La avalancha de lodo y piedras destruyó el primer y segundo piso de esta vivienda. Otras, de un solo nivel, quedaron enterradas. La posta y la escuela pública también están inhabitables.  (Dante Piaggio / El Comercio)
La avalancha de lodo y piedras destruyó el primer y segundo piso de esta vivienda. Otras, de un solo nivel, quedaron enterradas. La posta y la escuela pública también están inhabitables. (Dante Piaggio / El Comercio)
Oscar Paz Campuzano

Todo el día había llovido en Barba Blanca. Las gotas golpeaban los techos de calamina con la fuerza suficiente para impedir que la señora Giannina Mamani lograra escuchar la televisión, a la que le había subido todo el volumen. Ese 16 de marzo, ella, sus dos hijos, su madre anciana y su esposo veían las noticias sobre la desgracia que ese mismo día ocurría en Carapongo y en el río Huaycoloro. “No imaginé que horas más tarde veríamos desaparecer nuestro pueblo”, dice.

Cuando el primer huaico comenzó a sepultar una parte de este anexo del distrito de Callahuanca, en Huarochirí, todos se cubrieron con plásticos y abandonaron las casas. Adultos, niños y ancianos corrieron a una loma donde hay una cruz. Lo peor estaba por venir.

La lluvia tomó más fuerza, la electricidad se fue y de pronto escucharon explosiones que provenían de la central hidroeléctrica de Enel Generación Perú, en la parte más baja de Barba Blanca. Vieron correr hacia la loma a vigilantes y trabajadores de la empresa. No pasaron ni cinco minutos desde que los trabajadores se pusieron a buen recaudo, cuando ocurrió un fuerte desprendimiento de tierra. “Todo tembló; sonó como si el cerro se hubiera caído”, cuenta Giannina Mamani. Otra vez todos corrieron sin saber a dónde. Ya era casi de noche, los niños no dejaban de llorar, la lluvia no cesaba. Giannina pensó que era el fin del mundo. Esa es la metáfora que más le sirve para describir ese imborrable 16 de marzo.

La casa de Juan de Dios Gutiérrez quedó así. Él y su familia están viviendo en un módulo prefabricado. (Dante Piaggio / El Comercio)
La casa de Juan de Dios Gutiérrez quedó así. Él y su familia están viviendo en un módulo prefabricado. (Dante Piaggio / El Comercio)

–Futuro incierto–
A cinco meses de la desgracia, nadie en Barba Blanca tiene claro su futuro. La mayoría de las 39 familias duerme en módulos prefabricados o en carpas instaladas en el anexo de Purunhuasi. Hay un pequeño grupo que regresó a sus casas: los daños fueron graves (paredes caídas, desagües colapsados, casas inundadas), pero no se asemejan a los que sufrieron sus vecinos cuyas casas desaparecieron bajo el lodo.

Los damnificados y afectados no saben aún si podrán regresar a Barba Blanca. César Rueda, jefe de Defensa Civil del distrito de Callahuanca, asegura que hace dos semanas solicitaron al Gobierno Regional de Lima que un inspector técnico evalúe si este anexo puede ser habitado de nuevo.

“Necesitamos saber si este lugar es habitable o no”, dice Juan de Dios Gutiérrez Ricasca, un vecino que para ingresar a su casa debe agachar la cabeza y doblar la espalda. “Yo no puedo invertir en la reparación de mi casa, porque no sé si podré quedarme aquí”, agrega. Todo el primer piso de su vivienda quedó sepultado por el barro seco. Para atravesar algunas partes de su casa, hay que ponerse casi de rodillas para no chocar con el techo.

Don Juan de Dios culpa a la central hidroeléctrica de Enel Generación Perú de los daños y pide que se encargue de reconstruir el pueblo. La misma postura la tienen varios de sus vecinos e incluso autoridades del municipio de Callahuanca.

El representante comunal de Barba Blanca, Daniel Lázaro Castrillón, dice que la empresa no limpió adecuadamente sus canales de desfogue, ubicados en la zona alta del cerro. Al estar colmatados, el agua se desbordó y es lo que originó el segundo huaico, el que terminó por sepultar Barba Blanca.

Un equipo técnico de la comuna elaboró un informe sobre esta acusación. “Los daños en Barba Blanca no han sido producidos por las lluvias, sino por una negligencia. Un deslizamiento había cubierto uno de sus canales de desborde. En épocas de lluvias la empresa debe limpiar el canal, pero no lo previeron”, indicó Rueda.

–Posición de la empresa–
Valiéndose de fotografías aéreas que se tomaron días después del desastre, la empresa asegura que los huaicos no fueron originados por las operaciones de su central hidroeléctrica.

María del Rosario Arrisueño, gerenta de Sostenibilidad de Enel Perú, afirma que la cámara de carga de la hidroeléctrica no rebasó y que sí limpiaron los canales de desfogue. “Ni bien ocurrieron los hechos, nos culparon del desastre. Entendemos que están buscando que alguien asuma los daños”, declaró Arrisueño y dijo que en todo momento han ayudado a la comunidad.

El Organismo Supervisor de la Inversión en Energía y Minería (Osinergmin) está investigando el tema. Aún no hay un informe final.

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