Los 90 años de Saramago: recuerdos de una visita a Lima
El viernes 16 de noviembre, José Saramago -cuyo nombre completo es José de Sousa Saramago- hubiese cumplido 90 años de edad. Fue un escritor de principios morales y éticos sólidos, pero también de una imaginación de vocación realista muy poderosa. Ese novelista portugués -poeta, dramaturgo y periodista-, nacido en Azinhaga, una villa en la ribera del río Almonda, al norte de Lisboa, en 1922, coronó una admirable trayectoria literaria con el merecido Premio Nobel de Literatura 1998. Estaba planeado que viniera a Lima a fines de octubre de ese año, pero no lo hizo sino hasta fines del 2000. Su visita fue una fiesta para los lectores peruanos.
La Academia Sueca reconoció en él su capacidad para “volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”.
Esas frases se quedaron grabadas en la memoria de todos los lectores de Saramago, porque sintetizaba la profunda mirada de sus inolvidables novelas como ‘Memorial del convento’ (1982), ‘La balsa de piedra’ (1986), ‘Historia del cerco de Lisboa’ (1989), ‘El Evangelio según Jesucristo’ (1991), ‘Casi un objeto’ (1994), ‘Viaje a Portugal’ (1995) o ‘Ensayo sobre la ceguera’ (1996).
El anuncio de su llegada
La historia de Saramago con el Perú empezó a comienzos de 1998, cuando vocearon su visita a Lima. Ya era famoso antes del premio sueco. Sin embargo, el 8 de marzo de 1998 confirmaron que el autor de ‘Levantado del suelo’ (1980) no vendría al Perú.
El portugués enrumbó, más bien, a México, a Guadalajara, donde ese mes iba a dictar un curso sobre los escritores de su país: Padre Antonio Vieira, Camilo Castelo Branco, Eça de Queiros y Fernando Pessoa. Mientras, en el Perú, esperábamos que algún día llegara.
Entonces esa ilusión renació cuando el Instituto de Estudios Europeos y el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) anunciaron que Saramago venía a la Semana Cultural Europea, un encuentro organizado por la Unión Europea del 30 de octubre al 11 de noviembre de 1998. Había certeza, pues profesores de la PUCP como Miguel Giusti, justamente director del Instituto de Estudios Europeos, llegaron a conversar con él y confirmar su presencia.
El Perú estaba seguro de escuchar al gran escritor portugués, pero una noticia que remeció al mundo cambió la situación. Era el 8 de octubre de 1998 y las agencias de noticias anunciaron al nuevo Premio Nobel de Literatura de ese año. Sí, lo ganó José Saramago.
La alegría de sus lectores peruanos fue grande, ya que había la posibilidad real de ver de cerca al nuevo Nobel en esa Semana Cultural Europea, que empezaría en tres semanas.
La historia cuenta que esa mañana del 8 de octubre, Saramago recibió una llamada de su editor Ceferino Coello. “No embarques. Tienes el Nobel. Vamos a ir por ti”, le dijo por teléfono. El portugués estaba a punto de subir a un avión que iba a trasladarlo de Frankfurt a Madrid.
Tenía 76 años de edad. El Nobel lo universalizó, todos querían tenerlo cerca, ya no importaba su militancia comunista, ni sus declaraciones críticas al sistema, ni sus cuestionamientos a los depredadores del mundo. Saramago se inundó de compromisos y su palabra se extendió globalmente. “Si yo no digo a alguien que lo quiero, si incluso esa palabra perdí, más pronto o más tarde pierdo el sentimiento”, aseguraba.
Su posición crítica, reflejada en sus novelas, cuentos y ensayos, no dejaba de interrogarse sobre el futuro del hombre contemporáneo. Para él, aunque sonara contradictorio, tener más información implicaba saber menos. Todos en el Perú lo esperábamos para escuchar su palabra. Pero el destino nos jugó, otra vez, una mala pasada.
Los días de octubre seguían con alboroto mediático en torno al escritor luso. Entonces una duda razonable empezó a surgir: ¿Vendrá ahora Saramago?
Marisa Marques Barbosa, agregada cultural de la Embajada de Portugal, trataba infructuosamente de comunicarse con él, pero era imposible. El 14 de octubre, incluso, los medios escritos limeños informaban que Saramago participaría de todas maneras en la Semana Cultural Europea.
La pena de no verlo
La decepción, la pena, la frustración llegó el 23 de octubre. Saramago no llegaría a Lima. Una carta de disculpa del escritor daba las explicaciones de por qué no venía al evento cultural. La misiva estaba dirigida a Marisa Marques. Estaba fechada en Lanzarote, ciudad donde vivía, el 19 de octubre de 1998:
Lamento mucho esta situación. La necesidad de mantenerme a partir de ahora en contacto permanente con la Fundación Nobel no me permitirá viajar al Perú. Estoy perfectamente consciente del trastorno que este hecho causa en el programa de la Semana Europea, pero no me queda otra alternativa: tengo que cancelar mi participación. Desearía que el motivo de esta suspensión fuese benévolamente aceptado tanto por el señor embajador como por los organizadores del encuentro. De todas maneras seré más cumplidor si se presentara una nueva ocasión.
