Dickens y el retrato de la miseria
Dickens y el retrato de la miseria
Redacción EC

RAÚL MENDOZA CÁNEPA

Durante los años de su incipiente industrialización, Inglaterra distaba mucho de la próspera metrópoli que sería luego. recreó en su obra ese mundo previo de hollín y niebla, de pobreza y explotación infantil.

Con más de un millón de habitantes, Londres victoriana no era la rica y deslumbrante ciudad actual con alto desarrollo humano, sino una urbe plagada de pobreza e insalubridad. Disraeli describió su gran río como ‘una charca estigia con horrores indescriptibles e insoportables’. Fácil imaginar las callejas neblinosas de los relatos de Dickens y el despiadado mundo de niños trabajando desde las cinco de la madrugada hasta las nueve de la noche por un penique la hora. Uno de cada cinco niños moría en el primer año, y uno de cada tres antes de llegar a los cinco. La esperanza de vida llegaba a los 40 en los estratos bajos, la tuberculosis arreciaba entre los adultos tanto como la viruela entre los niños. Tal era el universo desolador de Dickens. Fue ese el mundo que plasmó el novelista, cargado por el duro realismo de su creación.


David Copperfield


Esta novela tiene un carácter lindante con la autobiografía. El escritor utiliza el narrador en primera persona para precisarnos los detalles del punto de vista de su protagonista. David nace durante la segunda década del siglo XIX. Su padre muere antes del parto, y algunos años más tarde, su madre contrae matrimonio con el señor Murdstone, con quien el niño tiene una áspera relación. Al morir su madre, David es enviado por su padrastro a trabajar en una fábrica londinense. Dickens, que como su personaje, padeció las penurias del mundo victoriano, fue forzado a trabajar inacabables horas en una fábrica de betún bajo el calor de una máquina infernal. Su padre había sido encarcelado en Marshalsea, por una deuda con un panadero, una suma ínfima que no lo libró de la prisión. Era un tiempo sin las garantías jurídicas de la modernidad. Para Dickens la fábrica simbolizaba una prisión. Sin embargo, en “David Copperfield” la redención y la superación es posible siempre, el personaje trabajará más tarde en una firma de abogados. El progreso individual es viable bajo cualquier circunstancia. La novela sostiene una inefable y permanente esperanza en el porvenir.

Dickens nos presta el testimonio de sus ojos para alcanzarnos las imágenes de una urbe que constituye el escenario gris de sus historias. Escribe: “El estruendo y el resplandor rojizo de varias fundiciones situadas en la orilla se alzaban en mitad de la noche para perturbarlo todo, excepto la espesa y continua columna de humo que salía de sus chimeneas”. En ese clima de nubarrones y metales transcurre también la vida del niño Copperfield, una suerte de alter ego literario del escritor. 


Oliver Twist: 


La madre de Oliver fallece en el parto, circunstancia que no es extraña en la Inglaterra de su tiempo. Criado en un hospicio y propietario de un buen corazón, se tornará más adelante en el integrante de una gavilla de ladrones. La trama exhibe en toda su dimensión el drama de niños que son utilizados por las redes del hampa y que son explotados en las fábricas. Dickens apela al sarcasmo para referir una realidad ruin, que desnuda sin matices. Aquella gran ciudad de apariencia gótica representa para él lo peor de la civilización: el crimen, la prostitución, la marginalidad y la mugre. 


En la trama, Oliver y los demás niños del orfanato padecen hambre y optan por encarar al director, el señor Bumble. El protagonista recibe una sanción por liderar el reclamo y es condenado a limpiar el hollín de las chimeneas. Posteriormente será ayudante del sepulturero. Huye a Londres y en esta ciudad conoce a Jack Dawkins, que lo introduce en una banda de carteristas. 


Historias de niños


Es difícil no conmoverse con el episodio de la muerte de la niña Nell en “Tienda de antigüedades” o con la tragedia del infortunado hijo del empleado del avaro Scrooge (el pequeño Tim) en “Cuentos de Navidad” o no detenerse en la historia de Pip en “Grandes esperanzas”, que pierde el fulgor conforme abandona la pobreza. Todos ellos, de alguna manera representan un fragmento del escritor, cautivo siempre de sus propios desencantos.
Dice Dickens en las primeras líneas de “David Copperfield”: “Si soy yo el héroe de mi propia vida  o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán las siguientes páginas…". Copperfield es, en efecto, Dickens. Todos sus personajes infantiles, de alguna manera, representan al niño que el novelista fue, una víctima del imperio ruin de los adultos que, bajo peculiaridades distintas, se repite como una trágica reverberación en cada tiempo y lugar.

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