Hasta hace un mes no había visto un solo capítulo de “The Boys”. Pero debido a su atractiva premisa de superhéroes inmorales, los buenos comentarios de la crítica, y la entusiasta recomendación de varios amigos, decidí ponerme al día. Y así es como he viso treinta y pico episodios en unas cuantas semanas hasta alcanzar su punto actual, a un paso del final de la cuarta temporada.
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Explico esto porque, quizá gracias a mi visionado conjunto y fluido, me queda claro que esta cuarta entrega de la serie de Prime Video es la más floja y fallida de todas. Y por lejos. Si la primera temporada, estrenada en 2019, sigue siendo la más sólida del total (y las siguientes dos están a la altura), esta última queda en evidencia por sus claras falencias, su torpe desvarío, la pérdida de un encanto especial y, lo que es peor, la incógnita de si podrá cerrar dignamente en su quinta y última temporada.
¿Qué es lo que no me gusta de esta cuarta entrega de “The Boys”? Hay aspectos que saltan a la vista: su humor gratuitamente escatológico ha terminado siendo un remedo de la ácida sátira de sus primeros episodios. No es que su naturaleza sanguinolenta y sádica sea ‘per se’ un defecto: es que algunas escenas parecen puestas allí para asquear al espectador sin justificación alguna, asemejándose más a una humorada de YouTube que a una ficción pulcramente guionada.
Otro flanco por donde “The Boys” muestra sus debilidades son sus personajes. Starlight/Annie (Enin Moriarty) no solo parece debilitada en sus superpoderes sino en sus conflictos internos; Deep (Chace Crawford), que siempre fue uno de los personajes menos logrados de la serie, hoy luce peor que nunca, como un mero depósito de chistes fáciles; y un secundario como Black Noir, enigmático por su silencio y su pasado, fue asesinado y forzosamente revivido en la forma de una caricatura con menos gracia que un trozo de carbón envuelto en látex.
Pero quizá la dupla formada por Frenchie y Kimiko (Tomer Capon y Karen Fukuhara) fue la más afectada. Si de por sí eran una pareja con un arco narrativo aparte, en esta ocasión el vínculo entre ellos fue súbitamente arruinado por la inserción de un tercero. La aparición de Colin Hauser (Elliot Knight), muchacho con quien Frenchie inicia un romance, es escandalosamente brusca y poco desarrollada. Más allá de una explicación demasiado didáctica, su irrupción en la trama luce como un colgante que desaparece tan rápido como apareció en pantalla.
Existen varios otros problemas fácilmente criticables en los episodios recientes: el intento de introducir un elemento melodramático en torno al padre de Hughie (Jack Quaid); el muy manido recurso argumental de la foto comprometedora, el audio delator, el video bomba o algún otro secreto que se usa como chantaje y que deriva en nada; e incluso aquel capítulo en el que las ovejas y las vacas de una granja adquieren superpoderes… tan burdo e infantil que da hasta vergüenza.
Si algo sostiene a “The Boys” hasta ahora es que sus dos personajes principales –Butcher (Karl Urban) y Homelander (Antony Starr)– continúan enfrascados en una rivalidad intensa y llena de matices morales. Aun así, buena parte de su combustible parece ir acabándose de a poco: ¿la reciente imagen de Donald Trump ensangrentado en un mitin no es mucho más poderosa que la parodia que “The Boys” quiere consolidar? Sería bueno que los creadores de la serie se apuren en desarrollar ideas sólidas para superar a la sardónica realidad estadounidense.
Pase lo que pase con el episodio final de la serie este jueves –cierta revelación sorprendente, un giro inesperado, alguna muerte chocante–, es muy difícil que pueda alterar el balance de una temporada muy insatisfactoria. Lo positivo es que la quinta será la última, y acaso sea su oportunidad para reivindicarse. Hasta los superhéroes deben aprender cuándo colgar el traje.
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