 5 000 y 6 000 metros cuadrados están muy lejos de simular los 750 kilómetros cuadrados que un jaguar macho puede llegar a identificar como su territorio, pero sí se asemejan a las áreas de crianza que estos animales pueden tener en vida silvestre.
El examen de admisión al simulador de vida silvestre es muy riguroso. No cualquier jaguar es candidato para el asilvestramiento y la liberación. Algunos no tienen colmillos o son de una edad avanzada, lo que les hace imposible cazar para sobrevivir. Otros que nacieron en cautiverio tienen altos niveles de endogamia, es decir, son resultado del apareamiento entre individuos emparentados, por lo que han disminuido su variabilidad genética, lo que los hace susceptibles a enfermedades congénitas que no se quieren inducir en la vida silvestre.
En colaboración con el Laboratorio de Genética Molecular de la Universidad de la Sierra Juárez (UNSIJ), se analiza el ADN de los jaguares candidatos y se seleccionan para el programa de reintroducción sólo aquellos con perfiles genéticos que corresponden a poblaciones nativas de México.
Celestún Petén y Nicté Ha, un hito de conservación
Si bien el Santuario del Jaguar Yaguar Xoo ha recibido y albergado grandes félidos desde su creación en el 2000, sus contribuciones a la ciencia de la conservación fueron modestas en sus primeros 15 años de vida. El lugar fungió principalmente como un centro de consignación de animales decomisados por la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), la máxima autoridad mexicana de protección de la vida silvestre, que depositaba en el santuario no solo jaguares, sino leones, tigres y pumas provenientes de circos, zoológicos u hogares donde los tenían como mascotas.
Con el correr de los años, los administradores del santuario decidieron concentrar su trabajo en el jaguar, aunque actualmente todavía conservan dos leones africanos, un tigre de Bengala, un lince cola roja, un tigrillo y un ocelote. Estos ejemplares les permiten enseñar a los visitantes las diferencias entre los grandes félidos del mundo.
En octubre de 2016, ya bajo el liderazgo de la Fundación Jaguares en la Selva, el santuario recibió a dos jaguares que representaron una oportunidad única. Celestún Petén y Nicté Ha fueron dos crías hembra halladas a pocos días de nacer cerca de un potrero del poblado de Centauros del Norte, en la Reserva de la Biósfera de Calakmul, en Campeche.
La Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) colocó a las crías bajo custodia del Jaguares en la Selva, para lo cual fueron trasladadas a sus instalaciones en Oaxaca. La organización puso en marcha un plan de trabajo que culminó en 2021 con la reintroducción de ambos ejemplares en las selvas de Quintana Roo.
El caso marcó un hito como la liberación exitosa de jaguares rescatados a menor edad, lo cual llamó la atención de investigadores dentro y fuera de México. “Fue un caso muy atípico por ser muy pequeñas, entonces tuvimos que cambiar el chip sobre lo que se puede y no se puede hacer, y estas jaguarcitas marcaron un precedente”, explica Andrea Reyes, encargada de la documentación audiovisual de Jaguares en la Selva.
El proceso no fue fácil. Rosas y su equipo tuvieron que crear protocolos, a veces desde cero, para las cinco etapas en que dividieron el trabajo con las jaguares: maternidad, destete, desarrollo, rehabilitación y liberación. La primera fue la más crítica, pues las crías fueron halladas deshidratadas y sin su madre.
La solución fue crear una madre de utilería: un almohadón de felpa impresa con patrones de jaguar en el que se ocultaron biberones de los que solo asomaban las mamilas a manera de tetillas. Para más realismo, el almohadón era frotado en el cuerpo de una jaguar adulta para impregnarle su aroma.
En las etapas sucesivas, el proceso fue gradual y cuidadoso. Primero presentarles carne, como lo haría su madre biológica. Luego animales muertos, pero no desollados, para que aprendieran a trabajar su comida. Pasados los cuatro meses, vino el gran cambio a animales vivos. Así sucesivamente hasta llegar al examen de grado en el asilvestramiento de un jaguar: animales grandes a los que Celestún Petén y Nicté Ha eran capaces de cazar y matar por mordida.
