El centenario del gran Arthur Miller
El dramaturgo norteamericano Arthur Miller vivió 90 años. Su vida empezó el 17 de octubre de 1915, en una Nueva York que se convertía rápidamente en la Gran Manzana, y acabó el 10 de febrero del 2005, en Roxbury, Connecticut, en su casona-hacienda del siglo XVIII, una propiedad que compró en 1958, cuando estaba casado con Marilyn Monroe. Hoy recordamos el centenario de ese hombre que nos llevó por los meandros de su prolífica obra artística.
Su familia se dedicaba a la fabricación de abrigos, pero quebraron víctimas de la Gran Depresión de 1929. Arthur era apenas un estudiante en 1938 en la Universidad de Michigan, pero ya recibía reconocimientos por una de sus primeras comedias: “Todavía crece la hierba”.
Los años 40, tiempos de guerra y crisis políticas y sociales en el mundo, de cuestionamientos intelectuales y existenciales, marcaron el imaginario de Miller. En 1944, su comedia “Un hombre con mucha suerte” obtuvo la venia de la crítica, aunque no fue una obra “exitosa” en Broadway. El valor de su trabajo llegó en 1947, cuando “Todos eran mis hijos” recibió el aplauso del Círculo de Críticos de Teatro de Nueva York.
Había algo oscuro en “Todos eran mis hijos”, algo que no dejó de estar presente -de alguna forma- en sus trabajos posteriores: diríamos que había un recelo exacerbado por el aprovechamiento de las personas, por las ventajas que se toman algunas personas en sus vínculos familiares.
Pero Miller pasó de ser un buen dramaturgo a un extraordinario observador de los caracteres humanos al presentar al público neoyorquino “Muerte de un viajante” (1949). La historia de Willy Loman quedó impregnada en la memoria de los miles de espectadores que vieron en ella un símbolo de la tragedia del hombre común, en medio de una sociedad incomprensible e inmisericorde. El autor centenario se convirtió en un clásico vivo con esa puesta en escena.
“Muerte de un viajante”, con la que Miller reveló los primeros visos de una modernidad tardía, ganó el premio Pulitzer, el premio de los Críticos de Nueva York y el Tony. Fue incomparable su éxito.
En los años 50, la Guerra Fría no dejó indiferente a este poeta teatral. Producto de ese periodo publicó “Las brujas de Salem” (1953), una pieza que, para muchos, fue una crítica a las investigaciones del Congreso norteamericano que perseguía cualquier opinión disidente. Miller no se salvó de ese seguimiento pues tuvo que presentarse en 1956 ante el famoso Comité de Actividades Antiamericanas.
Entre sus obras figuran, además, “Panorama desde el puente” (1955), “Después de la caída” (1963), “Incidente en Vichy” (1964), “El precio” (1968) y “El arzobispo” (1977). Se casó, en primeras nupcias, con Mary Grace Slattery (1940-1956). Pero el prolífico y también guionista cinematográfico será más recordado por haberle escrito a su segunda esposa, la actriz Marilyn Monroe (1956-1961), “Vidas rebeldes” (1960).
Su tercera esposa fue la fotógrafa austriaca Inge Morath, con quien estuvo 40 años, hasta su muerte el 2002. Luego, en los últimos años, disfrutó de un amor otoñal con la pintora norteamericana treintañera Agnes Barley (55 años menor que él).
Cuentos y ensayos teatrales completaron el rico mundo imaginario de Miller, un universo que no se detuvo en los años 70, 80 ni 90; y que incluso en los años iniciales del siglo XXI no dejó de formar parte del rico y sugerente mundo artístico neoyorquino.
Miller, uno de los mayores exponentes del teatro moderno del siglo XX, dejó su marca en el desarrollo de los complejos problemas éticos, morales y humanos a los que les dio una gran forma y dimensión en sus puestas en escena.
El cáncer venció al gigante creador, el 10 de febrero del 2005, a los 90 años de edad. Ese día no estaba solo, como muchos de sus personajes; estaba a su lado su hija Rebecca (hija de Inge) y su esposo, el actor Daniel Day-Lewis; estaban también sus nietos y Agnes, su compañera desde el 2002.
Luego se supo que, hasta poco antes de su partida, el viejo e imbatible Miller siguió escribiendo nuevas historias. La revista literaria “South-West Review” anunció entonces la publicación de un último relato corto: “The Turpentine Still”.
Arthur Miller era un genio que, como todos los genios, nunca descansó.
(Carlos Batalla)
Fotos: Agencias
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