La artista argentina llegó en 1974 a Lima, ciudad que la recibió con un terremoto. Pero aquí se quedó para convertirse en una pionera de la nueva joyería peruana.
La artista argentina llegó en 1974 a Lima, ciudad que la recibió con un terremoto. Pero aquí se quedó para convertirse en una pionera de la nueva joyería peruana.
Maribel De Paz

El momento no podía ser más desalentador. La catástrofe era real. Apenas llegada a Lima, la ciudad recibió a Ester Ventura de la manera más feroz: calata, en la ducha, con el suelo temblando debajo de ella. Era el terremoto de 1974 y la artista se quedó en el Perú dándole la contra a tal premonición aciaga. 

Hoy, más de cuarenta años después, Ventura recuerda, mirando desde los ventanales de su casa que dan a la bahía de Chorrillos, aquellas tardes de playa junto a su padre, en su infancia en Argentina, cuando aprendió junto a él a recoger y valorar lo que arrojaba el mar: conchitas. Convertida en una reconocida artista y orfebre, con una pasión singular por el spondylus, Ventura acaba de volver del festival de cine y arte peruano organizado en Nueva York por el fotógrafo Lorry Salcedo. El tema central del evento fue la orfebrería prehispánica, y ella tuvo a cargo la exposición principal con algunas de sus piezas que rememoran el ancestral y esencial impulso del ser humano por embellecerse. 

—¿Se puede decir que tu trabajo es una lucha terca por la belleza en medio de un mundo hostil? 

Yo sí creo que la belleza es esperanza. El momento en el que estoy entregada a trabajar es, efectivamente, un momento en el que aparece la posibilidad de una conexión conmigo y con lo que tengo al frente. Y si lo que tengo al frente es una pieza que por su belleza ha producido un llamado en mí, en ese momento hay un silencio. Lo que va a resultar siendo una joya o un objeto requiere de ese silencio para aparecer. Es un espacio en donde algo de otra calidad es posible. Por otro lado, si conocemos lo que conocemos de las antiguas culturas peruanas es gracias a sus manifestaciones artísticas y arquitectónicas. El apoyo al arte es fundamental porque eso es lo que nos va a hacer trascender, nuestro arte habla de nosotros. Sin el apoyo a los auspiciadores privados y a los ministerios de Comercio Exterior y Relaciones Exteriores, este festival no hubiera sido posible. 

—Durante la presentación de tu muestra en Nueva York se habló del impulso esencial del ser humano por embellecerse. 

Si revisas la historia, lo ornamental siempre ha estado presente en todas las culturas antiguas, en Egipto, en Roma, en el mundo precolombino. Hay un impulso esencial en el ser humano por embellecer su entorno y por embellecerse. Y ese impulso ha sido servido en culturas con mucho despliegue, pero también en entornos de tremenda pobreza donde, sin embargo, el ser humano no ha ahorrado ni tiempo ni talento ni esfuerzo para crear maravillas. Tengo un libro sobre el África, por ejemplo, en el que ves que hay tribus que necesitan comer insectos para adquirir proteínas y, sin embargo, están enjoyados de arriba abajo, completamente ataviados con maravillas que tejen, con una combinación de colores exquisita. 

—¿Por qué hacemos esto? 

Creo que es una manera de servir a lo alto. Lo he visto en los diez años que viví en la sierra. Cómo, por ejemplo, en una fiesta patronal, personas con recursos muy escasos gastan lo que no tienen en fuegos artificiales. He tenido la experiencia de estar en estas fiestas, de ver a los niños descalzos, en estado verdaderamente paupérrimo y, sin embargo, hay un esfuerzo y un dinero que se destina a embellecer el cielo. En el Cusco me invitaron a una de estas fiestas para ser madrina, y vi dentro de mí el juicio que decía: “No tienen para comer y han usado 300 soles para algo que se evapora, que desaparece”. No dije nada, pero tenía dentro de mí este conflicto, y se me acercó un anciano y me preguntó: “¿Te gustan?”. “Sí”, le dije. Y él me miró a los ojos y me dijo: “Esta es nuestra manera de hacernos visibles a Dios, y si Dios repara en nosotros, los zapatos para los niños llegan solos”. 

—Encuentro telúrico— 

—Llegaste a Lima el día del terremoto de 1974. 

Yo vine por tierra luego de estar en Cusco por nueve meses, a través de la compañía de transportes Morales Moralitos. Llegué a la casa del papá de una amiga a las 7:30 de la mañana luego de dos días de viaje. Me mostraron mi cuarto, entré a la ducha y empezó el terremoto. Así me recibió Lima. 

