Puerto de Yurimaguas será afectado por falta de hidrovía
Puerto de Yurimaguas será afectado por falta de hidrovía
Redacción EC

Por: Alejandro Falla, socio de Bullard Falla Ezcurra

Te ofrecen un negocio en el que tienes que invertir mucho dinero. No es barato construir un puerto o hacer el tendido de una línea de transmisión eléctrica. La rentabilidad parece razonable pero tomará su tiempo recuperarla (20 años o más). Te ofrecen garantías. Te dicen que no hay que preocuparse por el cambio futuro de autoridades. Se va a firmar un contrato que se debe respetar; para eso son los contratos, te dicen. Incluso ofrecen ayudarte con los permisos y autorizaciones que se requieran si es que se presenta algún problema. La recepción es con alfombra roja. Tu imagen sale en los periódicos anunciando la gran . No es para menos. Tu inversión va a aumentar el bienestar de la gente y la competitividad de muchos negocios. Nunca pensaste ser tan famoso. Te la crees.

 

¿Y qué pasa luego? Se acabó la luna de miel. Empiezan los problemas. Aparecen los de los servicios públicos (Osiptel, Osinergmin, Ositrán). Nunca antes los habías visto. Son diferentes a los que te ofrecieron el negocio. Incluso tienen formas diferentes; ya no te ofrecen café o ayuda para destrabar las inversiones. Ellos solo quieren hacer cumplir la regulación. Te hacen saber que tienen un garrote en sus manos y que todos los meses debes pagarles puntualmente por su labor de supervisión (aporte por regulación).  

Un buen día el regulador establece una regulación. Resulta que ellos tienen la facultad de aprobar nuevas reglas. Incluso pueden interpretar el contrato que supuestamente protege tu inversión. Les adviertes que lo que quieren hacer no es ni razonable ni proporcional, y que es contrario a las reglas que te ofrecieron cuando te invitaron a invertir. Incluso les mencionas que en ese escenario los incentivos a seguir invirtiendo en la prestación de los servicios (cosa que le interesaba mucho a quien te invitó a invertir) pueden desaparecer. A los reguladores no les entran balas. Creen firmemente estar haciendo lo correcto. No les interesan tus argumentos ni las consecuencias de sus decisiones en la inversión. Como decía un regulador describiéndolos, tienen piel de rinoceronte.

El día a día se transforma en peleas interminables entre reguladores y regulados ante tribunales locales y extranjeros. El negocio empieza a girar en torno a las decisiones de los reguladores. Las empresas reguladas empiezan a invertir más tiempo en visitas a los reguladores y a los ministros que en visitas a sus clientes. Las nuevas inversiones se miran con temor. Las que estaban planificadas se patean para más adelante. Hay que estar loco para seguir metiendo dinero en un negocio, si es que existe el riesgo de que un regulador te lo expropie de un plumazo con sus decisiones.  Ese es el aire que se ha venido respirando en los últimos años en la regulación de los servicios públicos.

Si el Gobierno está interesado en promover la inversión privada, le conviene poner atención en lo que pasa a nivel de los reguladores. Reguladores con capacidad de expropiar la inversión a través de sus decisiones pueden frustrar sus planes. Ojalá lleguemos al 2021 con reguladores con una sensibilidad al impacto de sus decisiones en la inversión tan desarrollada como el olfato de los rinocerontes.