“Ha habido muchas revoluciones en el último siglo, pero quizás ninguna tan significativa como la revolución de la longevidad”. Era noviembre del 2011 y una señora de 73 años, en la plenitud de sus facultades físicas y mentales, decía esas palabras de pie frente a un auditorio repleto y atento. Y agregaba, poco después: “Una metáfora más apropiada para el envejecimiento es una escalera. La ascensión del espíritu humano que nos ha dado la sabiduría, la integridad y la autenticidad”. No eran palabras vacías. Aquella dama brillante y atractiva había afrontado, desde su adolescencia, el suicidio de su madre, la ausencia casi constante de su padre, las inseguridades físicas y emocionales que esto conllevaba; la soledad, en juegos y pensamientos; la bulimia, la adicción a las anfetaminas, la falta de trabajo, la impopularidad en su propio país, la persecución del gobierno norteamericano y tres divorcios. No era poca cosa.
Basada en su amplia experiencia vital, esa madre y abuela que transmite éxito y autosuficiencia, decía esas palabras como parte de una de las célebres charlas TED, que suelen contagiar inspiración y creatividad. Titulada “El tercer acto de la vida”, era una brillante oportunidad para poder escuchar de cerca a una mujer cuyo talento opacó al símbolo erótico que fue en algún momento; cuyo compromiso social puso en segundo plano a la actriz y cuyo activismo político puso a miles en su contra. A pesar de todo eso, se las arregló para superar la presión de ser hija de uno de los más grandes astros de Hollywood y convertirse, por derecho propio, en uno de los grandes nombres femeninos del cine americano. Cuatro Globos de Oro y dos Oscar después de una carrera cinematográfica de más de 60 años, así lo confirman. Como lo demostró hace casi una década en TED, Jane Fonda, hoy de 83 -con la misma plenitud física y mental-, aún tiene mucho que decirle al mundo.
Sweet Jane
“Greta ha dicho que tenemos que actuar como si la casa se estuviera quemando. Llamaré a estas protestas “Fire Drill Fridays” (“Simulacro de incendio de los viernes”)”, declaró Fonda al Washington Post en octubre del 2019, tras haber sido arrestada en Washington por protestar frente al Capitolio contra el cambio climático e iniciar su propia cruzada bajo ese peculiar nombre.
En sus palabras, confesó que su inspiración era la activista sueca Greta Thunberg que, entonces, tenía solo 16 años. Jane podía sentirse estimulada por alguien con edad para ser su nieta. Por supuesto, aquella vez no fue la primera –ni la última- en que la actriz sería arrestada por manifestar públicamente sus ideales. Fue esposada y llevada por la Policía, puntualmente, cada siguiente viernes durante un mes y su imagen de abuelita rebelde dio la vuelta al mundo. Incluso, llegó a dormir una noche en prisión. Siempre llevaba un abrigo rojo que, según confesó, será la última prenda que comprará en su vida, como parte de su compromiso contra el cambio climático: según cifras de Naciones Unidas, la industria textil es responsable del 20% de los vertidos tóxicos en el agua del planeta. Esta lucha, compartida por otras estrellas de Hollywood como Joaquin Phoenix, Rossana Arquette, Catherine Keener, Ted Danson o Martin Sheen, forma parte de la actualidad de Jane Fonda y los arrestos no la intimidan. “Tengo 81 años. No hay nada que puedan hacerme. No importa lo que hagan”, llegó a declarar, con la misma rebeldía que antes la llevó a enfrentarse contra el machismo, la violencia de género, las armas nucleares, el conflicto palestino, la guerra de Irak o a favor de los derechos civiles.
Sin embargo, para recordar la primera vez que, con el puño en alto, Fonda pasó una noche en prisión por hacer evidente su compromiso social o político, tendríamos que regresar en el tiempo 50 años.
¿Qué pasó con Baby Jane?