Después de su graduación en la escuela de jaguares de Oaxaca, cuando el mundo entero enfrentaba la pandemia de Covid-19, las jaguares fueron transportadas de vuelta a la Península de Yucatán a bordo de un avión de la Marina en noviembre de 2020. Ahí permanecieron cuatro meses en un simulador construido dentro del hábitat y liberados exitosamente en marzo de 2021, después de una evaluación médica y sanitaria positiva.
Mediante collares de rastreo, el equipo técnico de la fundación documentó que ambas jaguares se desplazaron primero juntas, luego se separaron, y ambas cruzaron carreteras rurales y pavimentadas, e incluso atravesaron al estado de Yucatán, para luego regresar a Quintana Roo. También entraron y salieron del área natural protegida de Yum Balam.
“Actualmente la única manera de saber si siguen vivas es a través de fotografías de cámaras trampa colocadas en sitios cercanos al de la liberación”, añade. El equipo de la fundación dio por finalizado el monitoreo de estas jaguares en julio de 2021, posteriormente los collares se desprendieron automáticamente de ellas por un mecanismo automatizado. Hasta el momento, la organización no tiene fotos de las jaguares obtenidas mediante cámaras trampa.
La enseñanza del Abuelo Jaguar
El reino del máximo depredador félido de las Américas abarca desde Arizona y Nuevo México hasta el norte de Argentina, incluyendo zonas tropicales a nivel del mar, valles y desiertos o bosques de pino-encino a 3 000 metros de altura. Camina, nada y trepa árboles. Y por ello come desde roedores hasta pescados y cocodrilos.
Su presencia en un ecosistema significa salud, pues al ser una especie tope de la cadena trófica mantiene bajo control a las poblaciones de animales que podrían convertirse en un problema para otras especies animales o vegetales.
El jaguar, además, ha sido deidad y mito para los pueblos originarios de las Américas. Pieza fundamental no sólo de su cultura sino de su cosmovisión, algo que es palpable en Oaxaca, el estado con la mayor diversidad biológica y étnica de México.
En Oaxaca, el trabajo de conservación del jaguar fue marcado por un caso que fusiona ciencia, cultura y misticismo: la historia del Jaguar de la Luz.
En 2004 en la comunidad de Cristo Rey La Selva, Lachixila, región Chinantla, un jaguar había matado a más de 40 cabezas de ganado, por lo que la asamblea de la comunidad lo condenó a muerte. Pero en la noche de su ejecución, cuando lo encontraron, los cazadores que debían ajusticiarlo fueron cegados por una luz que emanaba del jaguar, entonces tiraron las armas y huyeron. Al reportar lo sucedido a la asamblea, los ancianos concluyeron que se trataba del animal sagrado que había acompañado al fundador de la comunidad siglos atrás, según el mito local. Es decir, se trataba del Abuelo Jaguar y por ello no podían matarlo.
Entonces, cambiaron de estrategia y decidieron atraparlo, lo que finalmente lograron mediante una trampa. Después de algunos días enjaulado, la Profepa concilió con la comunidad para ponerlo bajo el cuidado del Santuario del Jaguar, dirigido por Víctor Rosas Vigil, padre de Víctor Rosas Cosío.
En el santuario, investigadores y funcionarios venían a verlo, pero el Abuelo Jaguar era hosco y no permitía visitas: cuando veía personas se arrojaba contra la reja de contención y se lastimaba la cara. Finalmente, la propia comunidad de Cristo Rey La Selva pidió la devolución del animal. Uno de sus hombres había caído enfermo durante su ausencia y dedujo que el jaguar se había llevado su alma, por lo que tenía que ser devuelto.
