El armonioso sonido de las pequeñas aves del bosque seco acompaña a los visitantes mientras recorren los senderos del Área de Conservación Privada Chaparrí. Pocos minutos después, los fuertes y alborotados gritos de un ave invaden el ambiente. Muy lejos de asustarse, el grupo se emociona. Empiezan a mirar a su alrededor atentamente hasta que encuentran dos aves grandes, posadas sobre las ramas de un árbol. Son dos pavas aliblancas, un macho y una hembra. Ellas suelen ir así, en parejas por las copas de los árboles.
En Chaparrí con un poco de curiosidad, paciencia y la ayuda de un guía local es casi seguro ver uno o más ejemplares de esta especie. Pero no siempre fue así. A lo largo de los años, la especie Penelope albipennis ha pasado por momentos altos y bajos. Algunos tan bajos, que la comunidad científica llegó a creer que la especie estaba extinta. Por suerte, existieron personas que mantuvieron la esperanza de volver a encontrarla en algún bosque o quebrada de la costa norte peruana, único lugar en el mundo en el que habita esta ave de la familia Cracidae.
Ahora esta especie no solo está lejos de de la extinción, sino que su población se ha recuperado de manera notable. En agosto de 2018 la pava aliblanca pasó de ser considerada una especie en Peligro Crítico, la categoría más alta de amenaza en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), a En Peligro. Para algunos, este cambio puede ser visto como un logro pequeño, pero ha sido largo el camino y grandes los esfuerzos para protegerla.
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La búsqueda de un ave ausente
La historia científica de la pava aliblanca se remonta a 1876, año en el que el primer espécimen de la especie fue recolectado por el científico polaco Jean Stolzman en la isla La Condesa, en el delta del río Tumbes. “Esta especie, único representante de la familia que se encuentra en la costa peruana, ha sido exterminada. Yo solo la vi en Tumbes, donde 30 años atrás era común y se le podía encontrar cerca de la ciudad, pero por la continua persecución se retiró a los inaccesibles manglares, donde creo que existen no más de 15 parejas”. Esta fue la descripción de Stolzman en 1877 —recogida en el libro Ornithologie du Pérou— al encontrarse con el ave.
Al año siguiente, dos ejemplares más fueron colectados en Piura y no se supo más de la pava aliblanca por 100 años, según confirma el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Sernanp). Pasó tanto tiempo, que algunos expertos como Fernando Angulo llegaron a pensar que no se trataba de una especie, sino de una mutación que generaba albinismo parcial en algunos individuos de Penelope ortoni, una pava muy similar pero de menor tamaño y con alas completamente negras. A pesar de las hipótesis que se manejaban, fue muy difícil para los científicos determinar si esta era o no una especie con tan solo tres especímenes para estudiar.
Más allá de todas estas dudas, la pava aliblanca contaba con una aliada en Lima que no renunció a encontrarla: María Koepcke. Esta ornitóloga alemana nunca perdió la esperanza y le encargó a Gustavo del Solar, un agricultor y empresario que trabajaba en Olmos, Lambayeque, que la ayude a buscarla en los bosques de la costa norte y capturarla para sumarla a sus estudios. Del Solar llegó a ese acuerdo con Koepcke tras visitarla en el Museo de Historia Natural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima.
Este agricultor nunca antes había realizado labores de conservación pero estaba empecinado en encontrar al ave. Visitó bosques y quebradas, explicando el encargo a decenas de campesinos de la zona. La incansable búsqueda terminó recién en septiembre de 1977, unos ocho años después del encargo, cuando Sebastián Chinchay, un campesino de Olmos, divisó un ave negra con alas blancas en la quebrada San Isidro. De inmediato buscó a Del Solar y este acudió con el ornitólogo John O’neill para concretar la tarea: capturar a un espécimen.
Ya era tarde para compartir la buena noticia con Koepcke, quien había fallecido años atrás, pero el redescubrimiento de la pava aliblanca marcó un hito en la historia de la conservación de la especie.
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El tránsito a la vida silvestre
El interés y pasión de Del Solar por la especie siguió creciendo y fue así como en 1978, un año después de redescubrirla, creó un programa de reproducción en cautiverio y reintroducción de la pava aliblanca.
Ese mismo año, el ecólogo Enrique Ortiz empezó el primer censo de la población silvestre de esta ave. “El censo que realicé fue más que solo un conteo”, menciona Ortiz. “La idea fue conocer cuál era el estatus de la especie que había sido redescubierta en una sola localidad y llegar a saber dónde estaban, cuántas había y hasta dónde iban. Pero a la vez también se quería recopilar toda la información posible como, por ejemplo, su dieta, sus amenazas. En realidad, esta fue la primera mirada ecológica de una especie que se había creído extinta por 100 años”, agrega. La información generada por dicho estudio sirvió más tarde para diseñar un programa de reproducción y reintroducción.