139813 CLEVELAND. 32 / 5`8 / 126. NOV 3 1970. Letras blancas sobre placa negra se sostenían sobre el pecho de una mujer de cabello oscuro, cerquillo desordenado, cabello largo solo hasta taparle el cuello, mirada valiente, puño en alto. Así quedaría la foto en sus antecedentes policiales. Como lo decía su ficha, tenía 32 años, una altura de 5,8 pies (o 1.73 cm) y pesaba 126 libras (poco más de 57 kilos). Su aparente fragilidad física tomaba enjundia y vuelo ante la injusticia. El activismo femenino en los Estados Unidos, aunque oculto por una sociedad conservadora y machista, venía de décadas atrás. Esta vez, sin embargo, era Jane Fonda quien le daba rostro conocido. Aunque algunos intentaran minimizar su participación en las protestas, por ser una mujer exitosa, rica y privilegiada, otros, precisamente por eso, admiraban su nivel de compromiso por un motivo adicional bastante razonable: pudo haber vivido mucho más tranquilamente sin tenerlo. Miles de mujeres norteamericanas entendieron lo mismo: podían ser algo completamente distinto a lo que la sociedad les dijo siempre que debían ser.
Aquella imagen de Jane recién arrestada pasó a la historia el 3 de noviembre de 1970, cuando fue intervenida en el aeropuerto de Cleveland, Ohio por cargos falsos de contrabando de drogas, tras regresar de Canadá, donde habló contra la guerra. Según un artículo del Washington Post, la orden venía directamente de la Casa Blanca. Richard Nixon respetaba mucho a Henry, su famoso padre, y la consideraba una buena actriz, pero precisamente por su fama no entendía qué le pasaba, porqué insistía en ser cara visible de tantas protestas. Fastidiado por su activismo contra la guerra de Vietnam, se encargó de que el FBI y la CIA no solo la siguieran por varios meses, sino que llegaran a escuchar sus conversaciones telefónicas. Aquella noche de noviembre la pasó en la cárcel, pero salió libre al día siguiente: las “drogas” que encontraron no eran más que vitaminas y medicamentos con receta.
Para ese entonces, ya había ganado un Globo de Oro a Mejor Actriz revelación, gracias a su actuación en Tall Story (Joshua Logan, 1960), su debut en el cine. Había sido nominada, además, otras cuatro veces, entre ellas por Cat Ballou y They shoot horses, Don’t they?, que le daría también una nominación al Oscar. Además, gracias a Barbarella (dirigida por su entonces esposo, el director francés Roger Vadim, en 1968), se había instalado en las fantasías de millones, convirtiéndose en un sex symbol instantáneo. Las autoridades sabían que perseguían a una exitosa e influyente luminaria del cine que vivía un pico de popularidad. De hecho, en Klute (Alan J. Pakula, 1971), su siguiente película, interpretaría a una prostituta que colabora con un detective en la resolución de un complicado caso en el que su propia vida está en riesgo. Usaría exactamente el mismo corte de pelo, millones de mujeres en el mundo la imitarían y ganaría su primer Oscar por ese papel. Aún hoy, Fonda es consciente de su impacto, pues en su web personal (www.janefonda.com) vende polos, suéteres, bividís, pines y hasta tazas con esa imagen. Consecuente con su conducta usual, dona todo a causas benéficas, como la Georgia Campaign for Adolescent Power and Potential, iniciativa fundada por ella, con el objetivo de mejorar las condiciones de vida y salud de los jóvenes de dicho estado.
A veces –y solo a veces-, la protesta se impone a través de la moda.
Hanoi Jane
La relación de Jane Fonda con el cine ha tenido idas y vueltas. Empezó casi de casualidad, cuando aún vivía con Henry, su padre, el protagonista de hitos cinematográficos como Las uvas de la ira (John Ford, 1940), Pasión de los fuertes (John Ford, 1946) o 12 hombres en pugna (Sidney Lumet, 1957). Considerado como uno de los actores más queridos de Hollywood, muchos de sus personajes reflejaban fielmente los llamados “valores americanos”. Su vida personal estaba, sin embargo, alejada de brillos y aplausos. Esposo infiel y padre distante, vio pronto como, presa de la depresión y serios desórdenes sicológicos, su esposa se suicidaba cortándose la garganta con una cuchilla en la institución mental donde estaba recluida. A Jane y a su hermano Peter –posterior estrella hippie del cine gracias a Easy Rider-, en principio, se les dijo que sufrió un ataque al corazón. Jane fue a dar poco después a un internado e, incluso al volver a casa, no manifestó ningún interés en seguir la profesión paterna. Para entonces, ya era una joven bulímica. Sin embargo, la presión familiar porque se busque pronto una casa propia, la hizo seguir su propio camino.