El 17 de diciembre de 2005, con el apoyo de científicos y funcionarios, el Jaguar de la Luz fue reintroducido a las selvas de la Chinantla. Su cautiverio duró 14 meses. Los lugareños lo recibieron con un ritual en el que había velas y flores, le pidieron que permaneciera en la selva y no dañara a su ganado. Fue liberado en las cercanías del río Cajonos, con un collar localizador que dio cuenta de su recorrido en libertad. La luz regresó a la comunidad chinanteca y nació no sólo una leyenda, sino una ruta biocultural para que los investigadores que trabajan en la conservación del jaguar en Oaxaca consideren en su trabajo la profunda interconexión entre los ecosistemas y los pueblos originarios.
“Aunque ya había un registro científico previo, el Jaguar de la Luz fue muy importante mediáticamente y reflejó no solamente la presencia de jaguar en Oaxaca, sino la importancia y el papel que estaban jugando las comunidades locales en su conservación, además del arraigo del jaguar y lo determinante del aspecto biocultural”, explica el biólogo Fernando Mondragón, quien acompañó el proceso del Abuelo Jaguar, como asesor técnico de las comunidades chinantecas en temas de conservación.
Nueva generación, nuevos retos
Cachicamo (macho) y Lamanai (hembra) son dos jaguares hermanos actualmente en proceso de asilvestramiento. Ambos llegaron al santuario el 22 de marzo del 2020, apenas días después de haberse declarado la pandemia por Covid-19. Como es habitual en estos casos, el avance se complica por todo tipo de dificultades. Para empezar, el financiamiento.
Por ejemplo, no ha llegado apoyo gubernamental para la liberación y traslado de Cachicamo y Lamanai, por lo que la pareja de jaguares de cuatro años de edad permanece en el simulador de vida silvestre más con fines de documentación científica que de preparación para la liberación.
Alimentar a uno de los 15 jaguares adultos que están en el santuario implica alrededor de 10 kilos de carne al día. El alimento puede llegar a costar 20 000 pesos (casi 1 200 dólares) en el caso de un venado vivo para los simuladores de vida silvestre, que tiene que ser transportado desde unidades de manejo ambiental con certificaciones oficiales. Ante este escenario, Víctor Rosas y su equipo han recurrido a las subastas de arte donado por artistas locales (incluyendo al célebre maestro Francisco Toledo) para costear sus proyectos.
En el caso de la manada de tres pumas (dos hembras y un macho), que llegaron al Santuario en abril de 2022 y que se asilvestran en uno de los simuladores, la directiva del equipo de futbol Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) otorgó en 2022 un apoyo económico que reduce la incertidumbre del proceso. Así, se espera que los pumas Lontla, Sama y Dasai, de dos años de edad, vuelvan a su hábitat en la región Huasteca de Hidalgo, en el centro de México, en algún momento de 2025.
Jaguares en la Selva es parte de la Alianza Nacional para la Conservación del Jaguar. Además, la fundación cuenta con apoyo de empresarios, artistas y comunidad científica dentro y fuera de Oaxaca. Pero a pesar de los éxitos y reconocimientos, sigue enfrentando problemas mayúsculos para realizar su trabajo.
Una noche de octubre pasado, personas desconocidas irrumpieron en las instalaciones del santuario del jaguar y robaron desde artesanías hasta instrumental científico, incluyendo las pantallas con que los científicos monitoreaban los simuladores de vida salvaje. A su salida, prendieron fuego a parte de las instalaciones, que quedaron reducidas a cenizas.
“Claro que esto nos afecta y también a animales que ni siquiera son nuestros, sino que son propiedad de la nación”, explica Víctor Rosas Cosío.
Claves para la conservación del jaguar
Juan Pablo Esparza, investigador de la Universidad de Guadalajara (UDG) y experto en ecología y conservación de félidos, reconoce la importancia de “ejercicios pioneros” realizados por organizaciones como Jaguares en la Selva para la reintroducción de estos animales. Sin embargo, prefiere poner el acento en las relaciones humano-animales para atacar las principales causas de muerte de los félidos: la pérdida de hábitat y los choques con los humanos.
“Muchas veces no es que nos falten jaguares, el problema es que se está destruyendo el hábitat y hay conflicto con el humano. Lo que necesitamos es que haya condiciones sociales para que los humanos puedan convivir con ellos”, explica Esparza, quien reconoce que el asilvestramiento y la reintroducción también tienen un gran impacto social positivo al poner esta especie a la vista de la gente, lo que puede cambiar actitudes.
A más de 6 000 kilómetros de Oaxaca, en el Pantanal brasileño, el veterinario e investigador por la Universidad Estatal Paulista (UNESP), Paul Raad, coincide con el diagnóstico de Esparza. Su trabajo en el punto del continente con la mayor concentración de jaguares le ha dejado claro que los ganaderos no dejarán de matar a estos félidos si no cuentan con apoyo financiero para adoptar medidas para proteger a su ganado.
Como coordinador del proyecto de coexistencia humano-fauna de la organización Ampara Animal, trabajando en la propiedad Pousada Piuval, Raad ha comprobado que las cercas electrificadas reducen en un 95 % las muertes de ganado provocadas por jaguares.
“Nuestro mayor reto ahora es conseguir una ley que nos apoye dando incentivos a los ganaderos que trabajan en pro del jaguar, porque también están trabajando en pro de la salud”, explica Raad por teléfono. “Mi argumento como veterinario es, además, más cierto que nunca después de la pandemia de Covid-19: el jaguar es fundamental en los ecosistemas para controlar especies que son potenciales hospederas de parásitos y vectores, por lo que el jaguar está controlando las posibles nuevas pandemias”.
De vuelta en Oaxaca, en la región de la Chinantla, la relación de la población con el jaguar se refleja en cada una de las seis comunidades que integran el Comité de Recursos Naturales de la Chinantla Alta A.C. (Corenchi, por su acrónimo). Ahí el jaguar ilustra cada proyecto enfocado a la conservación del bosque de niebla. Estos campesinos chinantecos saben que le deben tanto a esta especie que controla a los animales “dañeros” que comen sus cultivos, como el tejón, tepescuincle, el pecarí o el venado temazate.
Fernando Mondragón, director de la asociación civil Geoconservación, destaca cómo estas comunidades realizan concursos que premiaban las mejores fotografías y videos de jaguares captadas con cámaras trampa. Todo esto ha desarrollado un sentido de pertenencia y orgullo por la presencia del jaguar, explica el biólogo.
No por casualidad la Chinantla, junto con los Chimalapas, conforman un corredor que alberga a algunas de las poblaciones más densas de jaguares en México.
“Más allá del monitoreo biológico, falta documentar más la relación que tiene el jaguar con el ser humano en el sentido positivo, biocultural, las enseñanzas que les está dando y los procesos que tienen muchas comunidades en la conservación de sus bosques a través de la conservación del jaguar”, señala Mondragón.
Esta relación positiva con el jaguar que aún no es tan difundida es lo que anima a varios biólogos, entre ellos a Domingo Mendoza, quien forma parte del equipo científico que trabaja en el santuario.
Mendoza es tan cercano a los jaguares rescatados que conoce sus personalidades y mañas, así como cada uno de los avances en su aprendizaje de habilidades para regresar a la vida silvestre.
En esta escuela-santuario, los humanos también adquieren nuevos conocimientos. Mendoza lo dice sin ocultar su entusiasmo: “Somos afortunados en también poder aprender de estos animales y de ser parte de una generación que está cambiando la manera en que los humanos nos relacionamos con ellos. Es un momento muy interesante en la historia de esta relación”.
*Imagen principal: Celestún Petén y Nicté Ha, las dos jaguares que fueron reintroducidas a su hábitat en 2021. Foto: Andrea Reyes/Jaguares en la Selva.
El artículo original fue publicado por Juan Mayorga en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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