Chet Baker: el hombre que fue tormenta
Chet Baker: el hombre que fue tormenta

Por Ricardo Hinojosa Lizárraga

Si este artículo fuera una película, podría empezar con un travelling en el que la cámara emerja desde el fondo de su garganta, lenta, cadenciosamente. Es más, la toma debería originarse en sus pulmones, esos dos indomables que tenía por corazón. La cámara avanzaría pacientemente —como si entendiera a la perfección el humor de sus melodías— y saldría de su cuerpo por su boca para resbalarse con naturalidad hacia dentro de la trompeta y vivir el momento glorioso en que el soplo se convierte en música. Al fluir hacia el mundo desde la trompeta, esa misma cámara debería ubicarse, silenciosamente, frente a él, una silueta apenas iluminada por una luz tenue. Si este artículo fuera una película podríamos, incluso, inventarle otra historia a esa silueta que toca frente a nosotros, que hipnotiza como, en su momento, hechizó a Charlie Parker, Stan Getz o Dizzy Gillespie. Podríamos inventar que Chet Baker, genio del jazz, 58 años, está nuevamente solo y drogado en una habitación. Las jeringas cargadas y todos los Chet que fue antes de esa, la última noche de su vida, danzando a su alrededor entre coca y heroína. 
    Esa muerte que quisiéramos evitar en este artículo —si fuera una película— fue la coronación del mito en el imaginario público: el jazzman rebelde y atractivo que alcanzó la fama en los cincuenta caía de la ventana de un hotel en Ámsterdam luego de años de problemas con las drogas, la justicia y las mujeres. Este artículo no es una película, pero habla también de una: "Born to be Blue", el biopic de Baker que se acaba de estrenar en Estados Unidos. En ella, si bien tampoco puede evitarse el triste desenlace, al menos ha sido posible revivir al genio gracias a la interpretación de Ethan Hawke, que se ha referido al filme de forma categórica: “Decidí hacerlo porque, de alguna manera, en Baker la leyenda y la música son lo mismo. Acercarse a su vida o a lo que sabemos de ella es una manera de tocar su música”.

* * *
“Una buena forma de ir por esta vida es encontrar algo que realmente te guste hacer y luego aprenderlo a hacer mejor que nadie. Así no tendrás problemas”, le dijo Baker al fotógrafo y director Bruce Weber durante la grabación del documental "Let’s Get Lost", basado en su vida y grabado en 1987, pocos meses antes de la fatal noche holandesa. 
    Tuvo razón a medias: aprendió a tocar la trompeta mejor que (casi) todos, pero eso no lo alejó de los problemas —que incluirían varias noches de prisión en distintos países—. Casi como si fuera una premonición de lo que vendría más tarde, Baker nació a fines de 1929, el año de la gran depresión. Avalado por un padre músico, empezó a tocar desde niño, desarrollando la clave de su futura vida musical: la intuición.
    “Dizzy, Miles, hay un blanquito por aquí que está dando problemas. Vigílenlo”, cuentan que les dijo a sus amigos, en tono de broma, Charlie Parker, quien lo convocó para tocar tras haberlo oído con Stan Getz. Era 1952. Chet Baker tenía apenas 22 años. Al poco tiempo se había convertido en algo así como “el James Dean del jazz”, un músico del que decían que era “más guapo que Barbie” y que se convertía en el Ken de sus propias muñecas de carne y hueso, presentes a su alrededor en abundancia. Mucho de esto se ve en "Born to be Blue", aunque es solo el principio de una vida que era, ya desde entonces, carne cinematográfica: en 1955 apareció en "Hell’s Horizon" como un joven trompetista alistado en el ejército y, según varias versiones, el filme "All the Fine Young Cannibals" de 1960 —protagonizado por Robert Wagner y Natalie Wood— estuvo inspirado, en buena parte, en su vida. Pocos años después sufrió la golpiza que afectó su mandíbula, lo dejó sin dientes y le impidió tocar con normalidad. Aunque volvió a hacerlo, nada nunca fue igual.  
    “Cuando lo vi llegar por primera vez ya sabía que era Chet Baker. Era como un dios griego y me enamoré de él enseguida”, confesó Diane Vavra, compañera suya en los últimos años, en "Let’s Get Lost". “Era muy amable, muy encantador. Creo que eso es lo que era, algo místico, algo como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, aseguró, refiriéndose a su carácter cambiante y, muchas veces, violento, producto de su desesperación por no ser el mismo músico de antes y el consumo intenso del que llamó su “viaje preferido”: esa mezcla de heroína y cocaína conocida como speedball. 
    Como si fuera el sublime final de un concierto de estrellas, tras su muerte pareció que sus coetáneos hubieran decidido llevarle la fiesta adonde estuviera: Stan Getz falleció en junio del 91, apenas tres meses después lo haría Miles Davis. El 93 se despidió Gillespie; y Gerry Mulligan, en el 96.

Contenido sugerido

Contenido GEC