—Calata. 

Yo pensé que era una tormenta espantosa, no olvides que soy argentina y en Buenos Aires las tormentas pueden hacerte sentir que arrancan una casa, y entonces me envolví en una toalla y fui a cerrar las mamparas de la sala pensando que se iba a meter el agua. Yo no sabía que en Lima no llovía y escuché que me gritaban: “¡Sal de la luna, que ahorita se cae!”. Yo nunca había escuchado la palabra 'luna' aplicada a ventana, y pensé que si se caía la luna esto ya era el fin del mundo. Me fui a la calle, donde la gente gritaba, y una señora me quiso tirar un niño del segundo piso. Creí que había llegado a un manicomio. 

—Y así y todo te quedaste. ¿Cuál dirías que es tu relación más añeja con el tema del adorno? 

Recuerdo a mi papá ayudando a mi mamá a ponerse un collar y me parecía que había un lenguaje secreto entre ellos cuando esto ocurría, me parecía estar frente a algo mágico. Era como una conexión, un lenguaje que tenía cierta delicadeza, cierta sensualidad, cierta complicidad. 

—¿Y qué es lo que sigue buscando Ester Ventura a través de su arte? 

Hay una búsqueda de la belleza, pero también una búsqueda de mí misma. Me voy encontrando en lo que voy haciendo. Cuando comienza el proceso de crear una nueva pieza, aparecen partes mías que yo no conozco. Cuando me siento a trabajar no tengo idea de lo que voy a producir, hay algo que me guía; y en este ir descubriendo eso que va apareciendo, voy descubriéndome, es como una invitación a ver algo más de mí que no conozco, y yo misma me sorprendo de lo que va saliendo, y me encanta ese estado de sorpresa. En el caso de un niño, por ejemplo, cuando algo lo sorprende, ves que hay algo que se yergue dentro de él, que lo invita a hacer un paréntesis, y ese momento es sagrado, porque es el momento del descubrimiento, y en ese momento uno está vivo. Entonces, esto me invita a decirte que lo que yo hago es lúdico por un lado, y por otro lado, es un cordón que se reaviva con mi propia infancia. 

—¿Un cordón que puede ser doloroso también? 

En lo que yo hago encuentro mucho gozo. Lo doloroso viene de la constatación de, a veces, haber estado ausente en el proceso. Cuando estoy realmente ahí frente a lo que tengo y conmigo misma es un momento vivo, no es ni de gozo ni de sufrimiento, es real. Cuando me doy cuenta de que estoy haciendo algo porque tengo que hacerlo, mecánico, automático, eso es lo doloroso, haberme perdido la oportunidad de estar viva. 

—Materia sagrada— 

—El spondylus parece ser tu material predilecto. 

Los spondylus están presentes desde mi primera colección. Son una valva sagrada, se encuentran en las profundidades del mar del norte del Perú y del Ecuador, tienen dentro un molusco que dicen que era alimento de los dioses. En las tumbas de todas nuestras culturas antiguas hay presencia del spondylus, que está ahí para proteger y, por otra parte, desde tiempos remotos se ha usado el color rojo para protección y para atraer la buena suerte. En la selva usan el huairuro; en Turquía, el coral; y el spondylus cumpliría esa misión también, al distraer una mirada malévola de ti. 

—Alguna vez dijiste que a la felicidad se llega a través de la vigilancia interior. 

El noventa por ciento de nuestro tiempo lo pasamos en un estado de sueño en donde nuestros quehaceres son automáticos. Cuando uno ejerce un entrenamiento de mirar adentro qué es lo que está siendo vivido, pensado y sentido, cuando puedes conectar con eso te das cuenta de que el instante anterior estabas en un estado de sueño. Entonces, cuando uno puede soltar eso que te tiene ocupada, que puede ser un pensamiento reiterativo o una mente que divaga, cuando puede soltar eso y regresar a sentirse, aquí y ahora, hay un sentimiento de reconciliación contigo, de encuentro contigo mismo, y cuando eso ocurre no sé si llamarlo felicidad, pero es un momento de verdad, y eso se agradece: la posibilidad de acceder a un estado más real, aunque no dure más que un instante, pero ese instante es un instante de verdad. 

—Llegado el momento que a todos nos llega… 

Me gustaría partir consciente, me gustaría darme cuenta de que me voy, para estar presente, sí, para estar presente. Me gustaría darme cuenta de que estoy dejando este estado para pasar a otro. Quisiera estar consciente, pero la conciencia es esquiva. 

Contenido sugerido

Contenido GEC