Lee Strasberg, el legendario fundador del Actor´s Studio, vivía muy cerca de la casa de Henry Fonda en Malibú, así que Jane pasó a saludarlo y a mostrarle su interés por estudiar actuación con él. “Tienes muchísimo talento”, fue una de las primeras cosas que le dijo aquel maestro de generaciones de actores tras ver sus pruebas iniciales. Jane, empoderada por esas palabras, inició su carrera. La razón inicial por la que se convirtió en actriz fue la búsqueda de libertad. Y sí que la encontró.
En 1964 compartió cartel con Alain Delon, ya una estrella consolidada en Francia, en Los Felinos (René Clement). En 1966 actuaría en La jauría humana (Arthur Penn), un guion de Lillian Hellman, autora que sería clave más tarde en su carrera. Allí tuvo un rol secundario, al lado de Angie Dickinson, Marlon Brando y Robert Redford, quien sería su coprotagonista un año más tarde en Descalzos en el parque (dirigida por Gene Saks y basada en una obra de Neil Simon), la película que cimentaría la fama de ambos.
Tras el Oscar por Klute, Jane le daría prioridad a su activismo. A pesar de hacer filmes junto a Donald Sutherland –su pareja por un tiempo-, Trevor Howard, Yves Montand, Elizabeth Taylor, Ava Gardner o George Segal, su matrimonio con el activista Tom Hayden –uno de los implicados en el Juicio de los 7 de Chicago, cuya historia puede verse en Netflix-, potenció toda la energía que Jane había reunido en los últimos años. Para ello fue clave su amistad con Simone Signoret -una de las grandes actrices francesas, cercana a intelectuales comprometidos como Jean Paul Sartre-, quien la llevaría a tomar conciencia cada vez más clara de lo que sucedía a su alrededor, social y políticamente hablando. “El activismo en el que me embarqué en 1970 me cambió para siempre en términos de cómo veía el mundo y mi lugar en él”, confesó años después Fonda en su autobiografía, My Life So Far. El cambio fue notorio también en su look: la rubia seductora de coquetos vestidos quedaba en el pasado, dejándole lugar a la chica guerrera de cabello castaño, camisetas y jeans.
Sus protestas contra la Guerra de Vietnam llegaron a su punto más álgido en julio del 1972, tras el viaje que hizo a Vietnam del Norte, para entender in situ el conflicto al que las autoridades enviaban miles de jóvenes americanos que nunca volverían a casa o que volverían física y espiritualmente quebrados.
Jane viajó con una cámara y una grabadora para hacer un trabajo a conciencia y recopilar testimonios que consideraba verdaderos, en pueblos y ciudades agobiados por el hambre, la muerte y la destrucción. Sin embargo, una foto suya con sonrisa y casco sobre un arma de artillería antiaérea del Viet Cong, el bando rival de los Estados Unidos y Vietnam del Sur en aquel conflicto, desataría contra ella los odios de la opinión pública y los medios, que llegaron a tildarla de “traidora” o “antipatriota”. “Hanoi Jane” fue el despectivo apodo con el que empezaron a atacarla sus detractores al volver a los Estados Unidos, en referencia a la capital norvietnamita. Henry, su propio padre, llegó a amenazarla alguna vez con denunciarla si comprobaba que era “comunista”. “Si hay algo de lo que me arrepiento mucho es de esa foto”, ha confesado la actriz en el documental “Jane Fonda in Five Acts” (Susan Lacy, 2018), probablemente el más completo testimonio audiovisual de su vida y su carrera.
Aunque atacada y perseguida, la presencia de Fonda evitó que Nixon mandara bombardear dos diques, cuya destrucción hubiera costado miles de muertes y más hambre y enfermedades entre los norvietnamitas.
Con el puño en alto
¿Por qué hablamos de Jane Fonda aún hoy, 60 años después de su debut en el cine? ¿Por qué las fotos de sus arrestos siguen dando la vuelta al mundo? ¿Por qué la Academia la invitó el año pasado a entregar el Oscar a Mejor película? ¿Por qué el Globo de Oro le dará un premio a su trayectoria? ¿Por qué sigue vigente? Principalmente, porque hace 60 o 50 años Jane Fonda era ya una mujer del mañana. Siempre estuvo un paso adelante, a pesar de que muchas veces no fue comprendida. Desde la primera vez que salió de las pantallas para alzar su voz desde las calles, defendió los derechos de todas las razas, religiones, géneros, orientaciones políticas o sexuales. Supo izar también las banderas de la independencia femenina. Se enfrentó al poder como pocos civiles pudieron hacerlo y se sumergió en la Guerra mucho más de lo que lo hicieron los políticos que la criticaron y persiguieron, cuyas decisiones, por el contrario, les costaron la vida a más de 58 mil norteamericanos en Vietnam.