La crianza en cautiverio se realizó en el zoocriadero Bárbara D’Achille, fundado en Olmos en el año 1983 por Del Solar. Allí, especialistas se encargaban de alimentarlas y prepararlas para su reproducción y posterior liberación en su hábitat natural.
La reintroducción requería de técnicas especiales, pues se trataba de asegurar la existencia de una población a largo plazo. Esto pasaba por conseguir que los especímenes liberados se reprodujeran. Para lograrlo, había primero que asegurarse de reunir un grupo de pavas reproductoras nacidas en cautiverio, para luego propiciar la reproducción con aves nacidas en estado silvestre y así minimizar el peligro de consanguinidad.
Según los registros del zoocriadero, durante los primeros veinte años no se logró liberar ni un solo individuo. A partir del año 2000, sin embargo, el ingeniero forestal Fernando Angulo, entonces director del programa de reproducción y reintroducción de la pava aliblanca, lideró el proceso de liberación de 52 individuos. Entre los años 2001 y 2007, cada una de estas aves fue reintroducida en zonas estratégicas, es decir, áreas con características ecológicas ideales y con amenazas para la especie relativamente controladas.
Para la liberación de estas aves, los científicos tuvieron que trabajar durante un año con jaulas de semicautiverio. Instalaron una en la quebrada Pavas y, dos años más tarde, una segunda frente al cerro Chaparrí, ambos lugares en Lambayeque y ubicados dentro de lo que hoy es el Área de Conservación Privada Chaparrí. En 2001 un total de 16 individuos fueron reintroducidos en ese espacio y otras 29 pavas fueron liberadas entre 2002 y 2005. Uno de los puntos más importantes en toda reintroducción es el monitoreo para asegurarse de que la población liberada ha logrado adaptarse al hábitat y sobrevivir. Dos años después de la primera liberación se estimó la supervivencia de más de la mitad de los ejemplares. En 2008 llegó la esperada noticia: 50 pichones nacieron de padres reintroducidos.
Por esos días, se buscó otro lugar para continuar con la liberación de nuevos ejemplares: el Refugio de Vida Silvestre Laquipampa, también en Lambayeque, que había sido creado para la conservación de esta ave. En 2006 una jaula de semicautiverio fue construida en la quebrada Negrahuasi, dentro del refugio, y se llevaron ocho individuos de pava aliblanca, donde tardaron solo dos meses y medio en reproducirse tras su reintroducción. Una de las dos parejas formadas llegó a tener dos camadas en dos años consecutivos. Nacieron seis polluelos hasta el año 2008. Aunque se presentaron algunos altibajos, como la necesidad de retirar una pava del área a las dos semanas de la liberación por su cercanía con los humanos, las siete restantes que permanecieron en el lugar sobrevivieron. Estas fueron las últimas pavas liberadas por el programa.
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La conservación en el campo
El trabajo de reintroducción realizado por científicos requirió de muchos años de esfuerzo. A pesar de ello, Angulo notó que la reintroducción de individuos no sería la única solución, ya que las principales amenazas de la especie eran la pérdida de hábitat por expansión de la frontera agrícola, la tala de madera y la caza. Fue así que decidió trabajar junto a otras instituciones para crear áreas de conservación en las cuales los individuos liberados y su descendencia se desarrollen de manera segura. En la actualidad, un tercio del hábitat de la pava aliblanca está protegida bajo alguna modalidad.
En 2001 fue creada el Área de Conservación Privada Chaparrí, ubicada entre los departamentos de Lambayeque y Cajamarca. Su creación marcó un hito en el ámbito de la conservación voluntaria en el Perú. Hasta hoy, uno de sus objetivos específicos es preservar una muestra del ecosistema de bosque seco ecuatorial y desarrollar programas de conservación para el mantenimiento de los procesos ecológicos y las especies de flora y fauna silvestre endémica, tal como la pava aliblanca y el oso de anteojos.
Diez años después fueron creadas dos áreas de conservación regional para conservar dos subpoblaciones de pava aliblanca. El Área de Conservación Regional Bosque Moyán-Palacio, en el departamento de Lambayeque, y el Área de Conservación Regional Bosques Secos de Salitral-Huarmaca, en el departamento de Piura. Ambas fueron identificadas como áreas estratégicas para conservar la subpoblación distribuida en la zona sur y la subpoblación en el sector norte, respectivamente.