Atentamente
José Saramago
Luego vendría su nueva novela, ‘Todos los nombres’, que editó en español Alfaguara. La historia mantenía ese carácter de fábula de muchas de sus novelas, sin perder el interés por la condición humana. El estilo Saramago se evidenciaba en su lenguaje barroco, llano a lo experimental, variedad de puntos de vista y un narrador polifónico.
Hubo un paréntesis, silencio largo, que abarcó todo 1999 y gran parte del 2000. Recién el 27 de octubre del 2000, Saramago dio señales de vida para el público peruano: habló vía teleconferencia, organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). En verdad, aquello fue solo un aperitivo, porque lo mejor iba a venir en diciembre de ese año. La idea era aprovechar la gira promocional de su novela ‘La caverna’, para tenerlo entre nosotros.
Saramago viajaría primero a Argentina y Uruguay, y después al Perú. Solo en estos países la novela podría leerse desde diciembre, porque en el resto del mundo de habla hispana la obra se publicaría recién en mayo del 2001.
Con 78 años de edad, Lima vio por fin al Nobel lusitano con su libro bajo el brazo. ‘La caverna’ nos remitía a Platón, pero también a la modernidad. Para Saramago: “Los que estaban en la caverna de Platón creían que no existía otra realidad más que las imágenes que se proyectaban en la pared. Creo que es lo que pasa hoy mismo. De alguna forma estamos encadenados, mirando lo que ya no es”.
La visita esperada
El viernes 15 de diciembre del 2000, a las 8 y 45 de la noche, Saramago llegó a la capital peruana, luego de visitar Montevideo y Buenos Aires. Dos días de descanso en el Cusco fueron suficientes para retomar con fuerza intelectual la cita con el público limeño. El auditorio ZUM de la Universidad de Lima sería el escenario.
Ese lunes 18, el narrador dio una conferencia de prensa al mediodía, como una antesala a lo que ocurriría en la noche. Allí el Nobel reflexionó sobre América Latina, la democracia y la literatura.
El contexto político peruano en el que llegó Saramago era muy grave. Tras la fuga del expresidente Alberto Fujimori al Japón y su renuncia por fax, el demócrata Valentín Paniagua, en ese entonces presidente del Congreso de la República, asumió el mando del país, para darle a éste estabilidad política y social.
En ese ambiente de repudio por la corrupción del Gobierno saliente, Saramago dijo: “En una democracia no se vive con miedo. Y cuando hoy día se habla de democracia yo me pregunto si se sigue viviendo con miedo”.
Los periodistas lo teníamos en frente, en un piso del Centro Cultural de la PUCP. Algunos le preguntaron sobre la política y los escritores. “Un escritor puede exponer sus ideas políticas o no, pero al hacerlo solo realiza algo intrínseco a su vida. Antes de decir que todo escritor debería intervenir en política, yo diría que todo ciudadano debe hacerlo”, dijo.
La crisis política del Perú fue un acicate para escucharlo decir que “ni las derrotas ni las victorias son definitivas. El error consiste en situarse en las victorias pensando que no vendrán más derrotas. El pueblo debe permanecer entonces vigilante”.
En esa mañana con la prensa, el Nobel solo dio una exclusiva y fue al periodista y poeta Alonso Rabí do Carmo, quien publicaría la entrevista en la revista Somos de El Comercio, el sábado 23 de diciembre.
La noche del Nobel
Y llegó las 7 y 30 de la noche. Era un lunes mágico. No hubo límites de ingreso. Todo estaba repleto.
Luego de escuchar los comentarios sobre ‘La caverna’ del escritor Alonso Cueto y el filósofo Miguel Giusti, le tocó el turno al Nobel. Ya en Montevideo había dicho que “cuanto más viejo más libre, y cuanto más libre más radical”, tras explicar que ‘La caverna’ es “el mundo que estamos construyendo, un lugar donde las ventanas se están cerrando unas tras otras”.
Pero en Lima, explicó que las palabras bien dichas y en el momento preciso expresan con la razón el lenguaje del corazón. Usó una metáfora contundente: “La obligación de un obrero es mantener sus herramientas limpias, en condiciones para el trabajo”. Y se preguntó: “¿Hay herramienta más extraordinaria que el lenguaje?”.
José Saramago sedujo al auditorio con su sinceridad brutal. “Este mundo de engaños sistemáticos no me da muchos motivos para pensar bien, vivimos en la caverna. Todo queda bajo sospecha porque no existe una única verdad”.
El aplauso fue general y prolongado… Diez años después, el 18 de junio de 2010, esa voz se apagó para siempre. Sus novelas, ensayos y cuentos estarán para recordarnos que nunca debemos renunciar a la libertad y la belleza.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio