Mario Ghibellini

Del Gabinete en el ángulo oscuro, de su jefa tal vez olvidado, silencioso y cubierto de polvo, se le ve, a duras penas, al premier. La designación de Fredy Hinojosa como vocero de la Presidencia lo ha dejado disminuido y desorientado, sin saber exactamente cuál es la razón de su existir tras esta nueva distribución de roles en la estructura del poder. Si ya era poco lo que tenía que decir antes del nombramiento que comentamos, ahora, al parecer, es nada. Con las migajas de lo anunciado por algún otro ministro trata de armar un discurso que atraiga por un momento la atención de la prensa, pero los reporteros encargados de recoger las novedades emanadas del Ejecutivo saben que es a Hinojosa a quien tienen que seguir e incordiar con sus preguntas. Hasta hace poco, Adrianzén deploraba el ruido político; hoy debe añorarlo. Lo que quiso ser una jugada ingeniosa se ha convertido, pues, en una circunstancia ingrata para el solitario ocupante del ala de Palacio donde funciona la PCM.

La idea de colocar frente a la opinión pública a un funcionario locuaz pero sin real autoridad para que toreara cotidianamente los cuestionamientos que tienen cercada a la señora Bolurate ha de habérseles antojado a los estrategas del Gobierno, efectivamente, como una iluminación: los críticos no podrían seguir diciendo que la administración no tenía disposición de informar sobre los asuntos que inquietaban a la ciudadanía, pero, al mismo tiempo, si las preguntas se ponían antipáticas, el vocero podía alegar que la materia sobre la que le pedían precisiones estaba fuera de su alcance. Y, por último, si alguna torpeza escapaba de su boca, siempre se lo podía desautorizar... No contaban ellos, sin embargo, con la posibilidad de que el hablantín elegido se tomara la pichanguita que le habían encomendado en serio.


–El Gabinete Hinojosa–

En honor a la verdad, el señor Hinojosa es bastante más articulado en su forma de expresarse que la mayoría de los integrantes del equipo ministerial. No es que la competencia que estos le plantean en ese terreno sea ardua, pero el dominio de la secreta armonía que debe presidir la relación entre sujeto y predicado es siempre un atributo que se agradece en quienes toman la palabra a nombre del Estado. Además, aunque inicialmente se lo describió como “un canal” que serviría para proporcionar “detalles importantes” sobre las actividades de la mandataria, pronto resultó evidente que el hombre no se limitaría a recitar la agenda presidencial cuando chapase el micro. Desde el saque, lo tuvimos despachándose sobre la presunta solidez de la actual gestión gubernamental o el inoportuno interés de los medios por cosas que corresponderían a “la intimidad personal” de la jefe del Estado, entre otros tópicos que uno habría supuesto reservados más bien al portavoz autorizado del Gobierno; esto es, al presidente del . Pero la tozuda realidad sugiere algo distinto.

En esta semana, hemos escuchado al premier Adrianzén declarar que estaba “esperando instrucciones del Despacho Presidencial” (cuya vocería ejerce precisamente Hinojosa) para promulgar la norma sobre el retiro de la CTS. Y, peor todavía, que no se había “previsto la remoción de ningún ministro” del Gabinete... un día antes de que el entonces titular del Interior, Walter Ortiz, fuese reemplazado en su puesto por Juan José Santiváñez. Lo que tenemos es, pues, un eclipse en las alturas del poder. Un primer ministro sumido en las sombras que da la sensación de ser el último en enterarse de lo que se cocina y se resuelve en Palacio. Hablar, sin embargo, del Gabinete Hinojosa, como ya algunos vienen haciendo, nos parece un exceso.



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Mario Ghibellini es Periodista