JORGE ESPONDA
El rock progresivo ocupó un lugar privilegiado en la música de los años setentas. Tal vez su carácter pretensioso, imaginando discos enteros como grandes sinfonías, provoque actualmente a muchos varios reparos antes de querer acercarse a ese estilo que disfrutaron nuestros padres o quizá abuelos. Pero esas longitudes y ambiciones no están reñidas con la emoción. De hecho se requiere ser un completo virtuoso para dilatar esas sensaciones a un punto extremo, a duraciones insospechadas que contradicen los proverbiales tres minutos, y llenar sus paisajes sonoros de giros y matices. Eso a grandes rasgos se me ocurre tras vivir la experiencia de ver y escuchar en vivo a una de las bandas más brillantes de la escena.
Yes regresó a Lima varios años después de su primera visita, sin su vocalista original, el histórico Jon Anderson , y con un repertorio mucho menos concesivo, dedicado para los fanáticos de lo más esencial de su discografía. Como otras varias leyendas de la música de las décadas anteriores que han llegado a sobrevivir hasta ahora todo se mide de acuerdo a las cuantas vueltas atrás puedan dar sobre esos primeros pasos dados con urgencia creativa antes que los cálculos comerciales y las exigencias de las modas. Por ello, y eso lo saben todos aquellos que han estado al tanto de la banda en meses reciente, Yes abrió fuegos en esta gira sudamericana tocando en Lima tres discos completos de esos primeros e imaginativos años.
Solo un fondista como el gran Steve Howe podía capitanear esas casi tres horas de un show frenético aún en sus poco convencionales usos del tiempo. Cerca de las nueve de la noche aparecerían en escena Howe guitarra al brazo, los también notables Chris Squire y Alan White, el tecladista Geoff Downes (que vino al Perú antes con Asia), y el nuevo vocalista Jon Anderson. El equipo completo sería recibido por un entusiasmado, y bastante conocedor, público en el Anfiteatro del Parque de la Exposición. Tras un collage de imágenes de la trayectoria de la banda comenzaría este concierto que desde ya dejó como uno de los mejores, sino el mejor, que he presenciado este año en el país.
Suenan los primeros acordes y se insinúan esas clásicas conjunciones y armonías que estallan en el inicio del soberbio Close to the Edge de 1972, acaso uno de sus trabajos más completos. Desde ahí toda esa literal magia de la guitarra de Howe se convertiría en la protagonista de la noche. Siguiéndole los pasos Downes y Squire supieron completar la marcha musical que, al contrario de lo que me esperaba, animó a muchos a ponerse de pie en innumerables ocasiones. Lo alucinante de todo el show se hacía patente en esas tres especies de suite que conforman el disco. Lejos de sonar anacrónico el rock progresivo del Yes primordial estaba ahí frente a nosotros dejándose oír tan vital como hubiera sido en esos años en los que los minutos extendidos no hacían mella en la popularidad de una pieza. Parecíamos estar presentes en el momento mismo de la creación de esa narcisista vanguardia cuando aún no asomaban los decadentes años en los que tendrían que ceder a las presiones del mercado y el también progresivo desinterés.
Guardados como gemas en el limbo se fueron desgranando temas igual de soberbios como And You and I y Siberian Khatru. Casi sin mediar respiro y en medio de los aplausos empiezan a recorres track por track el buen Going for the One que data de 1977 y que contiene algunos de los mejores momentos creativos de Yes antes de su cambio al pop. Entre ellos la soberbia canción que da título a ese disco y cuyo coro se convirtió en uno de los más cantados de la noche. No había cabida para la nostalgia por los dueños de un corazón solitario.
Un breve receso y Yes de regreso en escena nos dejaba esto último en claro con un atemporal solo de guitarra del maestro Howe. Acústico, al estilo más folk, con concentración pero también desfachatez, Howe en esta versión aún más sencilla de sí mismo firmó otra vez su certificado como uno de los guitarristas más brillantes de la historia. Sonrisas por parte de un público cada vez más cercano al escenario premiaban su genio. Pero detrás de ello vendría otro de los picos de la noche. Ya dedicados a repasar el The Yes Album de 1970, la banda se entrega de lleno a una soberbia interpretación de Starship Trooper la alucinada fantasía cuyo tercer acto siempre se encarga de enardecer hasta al menos rockero que estuviera presente. Con ello solo ratificaron por enésima vez, antes de salir de nuestra vista nuevamente, lo bien metidos en el bolsillo que nos tenían a todos.
Parecía que nada podría estar más completo pero la banda retorna entre aplausos y gritos que no parecen dejarlos continuar por algunos momentos. Tras un breve espacio de calma Steve lidera las presentaciones, como si hicieran falta, de todos sus compañeros de viaje. Y aquí es donde acaba el recuento de su carrera, interpretando su clásico de clásicos, Roundabout. El característico intro de los teclados es seguido por los punteos dignos de los antiguos trovadores son la sello de agua de esa obra maestra de casi nueve minutos que terminaron haciendo bailar a todos en la tribuna. Davison, haciendo que increíblemente no extrañemos tanto a Anderson, anima al público en la sección final de ese primer tema del que tal vez sea el mejor disco de los ingleses: Fragile. Sonando tan gloriosa como la pudimos haber escuchado la primera vez la rotonda gira en la pantalla mientras las despedidas se suceden. Fuimos privilegiados de ver un acto como pocos. Difícilmente la mayoría se mantenga tan vigente en frente a su audiencia como estos caballeros.