Gorda. Según quien pronuncia la palabra, puede resultar tan acogedora y cariñosa como los brazos de una de tus tías favoritas o tan hiriente y ofensiva como un proyectil que te lanza un desconocido desde el otro lado de la calle. En nuestro vocabulario políticamente correcto preferimos palabras como ‘rellenita’, ‘plus-size’ o incluso -lo hemos hecho antes en estas páginas- ‘extra linda’.
El sobrepeso, la obesidad y la gordura no siempre son sinónimos y sus causas son tan variadas como los cuerpos en los que habita. Alguna vez escuché decir a alguien con crueldad que una persona gorda no le parecía de fiar “porque da la impresión de que no tiene control sobre sí misma”. Pero otras veces la gordura es un asunto de genética, de depresión o el efecto secundario -e irrelevante- de un medicamento que nos salva la vida.
Roxane Gay, la autora de “Bad Feminist” dedica un capítulo de su libro al asunto del cuerpo, la experiencia del sobrepeso y lo que ello significa. “Pienso en mi cuerpo todo el tiempo: cómo luce, cómo se siente, cómo encogerlo...esta preocupación corporal es agotadora. No existe nadie más ensimismado en sí mismo que una persona gorda”. Esta semana supe que Gay está por publicar un nuevo libro llamado “Hunger”, sobre su relación con el hambre y el sobrepeso. Ella ha escrito que empezó a engordar después de un asunto traumático, como un modo de ser menos atractiva y protegerse de la violencia.
La semana anterior supimos que Mirella Paz Baylón, estudiante de arquitectura de 19 años, es semifinalista en Miss Perú y que hubo en redes sociales a quienes les pareció que con más de ochenta kilos de peso, ella no merecía concursar. Al parecer, aún no todos están preparados para reconocer que la belleza y el talento vienen en distintas formas y volúmenes. En inglés existe una palabra para esa forma de avergonzar a las personas subidas de peso: fatshaming. Y existen también estudios que indican que humillar a las personas gordas -rellenitas, extralarge- no solo no ayuda a que pierdan peso sino que desencadena pésimos hábitos alimenticios y emociones devastadoras. La pregunta que tal vez no está a la vista es otra: ¿no tenemos mejores cosas que hacer que juzgar, valorar y premiar la valía de las mujeres a partir de algo tan voluble y subjetivo como su apariencia y su peso? ¿Qué autoridad tenemos para meternos en la balanza y la talla de pantalón de otra mujer