Junto a la creación de áreas que protegieran el hábitat de la pava aliblanca, era indispensable comunicar a la sociedad la importancia de conservar a la especie. Fernando Angulo, investigador Principal de Corbidi y presidente de la Asociación Cracidae, recuerda que hasta XX, las campañas de comunicación para difundir la importancia de la pava aliblanca habían sido dirigidas a personas en las ciudades, cuando el público más importante se encuentra en los pueblos y caseríos. “Ellos no tenían ni idea sobre la especie”, dice Angulo.
Para llegar a ellos se empezó por realizar un estudio socio económico de los habitantes en la zona de influencia del ave para conocer sus necesidades y motivaciones. Con dicha información, el equipo de educación ambiental de la organización Corbidi visitó cada uno de los caseríos para explicar la importancia de conservar a la pava aliblanca.
El cambio de comportamiento, aseguran los expertos de Corbidi, fue evidente. Los campesinos, muchos de ellos cazadores oportunistas de la pava aliblanca y cuya dieta proteica no dependía de su carne, empezaron a reconocerlas en el campo y dejaron de cazarlas. En parte, las campañas funcionaron porque los campesinos se identificaron con la especie y se sentían muy orgullosos de que sea endémica del área donde ellos vivían.
Un vuelo seguro
La suma de todos los esfuerzos mencionados logró que en cuarenta años la población de la pava aliblanca aumente a 400 individuos. La especie se recuperó tanto que ya no podía seguir en la categoría de en Peligro Crítico, uno de los niveles más altos en la Lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Dicha organización recopiló una serie de estudios sobre la especie, y en el el Foro de las Especies Amenazadas del 2018 —un evento anual en el cual se reevalúa el estado de ciertas especies— se determinó que la Penelope albipennis debía ser recategorizada. Actualmente es clasificada como una especie En Peligro.
“Algunas personas compararon la recategorización con un suicidio, pues con el cambio de estatus sería más difícil conseguir financiamiento para los programas de conservación”, cuenta Angulo. Sin embargo, él considera que tras todo el esfuerzo, esta recategorización era necesaria. El experto considera importante también que el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR), quien a nivel nacional categoriza a la pava aliblanca como una especie en Peligro Crítico desde el 2014, reevalúe su población y considere una recategorización.
El ecólogo Enrique Ortiz considera el caso de la pava aliblanca como uno de los más exitosos en términos de conservación en el Perú. Y cree que se logró porque se hizo una intervención integral. “Comenzó con el trabajo en el zoocriadero; luego con la protección de su hábitat; y continuó con la población y su identificación con la pava aliblanca. Este caso es un motivo de orgullo,” comenta.
Para asegurar la estabilidad de la especie, el SERFOR, en coordinación con el Ministerio del Ambiente (MINAM) y el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP), aprobó en el 2016 el Plan Nacional de Conservación de la Pava Aliblanca hasta el 2021.
El plan establece cuatro metas concretas: tener el 100 % de la población silvestre de la pava aliblanca evaluada y monitoreada; que el 75 % de su ámbito de distribución cuente con mecanismos de conservación y gestión; lograr la reintroducción del 25 % de la población reproducida en cautiverio; y que el 50 % de la población local del ámbito de influencia se involucre en la conservación de la especie.
Fabiola Nuñez, de la Dirección de Conservación Sostenible de Ecosistemas y Especies del MINAM, comenta que el ministerio ha elaborado un mapa de distribución actualizado de la pava aliblanca, el cual está disponible en línea. Con el apoyo del Banco Central de Reserva lograron la emisión de la serie numismática “Fauna Silvestre Amenazada del Perú”, con monedas que llevan impresas algunos animales emblemáticos, entre ellos, la pava aliblanca.
Además, en 2019 se elaboró el primer proyecto de inversión pública (PIP) para promover la recuperación de la especie en su ámbito de distribución natural. “Actualmente, este proyecto se encuentra declarado como viable y tiene el objetivo central de contribuir con incrementar las poblaciones de la especie en Cajamarca, Lambayeque y Piura,” comenta Nuñez.
En paralelo, organizaciones sin fines de lucro como CORBIDI buscan continuar con las campañas de comunicación dirigidas a niños y adultos que viven en las zonas cercanas al hábitat de la pava aliblanca y planean añadir medios digitales para este fin.
Aunque fue necesaria una suma de esfuerzos para rescatar a esta ave endémica de Perú, su población aún se encuentra en una situación vulnerable. Para Enrique Ortiz, hay que seguir reforzando la protección de áreas, así como la comunicación y el trabajo con la población para que la pava aliblanca sea parte de nuestra identidad nacional, “así como lo son nuestra gastronomía, las vicuñas y Machu Picchu”.
El artículo original fue publicado por Talía Lostaunau en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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