Lizzy Cantú@eldacantu
Una curiosa forma de comprender nuestro pasado es mirar la evolución de nuestra hoja de vida. Cuando somos más jóvenes, nos avergüenza tanto la página en blanco que incluimos el campamento de verano que cursamos durante la primaria y detallamos cada uno de los reportes y tareas que obtuvieron ‘sobresaliente’ en la secundaria. Encontramos las maneras más rimbombantes para decir que hablamos inglés, que somos puntuales, que trabajamos bien en equipo, que somos proactivas. Conforme crecemos y nos vamos superando, abandonamos esas muletas profesionales: la exposición de trabajos finales de la universidad, las impecables transcripciones que hicimos para el primer jefe, los diplomitas que hemos ido acumulando entre un cartapacio y un coffe break tras otro. A medida que nos construimos un nombre y una reputación vamos aumentando el tamaño de letra con el que nos presentamos. Nos conseguimos una dirección de email respetable. Elegimos bien aquello que nos diferencia. Yo misma alguna vez llamé a un candidato a un puesto editorial solo porque en su hoja de vida había incluido: ‘bombero voluntario’. Según un estudio del sitio de asesoría profesional TheLadders, los reclutadores miran un currículum durante un promedio de seis segundos.Si nada en él les engancha, pasan a otra cosa. Un practicante, según la definición, las costumbres y algunas leyes, es un joven aprendiz. Alguien cuya carrera aún no empieza y a quien se le permite ejecutar ciertas tareas -sin paga- a cambio de la experiencia necesaria para convertirse en profesional. En inglés, un practicante es un ‘interno’, el mismo sustantivo que se utiliza para nombrar a los pacientes en los hospitales y los reos en una cárcel. Alguien que, dirían los políticos locales ‘tiene que pagar un derecho de piso’. Una línea del currículum que pronto hay que superar. La biografía de Mónica Lewinsky en wikipedia consigna que es una ex-practicante de la Casa Blanca. Para quienes tenemos conciencia de la década de los noventa, no es difícil recordar el episodio que lanzó a la infamia a aquella joven de 22 años. “Esa mujer” hoy tiene 41 años y ha vuelto a abrir la boca. Y lo hizo a lo grande, sobre uno de los escenarios más prestigiosos de nuestro tiempo. En esta época donde el conocimiento ha pasado de los libros a los videos de youtube, Lewinsky decidió enfrentarse a sus demonios en una charla TED.
Y ahí, bajo los mismos focos que han canonizado a varias de las mentes más influyentes de nuestra época: Al Gore, James Cameron, Stephen Hawking, la ex becaria empezó: “Están viendo a una mujer que estuvo callada durante diez años”, y no se calló durante los siguientes 22 minutos. Monica Lewinsky tituló su conferencia “El precio de la vergüenza”, aunque bien podría haberla titulado “Relato de un náufrago”. Solo que a diferencia de Velasco, el personaje de García Márquez, ella no estuvo a punto de ahogarse en alta mar, sino en las páginas de los tabloides y en la marea de información y desinformación que poco después trajo consigo internet.
Pero al igual que Velasco, sobrevivió. Y así como Velasco debió cerrar la boca para no tragar agua, ella debió cerrarla para no contribuir con sus palabras a avivar el escándalo la hoguera que encendió el fiscal Starr.
Ahora, casi veinte años después, Lewinsky decidió que era hora de abrir la boca para advertirnos de los peligros de la humillación pública, en una época en la que, dice, la humillación se ha convertido en el deporte de masas por excelencia. Lewinsky, la chica del vestido azul, se subió a ese escenario para recordarnos que no importa cuán alto sea el precio de la humillación, no tendrás otra que pagarlo.
Tal vez, a estas alturas, y con la cuenta de humillación pagada con creces, se haya cansado de que, mientras Bill Clinton, su mujer, el fiscal del caso, la periodista que la traicionó y todos quienes apuntamos con el índice condenando su insensatez e indiscreción hayamos seguido agregando líneas a nuestras hojas de vida, la de ella sigue diciendo ‘ex-becaria’, ‘ex-practicante’. Tal vez, sabe, no existe otra forma de seguir adelante que cargando el recibo en el bolso y asumiendo que haga lo que haga, su viejo curriculum nunca desaparecerá. Pero qué más da.