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Isabel Therese

En la calle Kandinsky, en Surquillo, hay una casa para pacientes oncológicos (Aldemi). La mayoría son niños y adolescentes que han llegado a Lima para atenderse en el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN). También hay niños quemados y con síndromes extraño.

Antes de darnos la entrevista, Isabel Therese, fundadora de este hogar, se sienta con una decena de pequeños a armar rompecabezas. Dos muchachos fallecieron esta semana e Isabel busca evitar que el resto tire la toalla.

—Antes de abrir esta casa eras voluntaria en el INEN.
Sí, hace 15 años dejé de trabajar y me puse a pensar qué cosa debía hacer. Me volví voluntaria pastoral en el INEN con un padre italiano. Comencé trabajando solo con adolescentes. Iba por las noches. Quería estar con ellos en su lucha. Tuve algunas peleas con mi familia. “Ya mejor duerme allá”, me decían. Pero, finalmente, varios parientes me ayudaron a abrir este refugio.

—¿Cómo surgió la idea?
Cada noche, cuando iba a mi casa, encontraba a los familiares de los pacientes con sus frazadas o cartones, acampando en los jardines, baños y en las salas de espera. Cuando hablaba con ellos, las historias eran muy parecidas: “Vengo de Ayacucho”, “Vengo de Cusco”, “Es la primera vez que vengo a Lima”, “No conozco a nadie, no tengo dónde quedarme”, “He vendido hasta mi último animalito para traer a mi hijo a su tratamiento”. Veía eso todas los noches y se me partía el alma. Así que se me ocurrió poner una casa para los pacientes oncológicos y sus familiares. Pero no tenía dinero. Llamé a algunos amigos y logré que me ayudaran. Eso fue en el 2006.

—La situación de los familiares también desanimaba a los pacientes.
Un niño de 4 años se da cuenta de cómo está papá y mamá, cuando se presentan desaseados, con la misma ropa. Eso los desmoraliza. Algunos niños, cuando recién llegan acá, me dicen: “Ahora sí estoy feliz. Antes yo lloraba porque no sabía dónde estaba mi mamá”.

[En la primera casa solo tenía espacio para 20 personas. Luego, gracias a una ayuda del Gobierno Suizo, el hogar se mudó a un lugar más grande. Años después le cedieron a Isabel en calidad de uso un predio en Surco de 120 m2. La Embajada de EE.UU. iba a poner el dinero para la construcción de otra casa, pero los vecinos se opusieron al proyecto].

—¿Qué pasó con el terreno de Surco?
El día que fuimos con el arquitecto, los vecinos nos echaron agua con mangueras. No estaban de acuerdo con que formara un albergue porque decían que iba a devaluarse la zona y no querían que estuvieran los “enfermos” deambulando por ahí. Me dolió mucho. Fue inhumano. Recuerdo que formaron un cordón humano para que no ingresemos al terreno.

—¿Se perdió el financiamiento?
No. En vez de construir el albergue en ese terreno, la embajada nos compró esta casa. También puse algo de mi plata y acondicioné esto. Otros amigos me ayudaron a implementar una cocina grande de acero quirúrgico, porque los pacientes oncológicos no pueden estar expuestos al aluminio.

—¿Cómo se maneja esta casa?
Vengo todos los días de 9 a.m. a 5:30 p.m. Conmigo trabajan dos personas: una cocinera y un vigilante. El resto de los quehaceres los realizan los mismos padres de los pacientes y muchos voluntarios.

—¿Cuál es el diagnóstico más común entre las personas que se alojan en esta casa?
La mayoría de niños y adolescentes ha desarrollado sarcoma [cáncer a los huesos o músculos] o leucemia. Los adultos vienen generalmente por cáncer de mama o próstata. Algunos se quedan dos semanas; otros, dos meses; otros, años. Depende de cómo progresen en sus tratamientos.

—¿Cómo afrontas el tema de la muerte con ellos?
Es triste hablar de la muerte. Nadie quiere hacerlo, y cuando hay un diagnóstico de cáncer, por más que haya progresado la ciencia, todos piensan que van a morir. Esta semana tuve dos pérdidas. Fue terrible porque me involucro mucho con ellos. Pero mi misión es acompañar al resto, darles fuerza para que no se rindan.

[Abraham, de 6 años, llegó con su madre en diciembre pasado para descartar leucemia. Tiene un diagnóstico de artrogriposis múltiple congénita, un síndrome que afecta las articulaciones. Sus piernas no lo sostienen. Sus manos y brazos no le responden. Echado en el piso de la sala, coge un avión de papel con los dedos del pie y lo lanza con toda su fuerza. El avión vuela por la sala. “Pónmelo de nuevo, por favor”, le pide el niño a Isabel. Eleva el pie y continúa con el juego. En su imaginación, el avión no es avión, sino pelota. Y él dice ser Christian Ramos, el defensa central de la selección nacional de fútbol].

Datos de contacto
Albergue para Enfermos de Cáncer Señor de la Divina Misericordia (Aldimi)
Dirección: calle Kandinsky 236, Surquillo
Teléfono: 994144204/ 2603123
N° de cuenta bancaria:
Interbank en soles 132-3000637338
Interbank en dólares 132-3000640931

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