(Foto: El Comercio)
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Eduardo Lores

La propuesta de Mateo Chiarella, a instancias del productor Carlos Arana y del Británico, tiene personalidad propia sin evitar el exitoso antecedente fílmico.  funciona puntualmente; hasta el cuestionado uso de proyecciones de video es atinado. Convincentes las actuaciones de los personajes principales. Los roles secundarios están resueltos con decoro gracias a un gran reparto.

Curioso el deseo del dramaturgo David Seidler de venir a Lima para presenciar el estreno continental de su obra, fue ocasión para saber que su propia tartamudez lo movió a mostrar lo tremendamente dramático que puede ser un impedimento tomado comúnmente a la broma.

Las fobias son tan comunes que el tema del miedo a hablarle al público se vuelve familiar, de allí que el protagonista tartamudo, Alberto, duque de York (Juan Carlos Rey de Castro), siendo un noble cascarrabias, segundo en la línea de sucesión, esté tan cercano al público.

Muerto su padre el rey Jorge V (Carlos Vértiz) e inducido a abdicar su hermano David por razones de Estado, Alberto tendrá que asumir la responsabilidad de ser la voz de Inglaterra y del mundo libre ante los embates de la fiera rabiosa del nazismo. Su esposa Elizabeth, duquesa de York (Anahí de Cárdenas), venía secundando encuentros clandestinos de su marido con Lionel Logue (Eduardo Camino), un actor fracasado de origen australiano, especialista (autodidacta) en terapia del habla, que condiciona su tratamiento a una relación horizontal con él.

Lo llama Bertie y lo somete, no sin cierta resistencia, a estrambóticos procedimientos que terminarán por labrar entre ellos una amistad mal vista –principalmente por Cosmo Lang, arzobispo de Canterbury (Hernán Romero)–, que lo llevará a reflexionar sobre el sentido de la monarquía como servicio a un pueblo que lo reclama como cabeza. La colorida actuación de Camino como Lionel lo reivindica del pálido performance de su desleído rol en "Caiga quien caiga".

Be-be-be-be-be-bertie le decía burlonamente David a su hermano menor, mientras hacía la pantomima de dispararle con una ametralladora. Seidler desmitifica la romántica imagen del príncipe de Gales, que asciende al trono como Eduardo VIII y abdica por amor. El dramaturgo desenmascara al antisemita, oportunista, saco largo, cornudo, frívolo e irresponsable bon vivant detrás de la glamorosa figura inventada por la prensa rosa. Pone a Winston Churchill (Roberto Moll) como informante (gracias a las investigaciones de la Scotland Yard) de lo que trama David con su amante, la estadounidense Wallis Simpson: un oscuro contubernio con Adolfo Hitler.

La política y el teatro se retroalimentan, como se ve en plena campaña municipal por los ademanes y gesticulaciones de los candidatos frente a las cámaras. De hecho, si Lionel no hubiera tenido la pasión del teatro, no le hubiera podido enseñar al rey a pararse sobre la palestra frente a un micrófono y hablarle a su pueblo.

"El discurso del rey", aparte de una deliciosa comedia, es también un manifiesto político.

AL DETALLE
Puntuación: 4/5 estrellas
Dramaturgia: David Seidler.
Dirección: Mateo Chiarella.
Actúan: Juan Carlos Rey de Castro, Eduardo Camino, Anahí de Cárdenas, Hernán Romero, Roberto Moll, Carlos Vértiz, David Villanueva, Anneliese Fiedler y Ricardo Goldenberg.
Lugar: Teatro Británico (Jr. Bellavista 527, Miraflores).
Hasta el 17 de diciembre.

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