Érase una vez la cometa...

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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Carlos Batalla

Las cometas vuelan desde la época de la antigua china. Pero los tiempos han cambiado y en la actualidad han dejado de ser las engreídas de los peruanos que antes las adoraban. He aquí el rescate de un juego al aire libre.

Se le dice 'cometa' en el Perú, pero también en Colombia y Ecuador; 'papagayo' en Venezuela, 'barrilete' en Argentina, en Chile 'volantín' y en México y el Caribe 'papalote'. Hecha de bambú en un inicio, luego se usó la sacuara, una caña liviana que abundaba en las riberas del río Rímac. Ésta, junto con el papel cometa, el pabilo, el engrudo para pegar y retazos de tela para la cola, completaba la maravilla voladora.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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La temporada comenzaba justamente cuando los escolares tenían el descanso de medio año, entre fines de julio y comienzos de agosto -cuando el viento se hacía más intenso y el tiempo libre más comprensivo- y se prolongaba hasta setiembre. Entonces reinaban en el cielo el avión, el barril, la estrella o el velero volador.

Cómo olvidar a Kilowatito, aquel personaje eléctrico que ya a fines de los años sesenta advertía en los diarios alejarse de los postes cuando se maniobraban los "juguetes voladores", pues podían atascarse en los alambres. Por eso, luego de la temporada, era todo un espectáculo ver las cometas vencidas y enredadas en los cables de luz.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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Bravas cometas

En los barrios populares las competencias eran épicas. Desde parques o azoteas, los niños y adolescentes avivaban sus artefactos de papel y sacuara con notable pericia. En esas luchas, al atardecer, las cometas más temidas eran las que mostraban las puntas de los lados afiladas. Giraban violentamente y 'en picada' desgarraban el papel de la contrincante. Las contiendas podían durar breves minutos o hasta una hora, según la habilidad de los 'cometeros'.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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En los años noventa, la costumbre de competir disminuyó notablemente; y con la aparición de Internet y los juegos electrónicos, las cometas ya no surcan como antes los cielos ni aterrizan agotadas como en las décadas de 1970 y 1980. Ahora no se fabrican en casa, las venden en el parque Reducto de Miraflores, en los alrededores del hipódromo de Monterrico y hasta en la carretera Ramiro Prialé, al este de Lima. La mayoría está hecha de plástico.

Sin embargo, lo que no cambiará será la fidelidad de las cometas, porque ellas son la extensión de nuestro propio cuerpo, que busca con afán el imposible sueño de volar.

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