Así luce la escuela de Pripyat, la ciudad ucraniana, cercana de Chernóbil, y abandonada luego de la explosión en 1986.
Así luce la escuela de Pripyat, la ciudad ucraniana, cercana de Chernóbil, y abandonada luego de la explosión en 1986.

Por: José Ragas
Instituto de Historia – Pontificia Universidad Católica de Chile

El reciente aniversario de la tragedia de Chernóbil ha coincidido con la aparición de un nuevo libro, Midnight in Chernobyl, del escritor Adam Higginbotham, y la aclamada serie de HBO, Chernobyl. Tanto el libro como la serie han cumplido la función de revivir el accidente nuclear, tres décadas después de ocurrido. Nuevos testimonios, archivos desclasificados y formatos exitosos como las series de TV han puesto al alcance de un público amplio los dramáticos eventos durante las horas posteriores de la tragedia.

Si bien los efectos ambientales, humanos y políticos desencadenados por el accidente ocurrido a fines de abril de 1986 son difíciles de ignorar, quiero centrarme en algunos aspectos que considero necesarios para comprender la magnitud de dicho suceso. Chernóbil no solo fue un accidente: trajo consigo el fin de la Unión Soviética, el comunismo y anticipó la llegada del neoliberalismo en Rusia, además de instalar un nuevo tipo de preocupación: la contaminación radioactiva por una falla humana y no por un ataque externo.

Así luce la escuela de Pripyat, la ciudad ucraniana, cercana de Chernóbil, y abandonada luego de la explosión en 1986.
Así luce la escuela de Pripyat, la ciudad ucraniana, cercana de Chernóbil, y abandonada luego de la explosión en 1986.

—Átomos y socialismo—
La Unión Soviética había entrado a la era nuclear pocos años después de que Estados Unidos lanzara las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Desde entonces, la industria nuclear soviética pasó a ser una prioridad del gobierno y por ello secreto de Estado. Desde entonces, el creciente armamento nuclear de la URSS y EE. UU. y la posibilidad de utilizarlo en un eventual conflicto definiría la naturaleza de la Guerra Fría. Si bien ello nunca ocurrió, la amenaza nuclear se hizo más latente que nunca durante el episodio conocido como Crisis de los Misiles de 1962, que involucró a Cuba como base de misiles soviéticos apuntando a Estados Unidos.

La carrera espacial por llegar a la Luna en los siguientes años desvió la atención en torno a una guerra nuclear. Pero no disminuyó el temor de la sociedad civil ante una explosión de este tipo y los efectos de la radiación, tal como se observó en los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki. Para entonces, la URSS había comenzado a redireccionar sus plantas nucleares con propósitos distintos: generar electricidad para acelerar el desarrollo industrial y el camino al socialismo pleno, algo señalado ya por Lenin al inicio del proyecto bolchevique. Pero en su intención de demostrar superioridad frente al capitalismo se pasaron por alto importantes protocolos de seguridad y se privilegió lo político frente a aspectos técnicos y científicos.

La planta de Chernóbil reflejaba, precisamente, las aspiraciones y contradicciones del programa nuclear soviético. Se comenzó a construir a inicios de la década de 1970, en un momento crítico para la Unión Soviética, aplastada por años de extrema planificación económica y luego de haber perdido la iniciativa tecnológica (Estados Unidos había llegado a la Luna en 1969, ganando así la carrera espacial). Con Chernóbil, la URSS buscaba retomar el liderazgo frente a su competidor. Conocida originalmente como Lenin, la planta nuclear había sido diseñada para albergar seis reactores y para ser —cuando estos se encontraran funcionando a plena capacidad en 1988— la más grande del mundo.

Una escena del cuarto episodio de Chernobyl, 
la aclamada serie de la cadena HBO.
Una escena del cuarto episodio de Chernobyl, la aclamada serie de la cadena HBO.

—Ocultando la tragedia—
Uno de los aspectos que definieron la tragedia fueron los intentos de la dirigencia soviética de ocultar y minimizar lo ocurrido. No obstante, lo que hizo distinto este evento, en comparación con otros previos, como las purgas políticas, las ejecuciones y hambrunas, es que no pudo ser contenido dentro de las fronteras de la URSS. La aparición de una nube radioactiva y su rápido desplazamiento fue percibida tan solo horas después en Dinamarca, Finlandia y Suecia. Una lluvia ácida producto de la radiación caería sobre Japón poco después. Ronald Reagan, quien se encontraba esa misma semana en Tokio participando de la cumbre G7, criticó duramente a la URSS por el accidente.

Los mismos pobladores de Kiev, la región donde estaba ubicado el reactor, desconocían la magnitud de lo ocurrido, lo que ocasionó la aparición de rumores y el pánico. En un acto que demuestra las prioridades del Gobierno soviético, los dirigentes utilizaron las horas inmediatas al accidente principalmente para evitar que la noticia se filtrara a los medios occidentales. Para ello se emitió un escueto comunicado que buscó tranquilizar a la población local y a los corresponsales extranjeros. Y con ello se perdieron momentos vitales para evacuar a la población y buscar ayuda externa con equipos adecuados.

—Chernóbil y el futuro—
Puede que hoy Chernóbil parezca un episodio lejano, y que series como la de HBO contribuyan a convertir el accidente en un producto mediático y aún más lejano. Las probabilidades de un ataque nuclear parecen mínimas actualmente. Las armas biológicas, el terrorismo y el cambio climático se han convertido en amenazas más mortales e inminentes que posibles bombas atómicas. Por otro lado, Irán y Corea del Norte han reemplazado en el imaginario colectivo a la Unión Soviética.

Sin embargo, lo peor que podríamos hacer es asumir que Chernóbil es producto de un tiempo y un mundo que ya no es el nuestro y de un sistema desaparecido como el comunismo soviético, y que accidentes de este tipo ya no se repetirán.

El tsunami de 2011, en la costa japonesa, reactivó los miedos de 1986 cuando la planta nuclear de Fukushima se vio afectada por el fuerte oleaje. Asimismo, con la actual búsqueda de fuentes de energía renovable que reemplacen a los combustibles fósiles, la energía nuclear se presenta nuevamente como una opción viable, que puede llevar a pasar por alto mecanismos de seguridad y medidas de evacuación. Más importante aún es cómo los recientes ataques a la verdad y la difusión de fake news por parte de gobiernos, así como el cuestionamiento del conocimiento científico pueden preparar las condiciones para un accidente como el que afectó a la población de Prípiat el 26 de abril hace 33 años, y del cual apenas conocemos los efectos que tendrá en las próximas generaciones.

Contenido sugerido

Contenido GEC