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Vestida de un azul eléctrico que le sentaba muy bien, la vicepresidenta de la República posaba para las fotos abrazando a su nuevo líder, mientras alzaba el pulgar derecho en señal de victoria. En conferencia de prensa confirmó los rumores: participaría en la campaña electoral junto a un partido distinto al que la llevó al Ejecutivo.
En realidad, se esperaba desde hacía varios años su alejamiento del oficialismo. Le habían bajado la llanta dos veces para postular –y seguramente ganar– a la presidencia del Congreso, se ampayaron a agentes de inteligencia en la puerta de su condominio, nunca la dejaron ejercer la vicepresidencia cuando el presidente viajaba, tenía voto pero no voz al interior de su partido...
Algunos deducen que su reciente renuncia ha sido por puro interés político y hasta por un afán de venganza. Ex colegas suyos han deslizado comentarios que dan a entender –aunque no se atreven a afirmarlo– que quienes se suman a las filas de su nueva agrupación política no han sido convencidos por las ideas sino por los billetes. Ella se defiende y despotrica contra sus nuevos adversarios y ex compañeros.
Me gusta el nuevo protagonismo que han adquirido las mujeres en esta campaña electoral. Queda claro que ya no son figuras meramente decorativas. Los momentos más noticiosos en lo que va de la contienda han sido las incorporaciones de mujeres a campañas políticas que nadie imaginaba, o que incluso criticaron en el pasado.
¿Cómo una mujer caracterizada por su honestidad puede sumarse a una agrupación con tantas dudas sobre corrupción? ¿Cómo una mujer que toda su vida luchó por los derechos humanos ahora puede ir de la mano con una persona procesada en el Poder Judicial por el asesinato de un periodista? ¿Cómo una mujer que fue atacada cobardemente en campaña hoy defiende a quienes la agredieron? ¿Acaso los políticos –sus contrapartes hombres– no hacen lo mismo?
Poco a poco se destierra la idea de que las mujeres son incapaces de cumplir encargos destinados tradicionalmente a los hombres. Por ello, ahora también debemos ir sacándonos de la cabeza esa idea de que las mujeres –solo por serlo– no se equivocan o no son calculadoras y solo se dejan llevar por emociones o que son incapaces de corrupción. ¿Por qué no?
Ahora no solo hay una mujer a la cabeza de las encuestas, también encontramos mujeres en casi todas las planchas presidenciales. Y otra candidata representa a toda la vieja y masculina izquierda nacional. Además de tener políticas que reciben críticas por sus errores –como cualquier otro hombre–, también están las que decepcionan a sus electores y las catalogadas como mentirosas o convenidas.
No aplaudo lo malo, pero vale la pena subrayar que son seres humanos con virtudes y defectos. Ser mujeres no nos hace inmunes a los vicios de la política, solo diferentes frente a ellos. La política no va a mejorarse solo porque participemos en ella; el cambio será gracias a aquellos que tengan la convicción de hacerlo sin importar que sean hombres o mujeres.
A mediados de los años 90, cuando estaba en la universidad, un profesor nos contó el remate del discurso de una mujer destacada en un foro internacional: “El día que una mujer inepta ocupe un cargo importante, entonces podremos decir que los hombres y las mujeres somos iguales”. Para bien o para mal, solo puedo decir que vamos por ese camino. (function(d, s, id) { var js, fjs = d.getElementsByTagName(s)[0]; if (d.getElementById(id)) return; js = d.createElement(s); js.id = id; js.src = “//connect.facebook.net/en_US/sdk.js#xfbml=1&version=v2.4&appId=465882020151522”; fjs.parentNode.insertBefore(js, fjs);}(document, 'script', 'facebook-jssdk'));VIŸ