Tras conocer al veterano de Vietnam Ron Kovic –el personaje que inspiraría el filme Nacido el 4 de julio, protagonizado por Tom Cruise-, Jane soñó con convertir en pacifistas a los propios militares. A fines de los 70 tuvo la oportunidad de mostrar la realidad de aquellos ex combatientes en la película Coming Home (Hal Ashby, 1978), que le valió su segundo Oscar. Antes había hecho Julia (Fred Zinnemann, 1977), inspirada en la vida de la escritora de izquierda Lillian Hellman –perseguida por la “Caza de brujas” de McCarthy-, que le valió otra nominación al Oscar y un Globo de oro. El Síndrome de China (James Bridges, 1979) fue otro reflejo de su activismo. Pero si pudo alcanzar una profunda satisfacción personal con un filme en aquella racha grandiosa, fue En la laguna dorada (Mark Rydell, 1981), donde pudo actuar junto a su padre en el que fue su último filme. Fue un papel que sanaría las graves heridas familiares acumuladas por los años y le daría a Henry su único Oscar. Como su salud ya estaba resquebrajada, fue Jane quien la encargada de aceptarlo en su nombre.
Luego, en los 80, con el único objetivo de recaudar fondos para la Campaña para una Democracia Económica (CDE), organización progresista y benéfica financiada por ella y su esposo Tom, publicó un libro sobre su rutina de ejercicios, En forma con Jane Fonda (1981), que se convirtió en un best seller y, posteriormente, su versión en video, que llegó a vender 17 millones de copias. Por propia confesión, esos videos de aeróbicos que la convirtieron en la primera reina del fitness mundial, la recuperaron consigo misma y con su cuerpo.
El quinto acto
De su carrera posterior es importante mencionar cinco películas: A la mañana siguiente (Sidney Lumet, 1986), por la que obtiene una nueva nominación al Oscar por su interpretación de una actriz alcohólica; Gringo Viejo (Luis Puenzo, 1989), la historia de un veterano periodista y escritor en la Revolución Mexicana, al lado de Gregory Peck; Monster-in-Law (Robert Luketic, 2005), su regreso al cine tras 14 años, en una divertida comedia donde interpreta a la suegra nada ideal de JLo; El mayordomo de la Casa Blanca (Lee Daniels, 2013), donde se pone en la piel de la ex primera dama Nancy Reagan y Youth (Paolo Sorrentino, 2015), con una breve pero poderosa aparición –compartiendo cartel con Harvey Keitel y Michael Caine-, que le mereció una nueva nominación al Globo de Oro.
Hizo todo eso a pesar de que, recién a los 60 y tras tres matrimonios –el cineasta Roger Vadim, el activista Tom Hayden y el magnate y fundador de CNN Ted Turner-, descubrió, según sus propias palabras, “que podía vivir perfectamente sin un hombre al lado”. “Ninguno de mis matrimonios fue democrático porque se esperaba de mí que fuera de una cierta manera. Tenía que comportarme no tanto como Jane Fonda, sino con la idea que ellos tenían de cómo debía ser Jane Fonda. Tenía que ser perfecta para ser amada”, ha confesado. El 2001 se separó de Turner para ser, por fin, la Jane Fonda que ella quería, plenamente.
El próximo domingo 28 de febrero, cuando tenga lugar la ceremonia de los Globos de Oro, Jane Fonda recibirá el premio Cecil B. de Mille a la trayectoria cinematográfica. El galardón, recibido antes por actores de la talla de Liz Taylor, Kirk Douglas, James Stewart, John Wayne, Audrey Hepburn, Lauren Bacall, Bette Davis o su propio padre, corona una carrera versátil, fulgente y combativa. Aún hoy es difícil encontrar otra actriz comprometida con tantas y tan variadas y legítimas causas y reivindicaciones.
“He llegado a no sentirme real” confesó en “Jane Fonda in Five Acts”. Por el contrario: para sus millones de seguidores en todo el mundo, Jane ha sido siempre la estrella más real de todas.